Arepito

Arepito sonríe bobalicón tras la ventana.
Le fascina el restallante sol asfáltico, allá, en lo más hondo del mediodía sureño.
Otros como él andan callejeando en la primevara.
Contempla fijamente el geranio reventón que cuelga en la terraza de enfrente.
Desde allí vino…
Nadie le llamó…
Lo sabe…

Abril fue lluvioso, inquieto hasta ensordecer en las cristaleras; no era fácil alimentarse, y aceptó de buen grado la hospitalidad; al principio era una fiesta continua, los cuatro se disputaban su compañía estupefactos, incrédulos, atónitos, agradecidos, sonrientes, paternales, educados, cariñosos y no sé cuantos epítetos más.
Arepito devolvía favor por favor, no se hacía rogar, aunque a veces tuviera que conservar las distancias, pero siempre, siempre, fue un compañero que sabía escuchar.
Para no ser una carga, nunca exigió un sitio en la mesa y realmentre se alimentaba de migajas, nunca hizo un desprecio a nadie, al contrario, repartía su necesidad entre los cuatro estudiantes.
Ahora…
Sólo tras la ventana…
Continuaba sin comprender su propia soledad.
Luis Miguel, que lo presentaba a sus amistades como un amigo del que se vanagloriaba y al que nunca dejó en mal lugar sonriendo a todos, también se ha marchado.
Todos se han ido…
Hasta Fernando que le aceptó todas las bromas, dejó la cama deshecha diciendo que volvería y no ha vuelto. Juan siempre puso música en la sobremesa relajando la tensión del fin de curso.
Bueno, Joaquín tuvo un mal momento y un día le zurró la badana; pero compensa ver cómo los demás salieron en defensa de Arepito.
Aunque no es muy efusivo también comió de su plato.
Arepito, bobalicón tras la ventana, tenía húmedos los ojos.
El restallante sol se ahogaba en la Caleta.
Enrojeciendo como sus ojos solitarios.
Conocí a Arepito y conviví con él durante unos días; como él, comí en la mesa de los cuatro estudiantes, y recuerdo cómo a veces escuchándome, doblaba la cabeza hacia un lado, dando a entender que comprendía mi tristeza, no atreviéndose nunca a interrumpir mis soliloquios.
‑Luis Miguel ‑le dije‑, cuando os marchéis, llévatelo a mi casa, seguramente le gustará el jardín.
***
No sé quién abandonó por último el piso. Nunca hay un culpable absoluto de nada. !!!Todo es tan relativo!!!.
Las ventanas de aluminio encajaban perfectamente, la única vía de escape por el lavadero quedó clausurada cuando alguien, o el viento, o la diosa fortuna dejó cerrada la puerta de la cocina.
Arepito, un ser salvaje por naturaleza, fue la excepción que confirma la regla, era sociable, educado dentro de sus limitaciones, le llamaban retrasado mental, parásito y otras lindezas, y sonreía siempre sin inmutarse.
“Si un gorrión se caga en tu hombro nada puedes reprocharle”. Nunca le enseñaron a utilizar el servicio.
En los días de soledad pudo más la tristeza que la sed y el hambre, aún pudo en ese tiempo, acabar con las migajas de las migajas; pero de las sonrisas y la voz solo quedó el recuerdo vibrando en las paredes.
Consumía las horas y su alma, casi ciego de mirar fijamente al geranio reventón de la terraza de enfrente.
De allí de donde vino sin que lo llamaran.
Lo sabe…
Pero no comprende.
Quizás el sol enfurecido de junio quemando sus retinas, quizás el miedo, el desengaño… nunca sabrá por qué.
***
Arepito pudo escuchar la cerradura, o un ligero temblor al detenerse el ascensor le advirtió.
El mismo día, con una hora de diferencia, los cuatro estudiantes volvieron al piso…
El orden de los factores no altera el producto…
Como dardo vengador, sacando fuerzas de flaqueza, casi ciego de rabia y de sangre, desde el rincón umbrío de los cortineros, extendiendo sus alas y poniendo todo el dolor en la punta del pico, Arepito, el gorrión Arepito, se ensañó certero en los ojos de sus anfitriones, dejandolos como pozos negros y sanguinolentos.
Quizás el último de ellos tuvo fuerzas para entreabrir la ventana del salón y pedir auxilio, quizás desde la misma ventana en que les sonriera por primera vez a los estudiantes, intentó alcanzar el geranio reventón de la terraza de enfrente.
Quizás aquella piel seca y putrefacta de gorrión que hay en la calzada de sol asfáltico, sean los restos de Arepito.
Los estudiantes solo dijeron incoherencias. La policía sin pruebas para detener al “maníaco” que pudo hacer aquello, archivó el caso.
Tan solo yo, quizás, comprendí la incongruente palabra que repetían los estudiantes. Arepito… Arepito… Arepito…
Pero solo quizás.

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