Recuerdos de un safista – 43: Los ejercicios espirituales (III)
En el tercer año nos comunican a los de la segunda división que podíamos optar por hacer los ejercicios espirituales o no. Al parecer, como nos dijo el Padre Oviedo, eran los nuevos aires que estaba insuflando el nuevo General de los jesuitas (no era un militar, no, es que así se denominaba al superjefe de la Compañía de Jesús) , el Padre Arrupe, un vasco que había estado en las misiones de Japón un montón de años, y que el rector de la SAFA, el Padre Bermudo, trasladaba con entusiasmo a su gestión.
Tras decirnos la buena nueva, nos dijeron que levantáramos la mano los que no quisiéramos hacerlos. Ojo, no los que sí querían (los elegidos de Dios) sino los que no querían (los réprobos). Hubo murmullos y miradas aprensivas. No sabíamos qué consecuencias tendría el significarse en el no. Poco a poco fuimos levantando la mano. Al final, un tercio de nosotros estábamos con el brazo levantado, esperando a ver qué pasaba. Pues no pasó nada, el P. Oviedo tomó nota y dijo algo así como “Vale…” Y no me arrepentí, pues mientras mis compañeros hacían lo que habíamos hecho los años anteriores, a los demás, para tenernos ocupados, nos mandaron a los respectivos talleres, que no es que fuesen una sesión de cine pero hacíamos algo que nos gustaba y sobre todo podíamos hablar entre nosotros.
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