30-01-2009.
No se saciaba de familia, de pueblo, de campo y de sol. Leía literatura. Estudiaba pedagogía. Visitaba a familiares y amigos… Y la iglesia por las tardes era toda suya.
Después de la habitual tertulia de doña Pilar, le encantaba disfrutar de la noche estival, saturada de olores a heno seco, mieses trilladas. Y terminaba en la era, tendido en la meda, sobre el bálago esponjado y crujiente. Bajo un cielo acribillado de estrellas, paladeaba el silencio. Un silencio cálido, profundo… Absoluto, si no engastase el trino melancólico de un ruiseñor. Desde la cercana arboleda, pespunteaba el silencio azul. Absorto, se embebecía Burguillos por captar el titileo, la caligrafía misteriosa de alguna estrella. Y otra huidiza se le llevaba los ojos…
Sus padres vivían la estación con el gozo que les permitían sus ochenta bien rebasados… Sus afanes, sus quehaceres, los entretenidos quehaceres y afanes que las gentes del campo nunca abandonan. Las gallinas, conejos, palomas. Unas macetas y la codorniz del nieto pequeño… ¡Los nietos…! El supremo solaz y consuelo. Cuerdos, lúcidos ambos. Y como toda la vida, bien ensamblados. Enamorados hasta el fin.
Dos escapadas hizo Burguillos en autoestop. Primero a Cáceres, clavado y venerado siempre en sus recuerdos. Luego a tierras de Galicia y Portugal. A la vuelta, dos días para sus damas amadas, en Villaluz.
Nuevo curso. Con escasos rendimientos trabajó la manada. No sabría decir Burguillos cómo se dio sin desánimo a prepararles concursos y festejos para entretener las noches del sábado. Los chicos vivían embrutecidos con aquellas inhumanas ocho horas de clase y talleres. Algo cooperaron en abrir una biblioteca. Y en echar a rodar un bar. Con máquinas usadas les montó una clase de mecanografía.
Pero se continuaba sin sentir la necesidad de buscar una clave pedagógica para trasmutar aquel batallón juvenil… De sólo pensar que estaba gastando la vida en un trabajo agotador, sin rendimiento alguno, ni siquiera material, se hastiaba. No era cosa de seguir en medias tintas y pasarse la vida sudando bajo la escalera… Y de nuevo, nuevas consultas. Ya se temía Burguillos que aquello era volver a su hobby periódico. Como tantas veces, las puertas de par en par, más que albricias, le provocaban galernas en el ánimo. Terminó en Madrid. Calle Pisuerga. La Confer. El jesuita padre Alcalá, psiquiatra, la dirigía. ¡Cuántas pruebas! Le radiografiaron el espíritu. El Rorschach, buen nivel intelectual, disposiciones estéticas… Y una concepción un tanto cómica de la vida y de sí mismo… Desnudo total en K. Machover. Y en la expresión desiderativa, caballo, águila y río hubiera querido ser, de no ser persona…
El padre Alcalá le comentó la prueba. ¡Qué bien parado salió! «Ahora, sí ‑pensaba Burguillos‑ va en serio».
El padre Provincial, U. Valero, de visita en Cristo Rey, le llamó el último. Fue una entrevista sorprendente, grata, inolvidable. No era brillante ni sugestivo. Convencido y entusiasta de su vocación, en aquellos tiempos exitosos de la Compañía transfería ilusión, seguridad. Le entregó la carta del padre Alcalá. Convinieron en que el próximo curso, en plan de adaptación, Burguillos conviviría con los teólogos en el Roberto Belarmino de Roma. Y estudiaría Sagrada Escritura o “mass media” Medios de comunicación social.. Le regaló, cuando le dijo que, uno por uno, todos los de la Comunidad aceptaban muy bien su convivencia. Burguillos, por todo quedó tranquilo y satisfecho. Pero todavía le quedaba mucha brega.
Aunque no aflojó en el trabajo, todo se le penetraba de provisionalidad y liberación. Es que aquel trabajo era duro, como picar sin tregua en una cantera. O como zigzaguear por el desierto sin brújula ni objetivo.
De esa trampa acaso lo liberaría Roma. Centrado ya en la Compañía, aún podía crecer… Inmerso en la Biblia, o en los Medios de Comunicación, se prometía saberes deliciosos, absorbentes. Sus nunca bien atendidas aficiones nucleares a la expresión se verían fortalecidas.
El curso fue muy movido y agrio. Temas políticos relacionados con el Evangelio se enmarañaron y resintieron la vida comunitaria. No es que a Burguillos le resbalaran… Es que a él, más que hacer prosélitos entre aquellos muchachos despersonalizados, le preocupaba encarrilarlos en la búsqueda de su formación y autonomía.
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