Úbeda de mis amores, 1

 

28-02-04.

 

[…] Esa Semana Santa, con apuros de conciencia, me dejé arrastrar alguna tarde al cine. Y devoto y audaz paseé a una niña, ocho años menos que yo… Muy bien vestía… Educada y tierna. Pisaba como los ángeles. Era mi tipo. Rubia, serena y esbelta. Exhalaba juventud y fragancias como si cada mañana se bañase en rocío de flor. Además. yo, a solas, la había descubierto y abordado. Con miradas fijas, duras, por el “tontódromo”, le hacía cambiar el paso, encenderse y bajar los ojos…

 

 

Unas veces Teobaldo y otras Bangueses me echaban una mano cuando ella llevaba carabina. Se me iba presentando coqueta y almibarada. Me llamaba Jesusito. Y en la Cultural se empeñaba en pelarme las gambas y ponérmelas en la boca como a un pajarito hambriento… A mi castellanía y ascética ignaciana no les iba tanto arrope…

Un buen día, como yo “ni arre ni so”, me echó a la cara la papeleta… Errar o quitar el banco… Porque en Úbeda, las niñas muy paseadas se quedan “mocicas viejas”… A mí me dolía dejarla írseme…Pero no me encontraba yo a punto para un compromiso en firme. Aparte mi salario, yo no había cerrado ni mi intención ni mi alma al sacerdocio… Ni había descartado definitivamente a Isadora.

Me tentaba pedirle una prórroga, un mes… ¿Qué es un mes, dos… o seis, en asunto tan serio…? Pero me temí entrarla, engancharla en el sine die de mi calendario. Y fui honesto. Y nos concedimos amigablemente carta de libertad… Y si algún día a mí me cambiasen los aires y me acrecieren la paga —si ella estuviera libre— yo volvería… (Siempre dejando puertas entornadas…). Mi sueldo deficitario no le importaba, que era hija de “papihonrado” con su cortijo y buen vivir…
La niña melosa y yo seguimos mirándonos con amor… porque era muy bonita, dulce y buena chica. A veces volvimos a pasear. Y coincidimos juntos en el cine. Tenía unas manos preciosas y muy suaves… Preciosos y dulces también eran sus labios…
En el colegio, en mayo, no había más flores que las de papel. Las que —ofrendas y propósitos— escribían los estudiantes. Las depositaban en una bandeja o en un buzón y se quemaban el día treinta y uno en honor de María… ¡Cómo me repicaban a mí —allá, en los hondos del corazón— los Mayos de San Zoilo y de Comillas…! ¡Cuántas flores y qué versos! En Úbeda también, cada División se consagraba a María con ruido y fervorines… La Segunda lo hizo el aire y al estilo del padre Wenceslao… Alguna pluma inquieta de mi “cantera” leyó con emoción sus propios versos. ¡De arte mayor, ya!
Mayo. Versos y flores. Luz y amor
Quisiera ser jardinero de mi propio corazón.
Y cultivar rosa blancas para ti, mi gran amor.
Me encantaría ser viento y en el arpa del juncal
tañerte versos y versos con fervor de madrigal.
Y hasta tu altar, Madre mía, soplar a las mariposas,
rizar el rubio trigal y mecer flores y rosas…
Y ofrendarte ¡tantas cosas…! en bandeja de cristal…
Estos y otros tanteos literarios se leyeron en el estudio de la División.
(80 lecturas).

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