18-11-2006.
Es viernes noche y hemos quedado varios amigos para vernos en el pretil del paseo marítimo, frente al Copo. Nos reuniremos toda la peña, pues nos mola cantidad, cuando la noche haga su entrada oficial, ya que sólo las luces artificiales pueden ser testigos de nuestro vuelo de aves nocturnas. Somos noctámbulos por naturaleza y la luz del día no va con nosotros. Con ella, nos sentimos desmotivados para pasárnoslo en grande. Hemos de tener fuerzas, pues aún somos jóvenes para aguantar la marcha de toda la noche: bebiendo, fumando tabaco o lo que se tercie y, ya lanzados, entrar en ese maravilloso mundo del sexo que tanto ansiamos y que, junto al mar, se hace aún más dulce y meloso en nuestros cuerpos, donde el deseo campa por sus fueros…
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Peinados de todo tipo muestran nuestros encuentros: rastas, rapados, pelos hincados, despeinados a gogó, desmelenados agresivos… hacen que seamos y constituyamos una gran tribu urbana con nuestra indumentaria, nuestro argot, nuestros ritos modernos a la hora de saludarnos y de divertirnos, de beber o de tener relaciones íntimas. Sabemos marcar perfectamente las diferencias con otras tribus urbanas de nuestro entorno, que por cierto son las que nos mantienen. Nosotros pertenecemos a una clase media-alta y nuestros progenitores no quieren que pasemos fatigas ni calamidades. Nos tienen metidos en una urna de cristal, en una pompa de jabón, con el fin de que no suframos… Por eso guardamos todas nuestras fuerzas para divertirnos y pasárnoslo bien, pues la vida es corta y hay que aprovechar cualquier momento; y más ahora que somos jóvenes y los achaques de la salud y de la edad no han arribado a nuestro cuerpo… Pensamos, equivocadamente -según nuestros viejos-, que no van a llegar nunca…
Pero no nos pongamos melodramáticos, porque ya van llegando mis compadres. Nos saludamos, como buenos colegas, con un apretón de manos o un fuerte golpe en la espalda. Si es chica, mediante un par de besitos en las mejillas… Somos colegas que venimos al ineludible deber de divertirnos y contribuir a marcar las diferencias oportunas con las generaciones que nos precedieron. Ellas no sabían divertirse y no tenían tan a la mano el alcohol, el tabaco, el sexo y la droga, ingredientes indispensables para disfrutar del momento y del lugar de una manera total…
Ya hemos hecho acopio, en los grandes o pequeños almacenes, del líquido vital que soltará nuestras lenguas aún más y, en especial, las de los tímidos, que necesitan ese impulso externo para desinhibirse de traumas y complejos infundidos desde muy pequeños. Van apareciendo caras esplendorosas con bolsas en la mano, que traen en su interior lo más preciado. Nadie ha olvidado el alcohol, que sirve de comodín con otras bebidas, para que el cubata, el calimocho, el vino peleón, la Coca-Cola o la Fanta, incluso la cerveza fresca, sean nuestra auténtica gasolina, pues la noche es larga y hemos de estar preparados para ello.
Tras los saludos y frases de rigor, van llegando también las chicas que, mediante unos amigos, hemos invitado; pues la fiesta no sería tal si ellas no vinieren a acompañarnos. Las hay de todo calibre físico y emocional: unas más tímidas; alguna que otra más echada para delante, que será la líder y la que motive a sus compañeras para que, poco a poco, nos vayamos emparejando y lleguemos a la relación íntima total, que es, al fin y al cabo, lo que vamos buscando todos, especialmente los varones, por aquello de la testosterona; pero que, gracias a la orquestación de todos los medios de comunicación actuales, va penetrando poco a poco en el alma femenina, ¡a ver si se consigue!, para que sea ella el anverso mimético de la libido masculina…
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No creo que por ello estemos equivocados, pues en realidad somos fuertes y saludables; y con nuestro cuerpo y -eso que dicen algunos- nuestra alma, podemos hacer lo que nos venga en gana, lo que queremos; pues nuestra libertad e individualidad es sacrosanta y no debe mancillárnosla nadie (bien que lo dice nuestra Constitución).
Se va caldeando la noche. Los presentes, a pesar del fresquito playero que nos circunda, exportan calor y alegría, gracias a la energía que nos proporciona la bebida y la droga, legal o ilegal -qué más da-, que nos hace ser más temerarios, más audaces en nuestras conversaciones, en nuestras decisiones y peticiones; por lo que se consigue un ambiente más franco… Ya se van formando parejitas que únicamente quieren tener intimidad a la vera de la playa, con el mar como único testigo; y esas lánguidas y monótonas olas que, con su ir y venir, con su susurrar perpetuo, nos envuelven, nos acucian más en nuestros deseos incontrolados; que ya por fin, esta noche, una noche más, se van a hacer realidad. Tendremos relaciones íntimas para que así no nos sintamos marginados ni bichos raros. Hemos de realizarnos plenamente, especialmente en ese campo, como nos están pidiendo continuamente las series de televisión, las películas y la propia vida que nos envuelve. No debemos ser acreedores de traumas insatisfechos que luego, más adelante, nos vuelvan neuróticos y precisen la consulta del psicólogo o psiquiatra -al igual que nuestra anterior generación del confesor-, para contarle nuestras cuitas; y nos cure de ese mal que no supimos encauzar pronto y en su momento, como todo hijo de vecino…
A mí me ha gustado una chica de pelo rubio con unos inmensos ojos glaucos. Hemos parlamentado muy buen rato; nos hemos ido separando del grupo y hemos buscado un lugar abrigado, pero abierto a nuestros deseos de felicidad, con el fin de completar el ciclo nocturno y ser protagonistas directos de nuestro bienestar físico y psíquico… Nuestra relación ha funcionado perfectamente. Hemos sido el uno para el otro, con gemidos de amor entreverados de luna y olas. Creo que voy a repetir cuantas veces pueda esta relación tan simétrica, que esta noche se ha colmado.
Charlando luego con mis amigos, cada uno me cuenta su periplo sexual al más sincero modo y expresando sus más íntimos deseos y concesiones…
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Son las ocho de la mañana y hemos de ir a descansar a nuestras respectivas casas, donde nuestros sufridos padres –más, seguramente, madres- habrán desistido de esperarnos toda la noche. Desayunaremos y dormiremos hasta bien entrada la tarde. Nos despertaremos y ya tendremos la comida a punto, gracias a nuestras incondicionales madres, a quienes tanto debemos y tan poco sabemos agradecer.
¡Qué feliz me siento después de haber disfrutado esta noche de botellón, donde el placer y la dicha salen por todos los poros de mi piel…! ¡No deseo que este verano, este período tan productivo de felicidad, sea tan corto; pues pienso que hemos venido al mundo a pasarlo bien y a olvidar penas y problemas ajenos, que a nosotros no nos incumben…!
Torre del Mar, 20 de agosto de 2006.