21-03-2009.
Para no convertirme en un protagonista “facilómetro” de nuestra página web, no pensaba escribir nada sobre nuestro viaje a la isla de Sicilia, hogar de la magia. (Perdón, he confundido una letra; pero creo que no procede cambiarla). La insistencia de mi mujer ha hecho que mude de opinión y aquí estoy.
Y, ¿por qué he escrito magia? Pues, porque Sicilia es una mágica isla poco mafiosa; al menos, por los entornos donde nos hemos movido durante siete días. Eso sí: la simpática y excelente guía nos advertía de que no caminásemos por determinadas zonas, a altas horas de la noche, porque podríamos ser atacados (como ocurre últimamente en Úbeda), para ser desarbolados de nuestras íntimas carteras y sonoros móviles.
Altar mayor de la catedral de Monreale.
Ha sido una sorpresa increíble. Hemos estado en Palermo, Monreale, Érice, Segesta, Selinunte, Agrigento, Catania, Siracusa, Noto, Acireale, Taormina, Mesina y Cefalú. El conjunto ornamental se nos muestra a través de cuatro culturas, que han ocupado la isla a lo largo de su historia, construyendo, manipulando, organizando y creando diferentes o matizados edificios, desde sus respectivas preferencias arquitectónicas e ideológicas. A sus antiguos ocupantes no los hemos podido saludar, porque no están. Pero casi podemos reconocerlos, a través de sus monumentos, espacios urbanísticos y formas artísticas.
¿Qué culturas son? Cuatro: griega, árabe, normanda y española.
Para que te quedes con la boca abierta, te digo que el casco antiguo de Palermo, en el que hemos estado tres días (los dos primeros y el último), tiene una dimensión de unas 276 hectáreas y en él se encuentran unas 335 iglesias de las cuatro culturas que te he mencionado: unas, originales; otras, combinadas; y, la mayoría, cerradas al culto. O sea: que si quieres contemplar cuatro culturas conjuntadas, diferentes o próximas, el mejor sitio del mundo es Palermo.
También allí, igual que en España, hay dos ciudades que “no se pueden ver”: Palermo y Catania. Para entendernos, Palermo es el Real Madrid y Catania es el Barça. (De hecho, existe un pueblo en la isla que se llama Barcellona, entre Mesina y Palermo). Nuestra guía, natural de Palermo, de vez en cuando introducía algún comentario en el que nos informaba de esta mutua aversión “cariñosa”.
Templo griego de Segesta, con Tony delante.
Lo que más nos ha gustado han sido los templos y teatros griegos que aún se conservan en el conjunto siciliano. Uno de ellos, el teatro de Taormina, sólo lo vimos Tony y yo, porque la guía dijo que estaba cerrado al público a partir de las cuatro y media de la tarde, la hora en que llegábamos a dicha ciudad; y nosotros nos acercamos, por si acaso. Estaba abierto hasta las cinco de la tarde. Entramos y lo disfrutamos.
Teatro de Taormina.
Además del encanto arquitectónico, la isla tiene otro, panorámico: está completamente verde, llena de cultivos, plantas y árboles, que le dan un gran atractivo.
Panorámica desde el castillo de Érice.
Desde la orilla hasta casi las cumbres (el Etna no lo pudimos ver porque estaba nevada la carretera y tuvimos que volvernos al llegar a los mil metros de altura, aproximadamente), la vegetación rejuvenece y embellece el paisaje.
El Etna, lleno de nieve, visto desde Taormina.
Las autovías tienen que navegar entre frecuentes túneles y abundantes puentes (desde Mesina a Palermo hay 42 túneles), porque la orografía se mueve del cero a los ochocientos metros continua, extensa e intensamente.
Tramo entre Mesina y Cefalú.
Y, para finalizar, indicarte que el tráfico es muy diferente al español. Se aparca en las aceras, ocupándolas totalmente; o en doble fila, sin ninguna preocupación. Y, normalmente, no se respetan los pasos de cebra ni los semáforos: cruzar puede ser jugarte la vida. El conductor de nuestro autobús solía ir con frecuencia en mitad de la carretera, sin ton ni son.
Forma normal de aparcar en las calles de Palermo.
Ha merecido la pena conocer esta impresionante isla. No nos importaría volver a visitarla, para asimilar mejor su abundantísima y variada arquitectura. Sus comportamientos automovilísticos ya los hemos asumido.
Por cierto, mi mujer se compró en un mercadillo de Palermo, el último día de nuestra estancia (el ocho de marzo), dos bolsos de piel grandes y muy bonitos, por cinco euros cada uno. Cuando las compañeras de viaje los vieron y se enteraron del precio, fueron con sus maridos para ver si llegaban a tiempo de poder comprar alguno o algo interesante, porque el mercadillo vende muchos objetos diferentes.
Esta es otra razón más para volver a Sicilia, la mágica.
Estamos en la playa de Cefalú.