Nuevo prefecto. Rumbo incierto, 1

09-08-2008.
Empezó el curso 1960‑61 estrenando un flamante Prefecto. Era alto, grande, grandes los zapatos. Lo llenaba todo, y en todos los sitios y conversaciones entraba.

Y allí, puntual, estaba también Burguillos, íntimamente caído, arruinado; porque había vuelto irremisiblemente a la rueda siniestra. Al mismo rancho, a las dos mil y pico pesetillas clavadas invariablemente… Y al “sí, buana”. Compensado en el fondo, porque la lealtad de los chicos, que eran el corazón de la Sala, había triunfado. Y ¡qué gozoso fue el encuentro! ¡Cómo en el saludo les hizo vibrar…! Nada les dijo de su problemático retorno. Pero, sintiendo que a punto estuvo de perderles, gozaba hondo de su presencia y este sentimiento teñía y traspasaba sus palabras.
Seguían en el mismo dormitorio y comedor, sin compartirlos con nadie.
El Rector y el padre Mendoza, en sus correrías por mundos lejanos, se hicieron con un autoestopista. Y se lo trajeron como regalo… Belga, rubio y cenceño. Ojos de aguamarina. Las manos grandes, carnosas y cianóticas, le colgaban de unas bocamangas cortas y estrechas… Muy ligero de equipaje y de idioma. Hubo de adaptarle una cama a la largura de su talla. Chapurreaba algo de castellano. Y se lo colocaron a Burguillos como una joya. ¿A quién, si no? Debía de agradecerlo como una adjudicación deferente. Burguillos previó enseguida el chacoteo de sus muchachos: gente de chispa y humor, que se iba a divertir con el bueno de Stephan de Vos… Y, de su lado, se compadecía por el reconcomio asegurado a costa de su flema y entendederas… Y no protestó, porque vio que era un piadoso trágala. Nunca el reverendo Bermudo atendió la súplica de Burguillos: lo que él necesitaba era un colaborador joven, músico y deportista…
Muy a principio de curso tuvieron una reunión con el nuevo Prefecto. Era muy necesaria para iniciar una nueva andadura.
Algunos inspectores acudieron con libreta. Burguillos echó de menos un guión programático. El Prefecto habló, habló… y hablando siguió… Y Burguillos se quedó esperando el ridiculus mus…
Dispuesto estaba Burguillos a seguir responsabilizando a la muchachada para que se comprometieran, poco a poco, a gobernarse solos. Y solos durmieron todo el curso. Que cuatro cursos seguidos llevaba Burguillos durmiendo con los chavales.
Su ingenuidad, su distracción, sus sabañones y la bondad natural que emitía, le hicieron un hueco cálido en la Segunda División. Stephan, el belga obsequioso y siempre pendiente de Burguillos, le recordaba a aquellas ancilas del salmo, siempre con los ojos clavados en las manos de sus señoras. Dio Burguillos con el modo de hacerle reír a carcajada. Y terminaban riendo a una, como dos niños bobos o ebrios. Burguillos lo recibió como un trasto y terminó apreciándolo como un tesoro.
La División siguió mejorando en su desarrollo. Tenía que suceder… Permanecer estancados los adolescentes, cuya meta es crecer y crecer deprisa, supone estatismo, fijación. Por bien que haya ido una etapa, siempre hay que superarla. Es ley de todo ser vivo. Cada estadio es un nuevo escalón hacia la plenitud.
El padre Prefecto, oficialmente, respetó a la Segunda División. En apariencias, también estuvo respetuoso con Burguillos. Lo evitaba cuanto podía. Llegó a pensar que les tenía algo más que respeto. Ni una sola vez pisó el estudio ni el comedor de la Segunda.
A don Diego se le exacerbó su titulitis. Y se esforzó en aplicar el principio de Arquímedes al hambre de los maestros. Su afán y necesidad de informar, filtrar y deformar los hechos, irritaba a Burguillos.
Terminó el curso. Y Burguillos, como en cada ocasión, dispuso su ropa y sus libros para que en cualquier momento pudiera transportarlos… A nadie, ni mus. Ni siquiera a Sebastián… Sebastián López, maestro de las últimas hornadas, era un jiennense de Santisteban del Puerto, sano y de calidad, como los olivos de su tierra. Su clamorosa valía le clavó en Úbeda. La Tercera de Magisterio, su División, con chicos entre los once y los trece años, vivía con buen ritmo y alegría. Era un joven talento sin protagonismos ni bambolla alguna. Serio y entregado en su quehacer y en su palabra. Descubría con agilidad y sutileza el poso cómico de personas y situaciones… Y con humanidad lo hacía humorismo fino. Burguillos le estimaba como a un buen amigo.
El verano se le escapó a Burguillos en cuatro viajes: a Madrid, unos días en Comillas y la visita obligada a Villaluz, ¡una delicia…!; y a Moral, su Moral del alma, que se llevó la mayor parte. Familia, eras, campo, tertulias… Y la correspondencia. Como siempre, le encantaba contestar a sus muchachos. Aumentaban los corresponsales, porque algunos, ya en la Primera División, seguían carteándose con él.
En dos cartas madrugonas, alumnos de Úbeda, casi se despedían de él. Don Diego les había asegurado que Burguillos no volvería a la Safa. Que él lo sabía de muy buena tinta. Verano adelante, recibe dos cartas de amigos almerienses. ¡La misma canción! La misma fuente informativa…
Dando por veraz el pregón de Diego, se sintió Burguillos maltratado. Y en un momento de asco y orgullo, le tentó regresar a Úbeda y, durante la siesta, recoger sus bártulos y, ¡adiós a la francesa! Que razones como puños había para hacerlo. Porque un hombre de treinta y siete años, con cinco sudando el pan rácano que se le escatima, merece un trato, por lo menos, digno.
Los ratos de sagrario, la paz de los campos y las tardes de su tierra le sosegaron el ánimo. «¡Qué bien ‑pensaba‑, si el singular padre Prefecto me diera resuelto lo que yo no me atrevo o no puedo resolver! Pero, en ningún caso hay que ser sucio y descortés, ni siquiera para dar la vuelta en la misma moneda». Y le distrajo una alondra clavada en la altura. Además, si se esfumaba así, se le iban de bóbilis, bóbilis cuatro mensualidades y la extra… Que el prestigio malherido de la Safa bien podría justificar la medida.
Ya septiembre boqueaba. Apenas recibía cartas. Algunos añoraban el reencuentro. Le hablaban otros de sus exámenes para el veintiséis. Ya era veinticuatro y Burguillos seguía in albis. El veinticinco recibió un giro de 7 600pesetas. Sin una palabra, y a su aire, se le saldaban tres mensualidades…
Desnudo como un poste sin hilos, el veintiséis recibió un telegrama: «Exámenes 26‑27…». Y se puso a reflexionar: «Si voy, es ir al degüello; pero, tarde o temprano, tendré que ir a recoger mi ropa, mis libros… Y he de hacerlo antes de que me violenten la habitación, el armario y amontonen mis pertenencias en cualquier rincón».
Burguillos hizo el viaje pensando en llegar, volver e instalarse en Madrid. Que en el colegio de San Estanislao tenía óptimas perspectivas… Y recordaba entonces a su fraternal Isadora. ¡Qué de razón le sobraba cuando le dijo que era como un niño agarrado a las faldas de los jesuitas! «Peor aún ‑pensaba‑: como un perro, fiel al amo que le ignora y le golpea».
[…]

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