Recuerdos de Manuel Velasco, 8

07-01-2009.
Fiel historia de una posición, 1
En el 1953, el padre Villoslada enfermó gravemente. Naturalmente, los maestros de la Institución nos interesábamos por el curso de su enfermedad y pedíamos en alma y corazón que el Señor lo sanara pronto.

Nuestras visitas al Hospital de Úbeda parecían no serle muy gratas al padre Miguel Fernández pues dijo «que íbamos a ver qué nos dejaba en herencia…». Esto, ¿por qué? Bien, al mismo padre Miguel Fernández y a otros padres que por Andújar pasaron les oí decir que «La Obra de las Escuelas no era propia de la Compañía de Jesús» y cosas parecidas. Algo así como estar al margen de ella.
Pensando que somos humanos, es fácil comprender que tiene que haber en toda obra humana diversos criterios. Era palpable que el punto de vista del padre Villoslada no era compartido por otros padres de la Compañía. A nosotros, los seglares, estas diferenciaciones nos traían absolutamente sin cuidado: primero por no importarnos y después porque la intimidad de las asociaciones, sea cuales fueren, es solo de la incumbencia de los asociados, que merecen todo el respeto.
Ahora bien: El cuerpo seglar de la Institución, co-fundadores con el padre Villoslada de las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia, y sin los cuales las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia no hubieran cuajado, eran parte interesada en toda determinación que, no por el futuro de un padre de la Compañía, sino por el futuro y trayectoria de las Escuelas, ERAN PARTE INTERESADA EN LA OBRA, y tenían derecho a ser oídos y consultados. Y cuando la Compañía creyó conveniente el relevo del padre Rafael Villoslada, no por el gobierno interno de la propia Compañía ‑que a los seglares no nos importa nada‑, sino por lo que suponía en sus relaciones con las Escuelas, ni fuimos consultados ni oídos.
Como además, al ingresar en las Escuelas, no hicimos ningún voto de obediencia estricta a la Compañía y sí lo contrajimos con el padre Villoslada; y como además éramos seres libres, y con derechos adquiridos en las Escuelas, podíamos opinar libremente sin que ello supusiera pecar. Y si nosotros sentíamos por el padre Villoslada un gran aprecio ¿qué de malo tiene que no quisiéramos que le relevaran? Me he preguntado muchas veces: ¿Desde cuando la lealtad es pecado…?
Y, por tanto, haciendo uso de este justo derecho de seres libres y por conquista, yo, y otros varios maestros de la Institución, recabamos de los demás maestros un pliego de firmas, en dos solicitudes unidas, una para el Sr. Ministro de Educación Nacional y otra para el Nuncio de Su Santidad en Madrid.
Ambas solicitaban que el General de la Compañía de Jesús reintegrara al seno de las Escuelas de la Sagrada Familia a su fundador, el padre Villoslada.
Era simplemente una gestión; era luchar noblemente porque no nos quitaran al padre Villoslada. Era ejercitar el derecho a chillar, por lo menos, ya que nos habían cercenado el de opinar.
Hice una visita al padre Francisco Cuenca, nombrado Rector de Úbeda en sustitución del padre Villoslada, en el Colegio de El Palo. Todo ocurría en agosto de 1954. Visita motivada por mi gran sorpresa al enterarme por don Isidoro Vilaplana, Inspector Jefe de Enseñanza Primaria de Jaén, que el padre Cuenca le había indicado la conveniencia de relevarme del cargo de Director del Grupo Escolar de Andújar. Y me preguntó: «¿Esto, cómo puede llamarse?».
En la larga entrevista que sostuvimos en el Colegio de San Estanislao, el padre Cuenca estuvo amable y cortés conmigo. Es lo que se espera de un hombre inteligente, educado y religioso. Me indicó la necesidad de hacer un escrito de retractación que desdijera todo lo anterior. Aun cuando eso no era posible, quedé en darle la opinión de mis compañeros. Efectivamente, no era posible, porque no habíamos faltado en nada. Y esta fue la carta que escribí al padre Cuenca:
«Benalúa de Guadix, 1 de septiembre de 1954.
Rvdo. padre Francisco Cuenca. Úbeda.
Estimado padre Cuenca:
Quedé en escribirle o entrevistarme con usted y hago lo primero: escribo.
He meditado y repasado muchas veces nuestra entrevista de El Palo. Me he asesorado también. Al final hemos considerado dejar las cosas tal como están y no hacer ninguna gestión ni en pro ni en contra. Que Dios obre según su justicia, dándole la razón a quien la lleve. Todos los días le pido que se haga su voluntad y proteja a nuestras queridas Escuelas, sin provocar cismas ni ausencias, ya que tanto trabajo nos ha costado a todos verlas con el florecimiento actual.
