30-05-2009.
¿Qué Europa estamos haciendo? ¿De qué nos sirve? ¿Qué peligros acechan? ¿Qué Andalucía quedará para nuestros hijos y nietos?
(Texto de una conferencia pronunciada en vísperas de las elecciones europeas).
LA EUROPA DEL MULTICULTURISMO Y DE LA INTEGRACIÓN
Estamos entrando en una fase de grandes metamorfosis históricas. Más allá de Andalucía o de España, Europa es la nueva entidad de integración. Nuestra nueva patria común.
Europa nació en el intersticio belga, es decir, en una fisura entre el bloque germánico y el francés; por eso, cuando vino al mundo por el tratado de Roma, llegó desnudita, sin alma propia, ni definición cultural. Ahora está en fase de crecimiento y, con muchas dificultades, se va construyendo una personalidad, una forma de identidad propia. Es este un lento proceso histórico, impuesto por los ritmos de la historia.
Construir el alma de Europa
La nueva Europa no puede nacer de la evaporación de los valores particulares y específicos de los países que la integran. Europa se dislocaría si no tuviese en cuenta las realidades nacionales.
Los europeos del futuro pueden ser gente sin raíces, ciudadanos del mundo como los antiguos estoicos, y hoy meros productos de la globalización y de un panamericanismo consumista; común denominador culturalmente soso y desteñido.
El marco del proyecto de eclosión de la Europa que se está gestando no puede ser sino el de una sociedad multicultural.
Hasta ahora, en Europa nos estamos equivocando de filosofía. El derecho de voto y el pasaporte no bastan para hacer de un turco, un europeo. No ha bastado en Alemania. En Gran Bretaña los pakistaníes y en Francia muchos magrebíes se islamizan más cada vez, en vez de europeizarse. Los estados plurales, divididos en un mosaico de comunidades cerradas y cohesionadas por puros arreglos de modus vivendi, son inherentemente inestables.
Integración e integrabilidad
Para asegurar la convivencia armoniosa, hay que crear las condiciones de la integración. Eso demanda un ensanchamiento de las perspectivas morales de los que vienen y de los que acogen.
En la sociedad europea actual, se admiten las diferencias, pero se fabrican simultáneamente las diferencias, multiplicando las formas de discriminación y de exclusión, para que la pertenencia al espacio multicultural europeo no sea sólo de derecho sino también de hecho. Los grupos sociales deben poderse diseminar a través de las fronteras de los estados, lo mismo que las religiones y las razas, creando así las verdaderas perspectivas cosmopolitas. Para que se llegue a la estabilidad interna en la futura Europa, hemos de promover intensamente la interacción entre grupos culturales, eliminar las desconfianzas mutuas, reducir los prejuicios y crear bases sólidas para la cohabitación.
En la situación actual, lo grave es que algunos de los candidatos que se agolpan a las puertas de Europa, buscando un billete de entrada, no son capaces, ni mucho menos, de este gran salto moral para llegar a la sociedad estable del futuro. No son integrables por ahora y tienen que recorrer un largo camino para serlo. Nuestra buena voluntad no puede y no debe suplir esa exigencia. Si no es así, pagaremos caros la tontería y el error. Nosotros o nuestros hijos.
¿Qué quedará de la identidad andaluza dentro de 50 años?
El mérito de la descentralización en el Estado de las Autonomías
En un modelo multicultural, España, desde que el pueblo aprobó la Constitución, pudiera servir como modelo de inspiración para la nueva Europa.
Nuestro país es como una diligencia. Si todos los caballos están enganchados, si todos aportan su fuerza propia, el carruaje irá adelante y más rápido que si uno solo es el que tira, por muy fuerte que sea, y los otros van a remolque. Ese es el mérito y la ventaja del Estado de las Autonomías. Pero con una condición importante: que todos los caballos tiren en la misma dirección y no en orden disperso, porque si no, el carruaje se puede venir abajo como en Yugoeslavia.
¿Por qué voy a hablaros hoy de Andalucía?
