Recuerdos de un safista – 43: Los ejercicios espirituales (III)
En el tercer año nos comunican a los de la segunda división que podíamos optar por hacer los ejercicios espirituales o no. Al parecer, como nos dijo el Padre Oviedo, eran los nuevos aires que estaba insuflando el nuevo General de los jesuitas (no era un militar, no, es que así se denominaba al superjefe de la Compañía de Jesús) , el Padre Arrupe, un vasco que había estado en las misiones de Japón un montón de años, y que el rector de la SAFA, el Padre Bermudo, trasladaba con entusiasmo a su gestión.
Tras decirnos la buena nueva, nos dijeron que levantáramos la mano los que no quisiéramos hacerlos. Ojo, no los que sí querían (los elegidos de Dios) sino los que no querían (los réprobos). Hubo murmullos y miradas aprensivas. No sabíamos qué consecuencias tendría el significarse en el no. Poco a poco fuimos levantando la mano. Al final, un tercio de nosotros estábamos con el brazo levantado, esperando a ver qué pasaba. Pues no pasó nada, el P. Oviedo tomó nota y dijo algo así como “Vale…” Y no me arrepentí, pues mientras mis compañeros hacían lo que habíamos hecho los años anteriores, a los demás, para tenernos ocupados, nos mandaron a los respectivos talleres, que no es que fuesen una sesión de cine pero hacíamos algo que nos gustaba y sobre todo podíamos hablar entre nosotros.
No obstante, teníamos que asistir al menos a una charla diaria al final de la mañana. Pero el Padre Bermudo puso en marcha su peculiar impronta: en vez de un predicador luciferino, trajo a un cura misionero en Hispanoamérica, que nos habló de cómo llevaban el Evangelio a sitios donde el hambre, la violencia, la enfermedad, etc. eran el pan nuestro de cada día. Este cura vestía de paisano, con un jersey negro con cremallera, y no se recataba en denunciar la injusticia de esas sociedades, ni la explotación que los países ricos hacían de ellos. Fue un rayo de luz para nosotros, sobre todo cuando al terminar abrió un turno de preguntas. Comedidos, casi temerosos al principio, cuando vimos que ni él ni el Padre Oviedo nos reprimían lo más mínimo, nos lanzamos a saciar nuestra curiosidad y a conocer algo que ni sospechábamos que existiese. No hubo más límite que el timbre de la hora de comer, y cuando éste sonó remató su charla diciendo que él, antes de entrar en la Compañía (de Jesús, se entiende) había sido un alto cargo en la empresa de su familia y que cuando un cura le dijo aquella frase evangélica de que “el que quiera ser como yo, que deje cuanto posea y me siga”, le hizo caso y se plantó en el seminario diocesano de Deusto para hacer el noviciado.
Algunos años después, en el segundo rectorado del P. Bermudo, llevó a los compañeros de Maestría un sindicalista de la RENFE y otro de Abengoa, empresas que colaboraban con la SAFA para hacer prácticas y para ofrecer empleos a sus titulados. Pero estos oradores ni rezaron ni hablaron del cielo y el infierno, ni nos recordaron la existencia del demonio: hablaron del movimiento obrero cristiano, de la injusticia de las relaciones laborales en España y de la necesidad cristiana de cambiar esta situación. Nos informaron de la existencia de movimiento obreros de índole cristiana, como la Juventud Obrera Católica (JOC) y la Hermandad de Obreros de Acción Católica (HOAC). Años después, nos enteramos que al trabajador de la RENFE lo detuvieron los grises en la puerta del Colegio y lo llevaron a la comisaría que había junto a la Torre del Reloj, y que tuvo que ir el Padre Bermudo en persona para que lo dejaran marchar, con la condición de que se lo llevara en su coche a la estación de Linares-Baeza y lo metiera en el tren a Sevilla.
En una de las sesiones nocturnas y semiclandestinas que teníamos con el P. Diego O. en su camareta, oyendo música y comentando las noticias, nos desveló que el P. Bermudo era de familia adinerada, que debía heredar los cuantiosos negocios y propiedades familiares, y que pese a ser rico, inteligente, muy culto y bien relacionado, no sólo se había metido a cura jesuíta sino que se había implicado a tope en el movimiento obrero. Su autoridad moral hizo que para mucha gente fuese una persona que influyó de forma notable en su formación religiosa, moral, ética y social.
