Por Manuel Jurado López.
XVI
Nada perdura tanto
como tu sombra, tanto
como tu olor de rama
y yodo. Con tu ausencia,
la isla solitaria
es un antiguo alcázar
donde viven las nubes
que tejen las tormentas.
XVII
Yo quise penetrar
en la cueva profunda de tu nombre:
allí era el oleaje,
la escritura de barcos,
los hilvanes de azules
manzanas submarinas.
Te invoqué por tres veces
y tres negros silencios
me golpearon las sienes.
XVIII
Tendré que dar mordiscos a la luna,
a su luz afrutada
que penetra, ya tarde,
por los blancos visillos
donde un olor a lilas
recuerda que una mano
de piel rubia dispuso
sus pliegues, y se deshoja.
Tendré que dar mordiscos a la luna
para beber su zumo de mortaja.
XIX
Es tiempo de escasez.
Falta tanta alegría,
tantas inciertas noches
de palabras amables…
Tiempo de reparto
de bienes: un jirón
de niebla, algo de lumbre,
un libro descosido,
trozos de soledad
encima de la mesa
con pájaros -los dedos-
que apresan las migajas.
XX
También hay otras puertas
que dan al sueño eterno,
al arenal mullido
donde los pies mojados
no dejan huella alguna.
Puertas que llevan a una densidad
salada. Allí los sueños
se hacen grises mareas interiores
de islas que se inventan.