Recuerdos de la SAFA – 41 : Los ejercicios espirituales (I)
Cuando en mi pueblo me hablaron de la posibilidad de estudiar en la SAFA de Riotinto, dado que mi familia no podría costearme ni siquiera el Bachillerato Elemental, no sabía bien del todo qué era ese colegio donde querían que entrara. Sólo le habían dicho a mi madre que allí podría estudiar con beca, dadas mis buenas notas, y que con suerte, a lo mejor hacía un peritaje o hasta una carrera.
Cuando mi madre y yo tuvimos la entrevista con el Padre Gil, director del colegio, ya empecé a darme cuenta de cómo iba eso. Con mis doce años recién cumplidos, no entendí la mitad de las cosas que dijo ese cura, pero sí me percaté de su verborrea y de su autoritarismo, pues se dirigía a mi madre y a mí como vasallos, como a gentes inferiores a quien, si nos portábamos bien y hacíamos su voluntad, nos permitiría entrar en su reducto fortificado. Y todo entreverado con apelaciones al Altísimo: Dios lo quiere, Dios lo decidirá, si le asiste la gracia de Dios, todo está en la mano de Dios…
Indudablemente, la SAFA de Riotinto era un colegio religioso, pero luego pudimos ver que era algo distinta a otros colegios de la misma red jesuita, pues había nacido bajo el paraguas de la empresa minera, que había fijado claramente sus objetivos: mano de obra dócil y agradecida, bien preparada técnicamente y con garantía de nutrir los cuadros de la mina y sus instalaciones.
Aquello de que algunos alumnos especialmente brillantes fuesen desviados a Úbeda para hacer Magisterio fue una iniciativa del Rectorado del Padre Bermudo y pilló con el pie cambiado a la empresa, que mostró su desacuerdo y puso como condición que no superasen un cierto porcentaje del total de alumnos. Tampoco era cuestión de que una escuela puesta en marcha para dotarse de cuadros fuese a perder a los más capaces. Nunca dejó de ser motivo de confrontación, hasta que en 1967 dejaron de mandar alumnos a Úbeda a hacer Magisterio.
La SAFA de Riotinto naturalmente era un colegio de curas, pero estaba enclavada en una comarca poco adicta a la clerecía, donde incluso en los colegios nacionales, plagados de maestros de las Oposiciones Patrióticas (los antiguos Alféreces Provisionales de la guerra, que sin haber terminado los estudios accedían a la función pública como Titulados Superiores con un simple examen sobre los 25 puntos de la Falange y los dogmas del Movimiento Nacional) no era demasiado onerosa la presión clerical. Por eso no impusieron la misa diaria, pero sí abundantes actos religiosos (rosarios, ejercicios espirituales, etc.) y un permanente uso de jaculatorias (antes y después de comer, al empezar las clases, al terminarlas, etc.). Era llamativo el hecho de no tener una capilla propiamente dicha, por lo que los primeros años los actos religiosos se hacían en otras dependencias. Yo recuerdo las misas en el Salón de Actos en los días señalados por el calendario jesuita.
En 1964 el P. Rector consigue una subvención de 3 millones de pesetas del INV y obtiene el compromiso del Director de la Empresa, el Sr. De la Torre, para empezar de urgencia la construcción de la iglesia. En 1965 se pone la primera piedra y el día del Corpus de 1966 el Obispo D. José María García (no tiene nada que ver con el periodista de radio) la inaugura con gran boato, con la asistencia del Provincial de los Jesuitas, el P. Sobrino y el propio P. Rector de la SAFA. Esto da idea de la importancia de la obra.