Cuando se convocó un referéndum en diciembre para aprobar la Ley Orgánica del Estado, las organizaciones obreras clandestinas se movilizaron por la abstención. La campaña del Régimen franquista era intensísima y amenazadora. En Magisterio había dos compañeros que estaban en la órbita de los movimientos obreros, y aparecieron un día con octavillas ciclostiladas pidiendo la abstención para repartirlas en Úbeda aprovechando nuestras salidas de los sábados y domingos por el pueblo. Los grises los sorprendieron en el barrio de San Millán, y se escaparon por pies, aunque los identificaron. Al poco, se presentaron dos policías en la SAFA. El P. Bermudo los recibió y evitó que se los llevaran detenidos, dando la cara por ellos, aunque no pudo evitar que fuesen expulsados a final de curso.
En esta atmósfera, la enseñanza religiosa que nos transmitían los jesuitas discurría por dos vertientes: la clásica, la de toda la vida, integrada por la práctica del ritual religioso católico (rosarios, misas, oraciones en el estudio, en la comida, ejercicios espirituales, el ángelus, etc.) a la que dedicábamos una hora diaria de media, completada con la transmitida a través de las clases de Dogma, Moral y Evangelio (en la que se esforzaban algunos Padres Espirituales bastante reacios al más mínimo cambio, como el P. Baena y el P. Calle) y la social, difundida a través de algunas homilías y actividades extra (incluyendo acciones convocadas por la JOC o visitas a su sede, en la parroquia de San Millán). A partir de 1968 se nos instaba reiteradamente a hacer apostolado en nuestros futuros centros de trabajo y a considerar la justicia social como objetivo prioritario.
Muestra del lío mental en que nos movíamos, eran las preguntas que le hacíamos al Padre Espiritual tras cada tanda de ejercicios espirituales:
—“Padre, ¿bailar es pecado?”
—“Padre, ¿hay que confesarse por coger la mano de una chica?”
—“Padre, yo ví una película 3R y no tenía nada.”
—“Padre, ¿es pecado besar a las chicas? ¿Y si no es en la boca?”
—“Padre, ¿leer novelas policíacas es pecado? ¿Y del oeste?”
Ya en 2º de Oficialía el acoso tenía carácter más trascendente:
—“Padre, ¿cómo Dios puede permitir tantas desgracias en el mundo?”
—“Padre, si Dios es tan bueno, ¿cómo puede mandarnos al infierno?”
—“Padre, si Dios sabe si nos vamos a salvar o no, ¿por qué tratar de evitarlo?”
En Magisterio, algunos ya ni preguntábamos…
(Continuará…)
Que memoria más prodigiosa que bien enlazado el contenido y como los hechos de esta época marcaron la ideología de un gran número de estudiantes
Fiel al zeitgeist.
Hola, José Luis. Tu artículo me ha llevado a buscar y releer el obituario de Bermudo que se publicó en El País (https://elpais.com/diario/1999/02/22/agenda/919638004_850215.html) en 1999. Yo dejé de ver a Bermudo en 1964, el mismo año que él se cayó del caballo camino de Sevilla, según supe mucho más tarde. El que yo conocí era un ser muy elitista. De tarde en tarde aparecía por los campos de recreo y enseguida era rodeado por algunos de nosotros haciéndole corro, a quienes nos contaba infinidad de historietas, pues era de verbo fluido y florido. Hacia frecuentes referencias al colegio sevillano de Portacheli, incluyendo anécdotas de algunos alumnos de la clase alta, naturalmente, que habían pasado por sus aulas (me acuerdo de alguna de Alvarito Domecq, el que sería célebre rejoneador). También nos dijo alguna vez que los jesuitas en Andalucía no solamente tenían la SAFA, sino también el citado Porta Coeli de Sevilla y el de El Palo de Málaga, ambos colegios ‘de pago’. Que los jesuitas tenían en Andalucía estos dos colegios se lo oí a varios curas a lo largo de los seis cursos que estuve en la SAFA de Úbeda.
Y acabo con otra anécdota. Entre 1965 y 1971 estuve en la universidad de Granada y allí encontré a un par de compañeros que había estudiado en Portacheli de Sevilla y a más de una docena que lo había hecho en el Palo de Málaga (no tenía entonces Málaga universidad y por eso estaban en Granada). Me resultaba difícil creer que ninguno, absolutamente ninguno, sabía que los jesuitas tenían en Andalucía una institución llamada SAFA con una veintena de centros y miles de estudiantes (a lo mejor los jesuitas de esos dos colegios se avergonzaban de nosotros, los pobres).
Gracias por tu crónica. A mí no me dieron elección sobre hacer o no hacer ejercicios.