Pues, mirad: es una señal de alarma de alguien que vive fuera de España, que quiere a Andalucía y a quien le duele Andalucía. Es necesario y urgente hablar de Andalucía en este momento, ahora que los nacionalismos rebrotan por todos los costados de España y cada uno tira de la manta para sí mismo. Tenemos que defender nuestra identidad. Nuestra manera de ser, de vivir, y hasta de divertirnos.
Por otro lado, Andalucía está atascada. Las cifras de paro y de desarrollo industrial y tecnológico lo demuestran tristemente. No es hora de recordarlas aquí. Pero sí de decir que para salir de esta situación, en la cola de España, Andalucía tiene que arrancar con sus fuerzas propias. ¿O vamos a esperar a que nos vengan a ayudar desde fuera?
Pero para defendernos, hace falta por lo menos autodefinirse, saber quiénes somos, qué tipo de identidad queremos mantener, en un estado plural, y quizás federal en el futuro. (¿Por qué no?).
Salvar la identidad andaluza en este momento no significa que tengamos que echar un pulso con Madrid, como otras autonomías lo están haciendo. Pero tampoco vale una posición sumisa, pasiva o gelatinosa respecto al Estado central.
Salvar la identidad andaluza es definirse con rasgos propios en el mundo globalizado de Coca-Cola, McDonalds y de inglés barato a la americana.
¿En qué consiste la especificidad andaluza?
Andalucía tiene que definirse para creer en sí misma, para quererse a sí misma. Andalucía sigue sin definirse, sin encontrarse a sí misma. No son ni Gala ni Chaves quienes nos van a decir lo que es Andalucía.
Pienso que Andalucía es uno de los sitios en donde mejor se vive del mundo, y creo poderlo decir por experiencia personal de vivir en otros países. (Me escribía hace algún tiempo el profesor Pedro Penalva, catedrático de derecho romano en Barcelona y granadino de origen: «Somos el pueblo más antiguo, original e ingenioso de Europa. La tragedia, melancolía y gracia del hombre andaluz, hacen de nuestro pueblo un pueblo viejo y sabio pero también alegre y tolerante».
La convivencia con los nacionalismos en España
La identidad andaluza es sociocultural. Se constituye en torno a una manera de ver la vida, y a una manera de vivirla y de gozarla.
Andalucía quizás sea la única autonomía verdaderamente capaz de multiculturalismo dialogante, sin una gota de etnonacionalismo. Un ejemplo de sociedad diferenciada y abierta, que se acomodaría muy bien, si hiciese falta, a un modelo de estado plural, como es Suiza.
Nosotros, los andaluces, no tenemos más reivindicaciones que estas:
1. Que nos dejen preservar nuestro núcleo propio y bien diferenciado de valores frente a la uniformidad, la globalización, y contra las tendencias al centralismo jacobino.
2. Defender nuestros derechos de equidad de trato con otras autonomías. No ser los graciosos de la trastienda de España, la gente del cortijo, la colonia económica para catalanes y vascos.
3. Atraer y crear el desarrollo científico y tecnológico. No solamente somos capaces de producir poetas, pintores, bailarines, toreros y artistas.
Unas reflexiones rápidas: ¿Dónde encontrar las raíces de nuestra identidad? ¿Qué Andalucía podemos reivindicar? ¿La del folclore, el flamenco, los toros, las sevillanas? ¿La de nuestra ya lejana historia?
Para empezar, ¿hay razones históricas para hablar de una especificidad andaluza?
Mirando al pasado, lo podemos afirmar. Nuestra genética de base es plural y compleja. Tenemos, con toda seguridad, en nuestro ADN secuencias genéticas de tartesios, iberos, fenicios, griegos, cartagineses y, ciertamente, de visigodos.
El nombre de Andalucía nos viene de los vándalos, visigodos ellos, que se implantaron en los actuales Marruecos y Argelia. A propósito de los visigodos, Manuel Olagüe ha expuesto una tesis curiosa e interesante en su libro casi clandestino, La revolución islámica en Occidente. Pretende Olagüe que los primeros invasores, los de la batalla de Guadalete que aprendimos en la escuela, no fueron moros como nos enseñaron, sino vándalos arrianos; y no árabes musulmanes.
