Vicisitudes de la vejez, 37

Mis nietas me han hablado alguna que otra vez de la catástrofe maltusiana: cómo la población mundial crecerá en progresión geométrica mientras que la alimentación lo hará en progresión aritmética, por lo que para 1880, según Malthus, habría una situación de pauperización o de hambre en la humanidad, por lo que se extinguiría. No ha pasado eso totalmente, hasta la fecha, pero hay demasiada hambre en el mundo por intereses espúreos y egoístas y nadie quita que con el tiempo se incremente, como lo estamos viendo hoy en día; y si encima lo estamos agravando con el cambio climático, la amenaza nuclear, la migración masiva y descontrolada, las guerras mundiales en activo (Ucrania y Gaza, entre otras muchas), etc.


Me viene a la memoria ciertos dichos de andar por casa que repetían siempre mis padres y abuelos cuando venía a cuento y que en mi vejez son como ascuas encendidas en mi mente, en concreto, dos: “Algunos se creen mierda y no llegan a pedo…”. “Algunos se creen águilas, cuando sólo son espantajos”… Los hay en los partidos políticos, como presidentes o mandamases de cofradías semanasanteras, o en la vida pública, en general, como jefes de negociado o jefecillos, mandos militares, presidentes de comunidades autónomas y de vecinos, etc., etc.
Me duele saber que en estos tiempos tan inhóspitos que nos ha tocado vivir, una observa que demasiados abuelos tienen que ejercer o actuar de padres, mientras algunos padres lo hacen de abuelos…, consintiendo en demasía. Es, en definitiva, un mundo al revés el que hoy pulula a mi alrededor… ¡Pobres abuelos, qué papel tan duro les ha tocado…! A mí -que ya lo veo todo con el despego de una bisa (abuela)- me da grima y pena…
Estamos en una sociedad de locos, una sociedad, en definitiva, enferma, con múltiples e inoportunas llamadas telefónicas a los domicilios particulares a cualquier hora, muchas de ellas para engañar al usuario abiertamente; con los ciberdelincuentes tras cualquier pantalla para captar al incauto; con la adicción a las pantallas desde niños muy pequeños hasta ancianos que tanto se palpa; con la droga por doquier… ¡Cuánto añoro la tranquilidad de antaño cuando vivíamos sin teléfono, sin correo electrónico (con las cartas manuscritas o mecanografiadas nos bastaba…), sin internet, para que no se nos nublara la mente con tanto estímulo y noticias falsas (fake news)! Entonces sí que te podías ir tranquila a cualquier parte, segura de que no te iba a molestar nadie. Hoy no. Nos han metido el estrés en vena con tanto estímulo tentador de imágenes y noticias impactantes que ya nadie tiene descanso…
Desde la atalaya de mi vejez prolongada (y, según dicen, sabia, no quiero ser engreída ni creérmelo), puedo apreciar la falacia en la que cayeron muchas mujeres de la generación de mis hijas y nietas que, porque habían conseguido un trabajo remunerado fuera de casa, creían (ilusas ellas) que ya habían encontrado la liberación total del hogar. Luego, se han dado -y se están dando- cuenta de que han caído en una ratonera o trampa: creer que al casarse con un hombre moderno, éste asumiría el papel de amo de casa al 50%, en todas sus ocupaciones, al alimón con ellas, pero han sufrido en sus propias carnes que eso no era así, puesto que son ellas las que suelen tener dos trabajos, por partida doble: uno fuera de casa (que gracias a Dios se le remunera y le libera de ciertas dependencias y esclavitudes) y otro dentro del hogar del que no le suele liberar nadie, a no ser que pague a otra mujer para realizarlo y le abone económicamente, en consecuencia, sus servicios, detrayéndolo de su primer trabajo remunerado. Pero la preocupación por los hijos, el no desconectar nunca de la casa, la prole y la familia, en definitiva, etc., etc., no va a cesar, a no ser que en contados casos el hombre o pareja que esté al lado sea muy especial, pues la gran mayoría de varones cree que hacen algo porque están a ratos con sus hijos o los llevan de paseo en la mochila o en el carrito, lavan los platos o realizan alguna que otra cosilla en el hogar, consiguiendo así la cuota establecida de ayuda que necesita la mujer, pero cuando están enfermos los hijos, el marido, los padres, los nietos o ella misma… y en otras incontables ocasiones son ellas las que están al pie del cañón, mientras el padre suele estar ausente, desaparecido o algo más… Luego, toda esa descompensación de roles y trabajos mantenida durante mucho tiempo, la mujer la acusa en su cuerpo, en su sistema nervioso, siendo más propensa a tener padecimientos físicos y psíquicos de mayor o menor importancia, en general, recompensando la situación a base de pastillas y ansiolíticos, buscando la química en los medicamentos para paliar la falta de ayuda y previsión del varón con el que se acuesta o convive… Un engaño total -que diría mi madre-, cuando se dan cuenta que ya es tarde o hay que volver a empezar con otra pareja o marido para probar si nuevamente se equivocarán o no… Un desengaño total que no tiene nombre y cada mujer que lo pasa quisiera aconsejar a sus hijas (o hijos) para que no lo ocurriese a ellas, especialmente, pero tendrán -por desgracia- que equivocarse para aprender y rectificar, cuando sea posible…
También me di cuenta (no demasiado pronto) que a los hijos -e incluso hijas- no se les puede dar ningún consejo, llegada cierta edad. Si de pequeños todo son gracias y buenas resonancias, en cuanto empieza la adolescencia se acabaron confidencias y consejos y empiezan los problemas de comunicación entre ambas generaciones consecutivas, que ya se van agudizando conforme van entrando en la adultez, aunque algunas hijas, cuando son madres, se vuelvan a ellas para hacerles ciertas preguntas de embarazo, parto, lactancia o similares; aunque ahora con los pediatras e internet creen saberlo todo y lo tienen casi todo resuelto, o al menos eso piensan las nuevas generaciones, como si la educación de la vida estuviese contenida en un libro simplemente o en internet y no en lo vivido y equivocado de cada ser humano…
Y para terminar, contaré otra batallita de las mías. Cuando aún vivía mi madre, mientras habitábamos ambas en la misma casa (antes se llevaba eso mucho, no ahora, pues el que se casa o rejunta, casa quiere para él solo y su pareja) hicimos obra y entre las muchas cosas que tiré a la basura fue una vieja canasta que ya había hecho todos sus servicios. Resultó que ella la vio allí y la recuperó para su casa, que era también la mía, a pesar de estar muy torpe, físicamente hablando. Por lo que no pudiendo contener mi característico genio y la rabia que me entró, la cogí de nuevo y la rompí ante ella, machacándola con mis pies para que no se pudiese recuperar jamás… Era -ni más ni menos- la manía de los viejos de no tirar nada y guardarlo todo. Caminito que luego he recorrido yo también cuando envejecía y que recorrerán mis hijas y nietas, aunque ahora lo vean como algo imposible o muy lejano…
Torre del Mar, 24 de julio de 2024.
Fernando Sánchez Resa

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