No ha pasado desapercibido para usted cómo el curso escolar ha seguido su vida con toda normalidad, ajeno a los puntos de vista sustentados por sus miembros, porque todos hemos tenido las miras comunes de una altísima misión. Y este curso, el mejor de todos, precisamente. ¿Se puede hablar de enemigos entre nosotros? Es conveniente considerar igualmente que nosotros en la Institución somos algo. Así como co-fundadores. Para ello revisemos las Fundaciones todas.
¿No le suenan los nombres de éstos que ahora están señalados como piedras cimentales…? ¿Podremos tener en la Institución cierta autoridad para hablar…? Creo que sí… Podremos estar equivocados en lo que hablemos o escribamos. Entra en lo posible. Lo que sí podemos asegurar es que nunca fuimos con aviesa intención, ni con fraude a sabiendas de la verdad. También una acción contra nosotros más estropearía la empresa de las Escuelas que contribuiría a la edificación, porque somos sus primeros y más leales amigos.
Al margen de todo esto repaso, mi vida en los últimos doce años, y ahora se me aparecen como una sensación de vacío, y siempre termino: ¿y todo para qué…?
Y todo tu trabajo desarrollado en doce años puede venirse a tierra en un momento por hacer pública una opinión. No me puedo olvidar que llegué a Andújar la madrugada del tres de diciembre de 1943, antes que ningún padre (excepto el padre Villoslada que me esperaba); y que yo recibí, yo, los primeros catorce niños de aquel internado. Una semana después llegó el padre Pardo. No podré olvidar que disponíamos de un solo edificio, una cocina en un sótano, unos dormitorios apretados de camas y unas clases en cuchitriles o en el hueco de escaleras. Nadie vivió, como yo viví, en una camarilla por espacio de ocho años a la que se entraba de perfil, disfrutando de las tórridas temperaturas de Andújar y hasta algunas noches de pleno invierno cobijado bajo un paraguas resguardado de torrenciales goteras encima de mi cama ya mojada. No saben muchos tampoco que pasé meses enteros solo para todo, manejando ciento cincuenta muchachos, y sin vacaciones estivales, ni ellos ni yo. Nadie sabe de las amarguras de tratar con aquella generación primera, llena de lacras morales, por una guerra civil aún reciente. Ni de las pertinaces sequías; ni de una situación disciplinaria peligrosa por deficiencias ambientales, alimenticias y de vestido. Los padres jesuitas no vivían en su plenitud aquel estado de cosas porque se movían en un plano superior y no en el contacto permanente del manejo de chicos y de la disciplina. Había que mantener una disciplina, que en ningún momento se alteró seriamente, y esto, como usted sabe, por haber vivido también los colegios, no es empresa tan fácil. Este orden lo llevé yo exclusivamente. Por esta regularidad de actuación interna, tanto en la disciplina como en la constancia en el trabajo, las Escuelas de Andújar no tuvieron que hacer ‑como otras Escuelas de la Sagrada Familia‑ expulsiones en masa, ni cambios constantes de procedimientos; mantuvo una permanencia envidiable del profesorado, y la buena armonía entre todos. Los diversos criterios que hubiera en casa nunca trascendieron a los alumnos ni al exterior.
Cuando pienso todo esto, se me nubla la vista no se si de coraje o de pesadumbre, porque nadie como yo conoce a las Escuelas de Andújar, en sus penas, sus alegrías, sus dificultades y su alma.
Puede sonar esto como un cántico de alabanza, y no; se llama la atención sobre algo que es necesario que se conozca en estos momentos decisivos de una Obra con alcances nacionales, y por personas que son la Institución misma. Razones de sobra para que se medite actualmente muy despacio en lo que se hace y se pretende hacer. Pueden tomarse determinaciones con relativa facilidad, que a los ojos de Dios encerrarían una injusticia mayúscula.
Y considerando que se va alargando esta carta demasiado, solo me resta decir:
Muy agradecido por su amable recibimiento en El Palo; las deferencias que a lo largo de la conversación tuvo conmigo y, sobre todo, la cordura en todo lo hablado, de por sí escabroso, dada una violenta situación. Esto me da esperanzas de que usted no puede obrar a la ligera en nada y verá la forma más razonable de arreglar las cosas sin injusticias ni debilidades.
Con el mayor afecto, me despido de usted».
Esta carta, tal como está concebida y redactada, es copia fiel de la enviada al padre Cuenca, y que fue considerada «dura». Parece que ello significó la adopción de medidas tales como mi destierro a Alcalá de los Gazules, como medida de EJEMPLARIDAD. Dejo a la consideración del que la leyere el enjuiciamiento. De los escasos comentarios que sobre la carta se hicieron a posteriori, el padre Cuenca, me dijo:
«Que parecía dar a entender que aún estaba la pelota en el tejado; que había que esperar, pues no estaba la cosa resuelta».
Yo, la verdad, por más que repaso los renglones, no encuentro ni entre líneas nada sobre ello.

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