En Cuaresma se organizaron unos ejercicios espirituales. A nosotros nos sonaba de algo, porque por esas fechas venían a la escuela del pueblo un par de curas jóvenes a dar unas charlas, y el Miércoles de Ceniza había una misa en la parroquia para todos los niños, con el párroco y los dos curillas. Pero pronto vimos que esto era diferente. Nuestro tutor de grupo, D. Esteban, nos dijo que era algo que había inventado el fundador de la Orden, San Ignacio de Loyola, que eran obligatorios y muy buenos para la salvación de nuestras almas, y algunas otras cosas que pronto olvidé. Empezarían el lunes y durarían tres días, durante los cuales no habría clases (un murmullo de entusiasmo corrió por el aula…), solo charlas religiosas y meditación (el murmullo cambió de tono, a peor…). Las charlas religiosas las impartían unos curas que venían de Huelva, enviados por el Obispado, y para terminar, dos jesuitas de la SAFA. Las de los curas onubenses eran deprimentes y giraban siempre alrededor de lo malos que éramos y que si no mejorábamos nuestra conducta nos quemaríamos eternamente en las llamas del infierno. Genial. Los jesuitas las hacían más amenas, porque no nos soltaban el rollo atemorizador y tremebundo, sino que nos hacían preguntas, y dialogaban, y hacían más llevadera la comida de coco. Pero el trasfondo, al final, era más o menos lo mismo.
Durante el periodo de ejercicios espirituales no se podía jugar, ni hacer deporte, ni hablar. Silencio absoluto. Claro, eso sólo durante las horas lectivas. En cuanto salíamos por el pinar, ya íbamos como cotorras, y no digamos nada en el pueblo.
No había sesión por las tardes, así que los de El Valle (nadie llamaba Riotinto a este pueblo, para todos nosotros era El Valle. Riotinto era el que estaba a medio camino de Nerva, junto a la Corta de La Mina, que iba comiéndose poco a poco al pueblo hasta su desaparición, dinamitado para dejar paso a la explotación del filón de cobre) se iban a sus casas a mediodía, mientras los de los pueblos nos quedábamos a comer y tras la comida podíamos irnos a casa.
Recuerdo que los de Nerva salíamos del comedor a la carrera, alocados, por el pinar abajo, atajando por las oficinas de la Compañía y cruzando las vías del tren por el puente de hierro jugándonos una dolorosa caída, todo para poder coger un tren que salía a las tres y algo, con lo que estábamos en casa a media tarde. Las prisas eran porque ya no había otro tren hasta casi las seis (que es el que cogíamos los días normales de clase)
Al final de los ejercicios, teníamos el Miércoles de Ceniza, que ese año contó con la presencia del Obispo. Llegó con todo el oropel, pasando por delante de las clases de Primaria y Oficialía, mientras todos estábamos formados en el pasillo, delante de cada aula.
Luego, pasamos al Salón de Actos, porque aún no habían construído la capilla. El Salón de Actos no era más que una nave enorme, con un escenario elevado poco más de un metro en uno de sus extremos, que a veces se ocultaba tras un cortinón de color indefinido. Aprovechando su muro lateral, por la parte exterior habían habilitado un frontón, donde aprendimos a jugar con las pelotas de tenis que nos conseguíamos en el vecino barrio de Bellavista, donde vivían los ingleses. Este era un barrio construido por la Riotinto Mining Ltd., luego rebautizada Compañía Española de Minas de Riotinto, para sus ingenieros y directores, todos ingleses.
La arquitectura era de estilo victoriano, con casas unifamiliares de dos tamaños (tres y cinco habitaciones), que contaba con un club, un pub (donde aún se conserva un letrero que reza “Men only”), una excelente biblioteca, dos salas de billar, una pista de tenis, una piscina, su propio cementerio ¡y hasta una capilla anglicana! (que el Obispo siempre se enfurecía con su vista, pero el gobernador civil le decía que así eran las cosas…). No viene mal recordar que una de sus más relevantes acciones fue allanar un terreno, donde en 1880 colocaron dos porterías de madera: el fútbol (football) había nacido en España.
