Entrevista a Sebastián Rodríguez Espinar

Publicada en Úbeda información, el 29 de octubre de 2005, página 11.
 
Catedrático de Orientación Educativa en la Universidad de Barcelona.

 

Casi cuarenta años de ejercicio profesional y otros diez de preparación para ejercerla avalan la trayectoria de Sebastián Rodríguez Espinar. Con motivo de la Asamblea anual de la Asociación de Antiguos Alumnos de la Escuela Universitaria de Magisterio de la Sagrada Familia de Úbeda, dará una conferencia sobre “La calidad de la educación en el siglo XXI”. El catedrático de la Universidad de Barcelona nos adelanta su visión sobre el sistema educativo.

 

Últimamente todas las reformas educativas se hacen en nombre de la calidad. ¿Acaso la calidad no se ha convertido en un tópico político?
Ciertamente se dice que la bandera de la calidad tiene enganche político. El debate sobre la misma emborrona miles de páginas que, con demasiada frecuencia, tienen escasa profundidad. Tal vez sea porque al hablar de calidad de la educación, todos queremos elevar a categoría nuestra propia experiencia o visión de la educación. En la propia denominación de las leyes se ha observado el propio peso de lo político.
¿No le parece que últimamente ha habido numerosas y distintas (por no decir opuestas) reformas educativas?
Tal vez seamos un país de reformadores (a veces de chapuceros). Es evidente que en educación las prisas no son aconsejables. Los grupos políticos de nuestra aún joven democracia tienen en la educación un elemento de identidad y no han dado el paso de considerarla “cuestión de estado”. Hasta ahora hemos sido incapaces de experimentar con rigor los cambios y decidir sosegadamente las mejoras sobre lo experimentado.
¿Cuáles serían las actitudes básicas de todos los protagonistas de la educación para asegurar su calidad?
Podemos resumirla en una: la de considerar que hay múltiples protagonistas que han de ser escuchados. Las administraciones públicas y los profesionales de la educación no son los únicos protagonistas. La sociedad también ha de vertebrar sus opiniones y comprometerse y, en este sentido, los medios de comunicación deberían jugar un papel más visible. Bien es cierto que la experiencia nos dice que “vende más” temáticas banales (léase del corazón) que temas como la educación. No es una cuestión de divertido o aburrido, sino de importante o no.
¿Qué ventajas o qué inconvenientes tiene la competitividad? ¿Se imagina una liga de fútbol sin competitividad? ¿Se puede aplicar ese concepto en la formación de los alumnos?
Varias preguntas unidas. Si Ud. va por la idea de los “rankings” de las instituciones (sobre todo de instituciones de educación superior), mi respuesta es clara: no está demostrado que contribuya a una mayor calidad de la formación impartida. La competitividad ha de establecerse en el ámbito de la mejora continua de la propia institución, del deseo de alcanzar objetivos de mayor calidad. Estos son los enfoques en los que la evaluación es asumida como una vía para ir más allá. Los informes que se quedan en marejada informativa (p. ej., Informe Pisa) no van a ninguna parte.
Con relación a la competitividad entre alumnos de una misma clase, sinceramente creo que el mundo necesita más de colaboración y solidaridad que de zancadillas para adelantar a otro. Evidentemente que el deseo de superación ha de cultivarse, pero una superior en la que el referente es “nuestra propia marca anterior”.
¿Qué influencia tiene la calidad del medio educativo en la formación del alumno?
Si entendemos por medio el conjunto de factores externos a la propia institución educativa (medio familiar, social, cultural, económico…), es obvia su influencia. Si bien es cierto que en ocasiones “medimos” la calidad de este medio con indicadores poco válidos. ¿Qué indicador sería más interesante: el nivel de estudios de los padres o el nivel del interés por que sus hijos adquieran una buena educación? Se me puede contestar que van unidos. Mi respuesta es que la unión es menor de la que se cree. Tal vez yo no estaría delante de Ud., ni muchos de mis antiguos compañeros de la SAFA serían profesores, si el indicador hubiera sido el nivel de estudios de los padres (mi madre a dura penas pone su nombre); pero nuestros padres tenían matrícula de honor en la actitud ante el bien que representaba la educación.
¿Y los profesores? ¿Cuánto pueden influir en el rendimiento escolar, en la formación del estudiante y en su responsabilidad?