Pero evoquemos primero la Andalucía romana. La Bética fue una de las provincias más florecientes del imperio romano y uno de sus centros de gravedad a lo largo de varios siglos de historia. Aquí tuvieron lugar acontecimientos políticos considerables, especial pero no exclusivamente, un siglo antes de nuestra era y dos siglos después. En la Bética nacieron pensadores como Séneca y su sobrino Lucano, y Columela ‑y más tarde Isidoro de Sevilla‑. Y emperadores de primera magnitud como Trajano y Adriano. La Bética se situaba entonces más hacia el poniente, hacia Córdoba e Itálica.
Con Roma sola no tenemos aún el ingrediente cultural, y quizás étnico, que da la clave última del ser andaluz. Los primeros verdaderos andaluces nacen en el seno de esa civilización única y refinada, que ha generado un mito persistente, considerable: el más brillante en el mundo árabe.
La dinastía de los omeyas viene al Sur de Hispania, una tierra que tienen por extranjera, y en la que sueñan como en un paraíso lejano de redención y de reconstitución. Una especie de USA para los europeos del siglo XIX. Y es que la familia de los Koraiches, que había intentado aplastar al Profeta por la fuerza, arrastraba a lo largo del tiempo ese pecado original del que tenían que redimirse. Paradoja de la refundación en Al‑Ándalus. Problema de legitimidad.
El más conocido exponente literario de la cultura andaluza es El collar de la paloma de Ibn Hazm, libro escrito hacia 1022, tras la invasión de los bárbaros integristas almorávides y la horrible guerra civil de 1010.
Los que hayan leído el libro de Ibn Hazm recordarán el canto a la grandeza perdida del califato y, en el capítulo V, aquella espléndida metáfora de la tristeza de lo que se pierde para siempre y no se puede volver a alcanzar. El amor apasionado a aquella joven que se le escapa, porque su bella silueta va esfumándose lentamente en un mágico atardecer del puente romano sobre el Guadalquivir.
Más tarde, Ibn Haldum (siglo XIV), importantísimo historiador y poeta, nacido en Túnez de padres sevillanos, pero que se dice y proclama andaluz, como lo hacen aún hoy muchas familias que viven en Fez, Casablanca o Meknes, es recibido con gran boato en Egipto por el solo hecho de presentarse como andaluz, que no lo era.
Los primeros andaluces, son ellos. Nunca realizarán sus sueños.
Andalucía es nostalgia, añoranza, saber de letras, sensibilidad de poetas. Eso es Granada, la mora, desgarrada y melancólica. Y Córdoba, la híbrida: mitad mora mitad castellana. No tanto Sevilla: la atlántica.
Andalucía es compleja y brillante. Y la doble alma andaluza está en su geografía mediterránea y atlántica.
Bien lo comprendió García Lorca en la Baladilla de los tres ríos, de la que he oído una sobrecogedora interpretación, cantada por Pepe Albaicín.
El río Guadalquivir
tiene las barbas granate.
tiene las barbas granate.
Los dos ríos de Granada,
uno llanto y otro sangre.
uno llanto y otro sangre.
Para los barcos de vela,
Sevilla tiene un camino.
Sevilla tiene un camino.
Por las aguas de Granada,
solo reman los suspiros.
solo reman los suspiros.
Hay al menos tres Andalucías. La de la ligereza y universalismo sevillano. La de la nostalgia y profundidad granadina. La de la alegre, culta y serena Córdoba.
La especificidad de la identidad andaluza
La identidad andaluza es más cultural que política: es pasado, no es futuro, no es proyecto político. Quiero decir que esta identidad no está construida en torno a un proyecto común de sus ciudadanos que dé cohesión a un pueblo, sino que es una manera de vivir.
Nuestra aportación andaluza, a la España plural, está en las raíces del alma: un toque de delicadeza de espíritu a la tosca Castilla. Pretender para nuestro nacionalismo una sustancia política, una forma de soberanía, es una necedad.
