Un tema espinoso, pero inolvidable

31-05-2009.
Andan soliviantados ciertos medios informativos, internacionales y nacionales, por un informe habido desde Irlanda, en el que se exponen los continuos abusos sexuales que las entidades católicas llevaron a cabo desde los años treinta del siglo anterior; fundamentalmente, en sus internados de todo tipo: seminarios, hospicios, colegios… Todo lo hicieron y todo lo callaron, consintieron y taparon. Los gobiernos irlandeses, tan católicos, lo ocultaron; ese IRA tan violento, tan cruel, tan cerril, lo olvidó.
 

Todo lo que se escriba o diga, al respecto, tal vez sea poco. Todo lo que se haya dicho o escrito en España, también sería poco.
Porque acá, en la también catoliquísima España, se dieron y cometieron (¿y se cometen?) abusos de tal índole. Lo ratifican los argumentos esgrimidos por algún cardenal y otro político bien amarrado a las sotanas.
Es terrible que las argumentaciones siempre sean lo que son: acientíficas, asociales, amorales, sectarias (para mantener “doctrina”, por venir de quienes viene) y en contra de todo adversario.
Escribo esto, por el tremendo conocimiento de causa que poseo; pues, aunque nunca fui “interno” de nuestra escuela de curas, sí que viví intensamente ese ambiente durante toda mi vida escolar.
Conocí, y alguna vez sufrí, las perversidades de unos curas a los que en principio salvaba nuestra intacta inocencia y desconocimiento. No llegaría mi caso a mayores y creo que fue porque tal vez ellos se reprimían en el último momento, más conscientes y temerosos de lo que se pudiese saber que del reconocimiento del mal que podían hacer a esos pequeños, que les importaban un bledo.
Había un desalmado (del cual, por obviedad, no citaré su nombre) que seguía esta táctica: una vez que se le había ayudado a ejercer (indignamente) su ministerio, nos invitaba a subir a su cuarto en la zona reservada (y supuestamente prohibida a los demás) para los eclesiásticos. Allí, so pretexto de preguntarnos datos personales, nuestras notas y otras nimiedades para confundir nuestra atención, nos iba sobando las piernas (teníamos pantalones cortos) con la mano visible (¿dónde estaría la invisible…?). Mientras, su tono de voz se hacía cada vez más ronco e inaudible. Luego, cuando salía del trance, nos premiaba con unas tristes galletas, a sabiendas de que nosotros, dada la penuria en que vivíamos, las recibiríamos como don maravilloso.
Estas maniobras descritas no creo que fuesen desconocidas por los demás miembros de aquella congregación; y, sin embargo, las consentían y ocultaban. Callaban, conscientes del daño que aquel indeseable indecente estaría haciendo en las almas (más que en los cuerpos) de aquellos infantes…
Las historias en el internado las habrían de contar sus protagonistas o testigos. Haberlas las hubo y, a veces, bastante penosas. Mas no es cuestión de forzar a nadie para que reviva tales sufrimientos, salvo si le sirven de catarsis y de paz interior. E, incluso, de justa venganza, a la que creo tendrían derecho.
¿Qué se quiere ahora?, ¿qué se pretende?: ¿que todo aquello no sucedió, que no tuvo ninguna importancia…? ¡Cómo no entender a tanto compañero que ahora no quiere saber nada de curas, de la Iglesia y sus milongas! ¡Y cómo entender al que, sufriendo lo anterior, todavía tiene la capacidad del olvido y del perdón!
Creo que este es un capítulo más de esa llamada “Memoria histórica” que nos quieren escamotear. Y no es un capítulo menor precisamente, sino máximo; pues, si en el recuerdo general de la contienda se entiende que pudieron estar mezclados los culpables de uno y otro bando («Culpables fuimos todos»), en este capítulo concreto existieron culpables canallas, por un lado; y, por el otro, sólo criaturas totalmente inocentes.
Y eso es lo más grave e imperdonable.

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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