Educar en la diversidad

En el año 1990, la investigación que el doctor en Pedagogía, Miguel López Melero, venía desarrollando sobre la educación de niños y niñas con síndrome de Down, se convirtió en un proyecto cooperativo de la Universidad de Málaga, del Servicio de Neuropsicopedagogía del Hospital Bambino Gesú, de Roma, y de la Universidad de Bolonia.

Desde entonces, el Proyecto Roma (en Italia se le llama Proyecto Málaga) se ha centrado en la búsqueda de estrategias en los distintos contextos (familia, escuela, entorno) para superar las dificultades de enseñanza-aprendizaje y mejorar las condiciones de calidad de vida de las personas excepcionales ‑incluido el colectivo de inmigrantes cada vez más numeroso‑, actuando en las dimensiones del ser humano desde su primera infancia: lenguaje, procesos cognitivos, afectividad y autonomía.
En la actualidad, se ha extendido a otras Universidades del Mundo: Mendoza (Argentina), Belo Horizonte (Brasil), Guadalajara (México), La Habana (Cuba)…, ofreciendo una nueva visión de la Educación en el entorno escolar, familiar y social.
Los principios del Proyecto Roma, al que pertenezco desde sus inicios, son los de la cultura de la diversidad, en los que los educadores debemos inspirarnos para desarrollar nuestra labor educativa.
Afortunadamente, cada vez más ‑sobre todo en la escuela pública‑, se van superando los esquemas pedagógicos del pasado, y la filosofía de la diversidad, poco a poco, se va introduciendo en la vida de los Centros donde, en determinados casos, el número de alumnos inmigrantes supera a los españoles. Aprender en un ambiente cooperativo, no competitivo y más humano, es un principio ineludible, si queremos trabajar por un mundo mejor desde la docencia y la cultura. Las diferencias son innatas en el ser humano. El respeto, la solidaridad y la democracia no se enseñan, se deben practicar cada día.
Pocos discuten la mejora importante que la LOGSE ha conseguido en los Colegios de Infantil y Primaria. En la ESO (Educación Secundaria Obligatoria) es donde persisten viejos conflictos derivados de la difícil problemática de la adolescencia y la heterogeneidad en los agrupamientos.Enseñar en un grupo con grandes diferencias de capacidades intelectuales, distintos intereses y complejos problemas en el desarrollo de la personalidad, es muy difícil, si no se dispone de los recursos metodológicos que fomenten el trabajo en equipo, de técnicas que conviertan al alumno en protagonista y constructor de su propio aprendizaje, del conocimiento de los instrumentos de la evaluación como diagnóstico…
Conseguir que el aprendizaje sea interesante depende, en gran parte, de las metodologías, una de las claves de la motivación. Son las estrategias didácticas las que hacen interesante y atractivo el trabajo.Cuando el alumno manipula los contenidos, se le hace participar, proponer, criticar la planificación del trabajo… se le crea un ambiente cooperativo, reforzándole positivamente lo que es capaz de hacer y la motivación se convierte en un recurso profesional.
Es la señal que marca la diferencia. Ningún título académico confiere el don de la ciencia de enseñar a aprender. Esta difícil misión requiere otra preparación que, hasta ahora, nunca recibieron nuestros licenciados profesores de Educación Secundaria.
No se despierta el interés por aprender utilizando el examen como único instrumento evaluador. Hay que eliminar la competitividad y el fracaso de los menos capaces, teniendo en cuenta las causas de su desmotivación como primer diagnóstico de búsqueda de soluciones a su bajo o nulo rendimiento. Cuando pierden el miedo al fracaso académico, la autoestima se les refuerza y el camino se allana.
Para eso, hay que cambiar el concepto clásico de evaluación, otro de los grandes fracasos de la ESO, continuadora de los mismos sistemas de calificación anteriores a la pretendida reforma de la LOGSE. La mayoría del profesorado no tiene en cuenta los procesos, no analiza las dificultades, los procedimientos, la posibilidad de adaptar los contenidos… Sigue utilizando el examen como principal, a veces único, instrumento evaluador.
Hoy más que nunca, necesitamos prepararnos en el conocimiento psicológico de la etapa en la que trabajamos y en nuevos avances didácticos que tengan en cuenta los principios de la cultura de la diversidad, contrarios a la cultura del éxito o fracaso que nuestro sistema competitivo nos impone. Y esto no significa que olvidemos la realidad del mundo en el que vivimos; más bien formamos personas éticamente coherentes con los principios en los que creemos. ¿No era así en aquella inolvidable Escuela de Magisterio de Úbeda en los años sesenta? Muchos de nosotros, independientemente de nuestra evolución de ideas y creencias, aún nos sentimos orgullosos de los principios que tanto condicionaron nuestras vidas. La Asociación que hemos creado es buena prueba de ello.
La nueva reforma, que el Gobierno prepara, pretende solucionar los problemas con una tibia propuesta de formación del profesorado en nuevos métodos mejor relacionados con los intereses de nuestros adolescentes. Tampoco debe olvidar la disminución de la ratio y la adecuación de los sistemas de evaluación a los principios y finalidades educativas. Siceramente, creo que será insuficiente, aunque mejor encaminada que las medidas segregacionistas de la “ley de calidad”.
El Proyecto Roma sigue trabajando para que todas las porsonas, excepcionales o no, aprendan, en las etapas de escolarización obligatoria, de acuerdo con el ritmo que su capacidad les permita, con el derecho a ocupar el lugar que les corresponde en una sociedad cada vez más deshumanizada, y en la que, como decía Pitágoras, “educar no debe ser dar carrera para vivir, sino templar el alma para las dificultades de la vida”.

Publicado el 05-04-05. Lecturas: 61.

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