Protagonistas indiscutibles, aunque los principales son el alumnado. Estamos asistiendo a un peligroso “desgaste” de la figura del/de la profesor/a. La enseñanza no puede ser el refugio de los que no encuentran otra ocupación, ni sus profesionales pueden estar desasistidos del respaldo de la propia sociedad. Hay que pensarse dos veces elegir la profesión docente, pero a aquellos que la elijan hay que darles una formación acorde a los roles y funciones que han de desarrollar en el siglo XXI. Ha pasado, si es que estuvo vigente en otro momento, la función de instruir (enseñar) y no puede perderse la de educar. El aprendizaje es lo que importa y el protagonista del mismo es el estudiante.
Uno de los fines de la educación es dotar a los alumnos de las habilidades necesarias para aprender a aprender. ¿Cómo se consigue esto, cuando el alumno no quiere aprender?
La segunda parte de su pregunta me sorprende. ¿De verdad cree Ud. que los estudiantes no quieren aprender? Creo que lo que ocurre es que no les interesa lo que, en demasiadas ocasiones, queremos (por mandato) que aprendan. Precisamente el principio o slogan de “aprender a aprender” pone de manifiesto que, dada la caducidad de buena parte de los conocimientos, la importancia no ha de ponerse en la “cantidad de saber a almacenar”, sino en desarrollar en los estudiantes una serie de competencias necesarias para convertirse en autoaprendices. Convertir al estudiante en protagonista de su aprendizaje es un reto nada fácil que hemos de afrontar los profesionales de la educación.
Los contenidos de aprendizaje están regulados en un programa previo. Hay alumnos que los asimilan totalmente, y otros, apenas. ¿Cómo se puede armonizar esta discrepancia?
¿Por qué tantas regulaciones previas? Parece como si el de arriba se instalara en la desconfianza permanente con respecto al de abajo (puede aplicarse a todos los niveles: del Estado con respecto a la Comunidad Autónoma o del profesor respecto a los estudiantes). Por supuesto que ha de existir discrepancia si pretendemos que todos aprendan lo mismo y, además, ¡de la misma manera y en el mismo tiempo! La atención a la diversidad a veces la convertimos en un discurso vacío, cuando en realidad es el reto del siglo XXI: ha de procurarse que cada persona alcance el máximo desarrollo de su potencial, pero esto no significa que todos hayan de llegar al mismo final. Una voz de alerta: parece razonable exigir que después de 10 ó 12 años en la escuela no se salga de vacío.
La formación integral del individuo requiere unos ideales en los diversos campos del saber y del creer. ¿Conviene formar ideológicamente al alumno de una manera abierta, o intencionada?
Su pregunta apunta “al fondo de la cuestión”. Cómo negar los valores en educación. Cómo negar intencionalidad al hecho educativo. Ahora bien, la cuestión estriba en identificar los referentes de los valores para diseñar los objetivos educativos de un sistema. Con demasiada frecuencia, la inercia, la tradición o la presión de determinados grupos quiere hacernos ver que lo bueno sólo está en su lado. Ante la reflexión sobre el ser humano como tal se empequeñece cualquier ideología o adoctrinamiento. Educar en la libertad (con mayúscula) no es tarea fácil, pero tal vez sea lo único que ennoblece la profesión docente. Digo bien, profesión, la afición es otra cosa.
Por último, ¿cuál ha sido su experiencia educativa más interesante?
En una trayectoria de 40 años de ejercicio profesional y de casi 10 de preparación para ejercerla, las experiencias educativas interesantes son numerosas. Aunque le parezca petulante (no es mi intención) siempre deseé estudiar lo que estudié y dedicarme profesionalmente a la educación. Sin duda alguna mi formación inicial en la SAFA de Úbeda constituyó un punto de partida de privilegio para lo que se llevaba en el momento (1956-1966). Por otra parte, desde mi primera experiencia como maestro nocturno de alfabetización de un grupo de jóvenes (se dormían a veces sobre la mesa ya que su trabajo se iniciaba a las siete de la mañana) hasta la última clase de esta semana en la Facultad han sido ocasiones de aprendizaje y de satisfacción. He intentado no defraudar a quienes en un momento determinado me confiaron tareas y responsabilidades que han contribuido a mi desarrollo personal y profesional.
 
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Publicado en: 2005-11-01 (58 Lecturas).

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