08-11-06.
LA TRÁGICA VIDA DE UN JESUITA DE LAS ESCUELAS
Sólo faltaban unos días para que comenzase el nuevo curso. El padre Prefecto nos había pedido que regresáramos antes que el resto de compañeros para echar una mano al personal de servicio en la puesta a punto de los dormitorios, las clases, y los campos de juego del colegio. Sin profesores, sin horarios y sin estudios, la vida allí era maravillosa. Bromas, paseos y holganza general. Dos alumnos, subidos a una escalera, pintaban, sin prisas, los palos de una de las porterías del campo de fútbol de la Segunda División. Otros cuatro o cinco transportaban somieres y pupitres, cantando la canción que los porteadores repetían infatigablemente en una película de Tarzán: «¡Mau, mau, mau! ¡Mau, mau, mau!». El joven curilla que los acompañaba compartía la alegría y el buen humor de los muchachos. Cuando alguno se cansaba de acarrear trastos, pedía permiso y se escaqueaba un rato a descansar y a fumarse tranquilamente un cigarrillo en compañía de algún compinche que se añadía a la fiesta.