Las razones lingüísticas que invocan otras autonomías irredentistas, ni nosotros mismos nos las tomamos en serio
¿Se imaginan ustedes una lengua nuestra, si el andaluz fonético fuese transcrito sobre el papel tal como se habla? Sería probablemente más distante del castellano que la lengua galega. De hecho los andaluces somos los únicos españoles que escribimos de una manera y pronunciamos de otra. Curiosamente, como sucede con las grandes lenguas, que son el inglés y el francés.
¿Pero a qué vamos a ir nosotros con reivindicaciones de identidad lingüística? ¡Qué bromas nos traemos hoy con las lenguas! ¿Qué les parece a ustedes? Si en vez de decir en español: yo voy a Londres o a Burdeos, yo digo que voy a London, o à Bordeaux, se me diría que soy un petulante, un pijo. Hay que decirlo en español. ¡Bien está! Pero entonces, ¿por qué si se me ocurre decir (¡en español!) que voy a Lérida, a Gerona o a La Coruña, habrá quien me llame reaccionario y hasta quizás fascista? Para ser políticamente correcto hay que decir, como Dios manda, Lleida, Girona, y A Coruña.
El rol asignado a Andalucía en el marco geopolítico europeo. Sus oportunidades y peligros
Nos dicen que Andalucía está llamada a ser puente con el Islam. Muy bien. Nacida de mestizajes, la particularísima inteligencia social andaluza ha nacido en el diálogo con el otro a lo largo del tiempo. Como el cante flamenco, que brotó de las raíces orientales: Irán e India.
Es demasiado fácil proclamar esas grandes ideas de que Andalucía sea puente con el Islam, sin pensar ni en el cómo ni en las consecuencias.
Preguntas, surgen muchas. Por ejemplo: ¿Cómo situarnos ante el mundo musulmán y especialmente ante el islamismo radical?
Son más que evidentes las distancias sociales y jurídicas entre dos sociedades, cuyas diferencias no son ya solamente religiosas ‑lo que sería totalmente aceptable en una sociedad laica‑, sino también, y sobre todo, diferencias abisales en los sistema de valores. Ellos se acercan a nosotros por razones esencialmente económicas y no para compartir valores. ¿Vamos a admitir nosotros tener que compartir los suyos, los de la sharia?
Concluyendo
Siendo andaluces, hemos de formarnos una idea propia de la España y la Europa que queremos. Y no que nos lo den todo hecho, sin que tengamos nada que decir. No debemos aceptar que piensen otros en nuestro lugar, y nosotros ir a rastras de Madrid o de quien sea.
En lo que nos toca más de cerca a nosotros, andaluces y europeos, ahí tenemos la incorporación a Europa de la Turquía de hoy, que quizás abre la puerta a la del Magreb, mañana. Si nosotros no pensamos en estos problemas, si no los debatimos con altura intelectual y no con algaradas ni posturismos políticos; si no tomamos posiciones claras, alguien pensará y decidirá en nuestro lugar y quizás contra nuestros intereses.
La Andalucía replegada e intelectualmente mortecina debe abrirse a nuevos horizontes geopolíticos, porque detrás de Turquía viene El Magreb.
Así, nunca llegaremos a hacer una Europa, que no podrá ir más allá de un Mercado Común, ni dejará de ser un paraguas medianamente eficaz contra los intensos chaparrones que nos van a venir del exterior. No hablo de memoria. He sido invitado a cenar en casa de un ministro marroquí en un ambiente familiar e íntimo. Fui recibido con gran cordialidad. No puedo ser más preciso sobre lo que allí se dijo por razones evidentes. Lo que sí puedo deciros es la impresión que saqué aquella noche de otoño en Rabat. Salí pensando: «¡Menuda tarea la que le dejamos por delante a las generaciones de nuestros hijos y nietos, los pobres!».
No quiero terminar con palabras demasiado graves y solemnes. Los problemas son de primera magnitud. Afortunadamente, no somos nosotros los que tenemos que tomar decisiones. Pero sí nos toca pensar. De eso no podemos ni debemos eximirnos.
Terminaré, resumiendo.
Tenemos que esforzarnos por definir y defender los valores de Andalucía, para sacarla de su letargo y del subdesarrollo. Y por el porvenir de nuestros hijos y nietos. Pero conforme a nuestro peculiar genio, sin perder el buen humor y la alegría del vivir.