Recuerdos de Manuel Velasco, 7

29-12-2008.
¿Por qué estos vientos que soplan?
Sentía predilección en pasear por la huerta. Enseguida me veía rodeado de alumnos a los que aquella expansión en el campo, sin salir de casa, les gustaba extraordinariamente. Siempre por lo general llegábamos hasta la alberca vacía, que nunca logré ver con agua.

Eduardo, en un arranque poético, había arreglado una glorieta con bancos y enrejado de parras; se habían canalizado las acequias y se esbozaban otros arreglos. Multitud de frutales anunciaban los primeros frutos. La vida del Colegio era como mi casa, mi hogar, y el menor incidente me inquietaba como lo más personal. Me “encontré” con el cargo de Director del Grupo Escolar porque el padre Villoslada se interesó en ello. Muchas veces hice propósito de renunciar a él, cuando la cruz abrumaba mis hombros. Había que pensar en una España que pregonábamos que teníamos que redimir, para que fuera cierto en las hornadas de jóvenes.
Había que hacer con ellos algo más personal de lo que un plan de estudios logra, porque no pasa de arañar la piel de la personalidad. No me engañaba con el fácil espejuelo de un trabajo organizado, como la máquina con todas las piezas engrasadas da el trabajo hecho, porque PARA EDUCAR hay que poner el alma en la empresa y esto no puede encajarse en los moldes estrechos y limitados de un libro impreso.
He visto crecer los árboles de la carretera hasta desbordar las tapias del lindero y perderse en verde procesión en la lejanía; he visto un jardín florido en los llanos secos de la ahora huerta; me ha salpicado el agua del tubo de desagüe del torreón; he visto a mis niños calzados, nutridos y de buen color, cuando la estampa de la sequía, descalzos, paliduchos y desnutridos aun no se habían borrado de mi memoria. Me he paseado por amplias galerías nuevas, visto la realidad de unos confortables dormitorios, comedores llenos de alegría y una capilla dilatada y luminosa, y pensaba en los días en que estas realidades eran el dorado sueño de una quimera. En este mundo, cada vez más vasto y maravilloso, me iba perdiendo lentamente, esfumándome como un fantasma en el bosque encantado del lejano país de la leyenda. Mis fracasos fueron duro crisol de purificación. Así todos los días, en el tiempo marcado por el Señor.
Los niños crecían y se hacían hombres, y un día traspasaban la cancela de hierro para no volver más. Como en un gran tapiz bordado, se me presentaban sus historias escolares. Llegaron pequeños, infantiles, correteando por los campos, con rabietas, disciplinas, entrando la letra y la formación con tozudez, animando y amenazando… La puesta de largo, con el mono azul, y asomos de bozo; la acusación de perfiles de virilidad y… la pérdida de profundidad en unos ojos que se endurecían con el despertar pasional. Cada vez pidiendo más libertad, que sabiamente había necesidad de administrar porque ya no eran niños sino hombres que pronto se introducirían en el escenario del mundo. Cuando la cuerda se rompía, les seguíamos con la vista hasta perderlos. Amargas eran estas situaciones, pero inevitables. El rodar de días continuos y de noches en vigilia, buscando soluciones al permanente problema de la juventud.
En los dos últimos cursos que pasé en Andújar presentía una nueva aurora. Venían los nuevos alumnos con una felicidad en los rostros prometedora. Eran los lazos familiares fijos y un saber lo que querían y buscaban en nosotros. Ya se habían conquistado las Escuelas una posición en la sociedad y llovían las peticiones con ritmo creciente. Por las cancelas encristaladas pasaban con el peso de las maletas, oliendo a limpios y con ideal. Los padres los entregaban sonrientes, con la tranquilidad que dan las cosas garantizadas «para que de ellos hiciéramos unos hombres». La alegría íntima nos invadía, cuando se palpaba la realidad de un mundo organizado tras la porción de años sin descanso moral. La mentalidad de los nuevos inquilinos era más voluble a las tablas formativas, porque venían de un mundo que había dejado en la noche del tiempo los horrores de la pasada contienda; porque estos ángeles no sabían nada del drama, ni lo habían vivido. Era la generación de los años en paz, y ciertamente la paz daba gracia, alegría, hogar, ilusiones; y se pensaba en el porvenir como en la obra nueva en la que ellos tenían encomendada una misión específica.
Ahora podíamos ofrecerles unas Escuelas nuevas, amplias, alegres, confortables, con material también nuevo. Un canto de resurrección a una nueva vida. Yo sentía primavera en mí después de invierno tan largo. Sin embargo, la evocación de un final trágico intermitente asomaba. El cielo azul se enturbiaba con el nubarrón sombrío… ¿Ves los pintores acicalando las fachadas con el contraste de ocres y cales…? Pues ve preparando la marcha.
¿Ves los albañiles dando los últimos toques a las aceras y retirando el material…? Cuando el último de ellos salga por esa puerta, tu actividad aquí dentro también hará punto.
Daba unas vueltas por el cinturón de la casa, sin apear mi vista de las torres, azoteas, la tersura del campo, el verdor de la huerta, el ir y venir de pequeños y mayores, el ritmo permanente de los talleres, y me decía: «Algo bueno hemos hecho».
Cuando la realidad me despertó, diciéndome que le diera el adiós a todo aquello que era mi corazón proyectado, casi no me cogió desprevenido, porque el galopar del tiempo y las vicisitudes me fueron preparando el ánimo para el día de la gran amargura.

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