Este barrio estaba murado, con dos entradas, que contaban con sendas garitas para los guardas, para impedir el acceso a quien no fuera residente (salvo las criadas y los jardineros…), y que colindaba con el campo de fútbol del colegio, sólo separado de ellos por la carretera de Zalamea. Para que quedase claro, el cuartel de la Guardia Civil se construyó delante de una de las puertas del barrio.
En el salón de actos se impartió una misa, presidida por el obispo, asistido por el Rector de la SAFA y cuatro o cinco curas más que habían venido a tan destacado acto. El Director de la escuela, el P. Gil, revoloteaba con sus ojos cetrinos, vigilándonos a todos desde su enorme estatura, y taladrando al que no mostrase bastante fervor y devoción. Terminado el acto, pasamos al comedor donde disfrutamos de un almuerzo como nunca hubiésemos imaginado (recuerdo que hubo filete empanado y de postre todo un señor flan). Tras las oportunas oraciones y Deo gratias, el obispo dio por terminada su labor pastoral y se despidió de todos los curas y de otros señores muy trajeados que no conocíamos. Un Seat 1500 negro le esperaba, con un chófer con gorra, y salió por el carril dejando una nube de polvo.
Así terminaron mis primeros ejercicios espirituales, que dejaron poca huella en mi caletre. Por eso, cuando llegué a Úbeda me sorprendió la enorme presencia de la práctica religiosa: misa diaria en ayunas, incluyendo confesión y eucaristía, rosarios, Vía Crucis, sabatinas, adoración del Santísimo, mes de María, ejercicios espirituales, etc.
(Continuará…)
Recuerdos de la SAFA – 43: Los ejercicios espirituales (III)
«Con mis doce años recién cumplidos, no entendí la mitad de las cosas que dijo ese cura, pero sí me percaté de su verborrea y de su autoritarismo, pues se dirigía a mi madre y a mí como vasallos, como a gentes inferiores…»
Tremendo ¿verdad? No por conocido y reflexionado durante más de sesenta años deja de impresionarme un párrafo como este. Gracias, José Luis.
La escena era tremebunda: una mujer joven, viuda, sin pensión ni ayuda de nadie, que se ve forzada a emigrar a Alemania y que antes de partir lleva a su hijo a ver si le consigue un futuro, vestido con la (en singular) camisa limpia, repeinado con jabón, mirando al suelo. Enfrente, un cura grande, que le sacaba la cabeza, vistiendo una sotana negra con un fajín en la barriga, en un despacho enorme, parapetado tras una mesa de madera con patas en forma de garras de león y sentado en un sillón castellano de respaldo de cuero y asiento de terciopelo rojo. Inolvidable.
Magnífico y conmovedor relato, José Luis, de tus años tempranos en la SAFA de Riotinto y, sobre todo, de tus primeros “ejercicios espirituales”. Antes de llegar a Úbeda (curso 1958/59) yo pasé dos años en la SAFA de Andújar, de la que guardo infinidad de recuerdos muy nítidos. Sólo quería decirte que yo también recuerdo con total claridad mis primeros “ejercicios espirituales” y el ambiente tenebroso y extraño de los tres días que duraban: ambiente idéntico al que tú describes con todo detalle.
Aunque reconozco que esa “práctica ignaciana” siempre me producía una cierta perturbación interior, los primeros “ejercicios espirituales” que viví con sólo 10 años en Andújar me impactaron de tal manera que, a fecha de hoy, recuerdo estremecido el miedo y el terror que dejaron en mi alma infantil las historias truculentas y pavorosas con las que nos ilustraron algunas sesiones, especialmente la dedicada al “Infierno”.
¡Ay, cuántos avatares insanos y cuánto miedo innecesario hubieron de vivir tan precozmente aquellas legiones de ‘héroes de pantalón corto’!
No abandones tus relatos, retratan fielmente la realidad de aquella época y ayudan a mantener vivas en nuestra memoria las experiencias que fueron decisivas en la construcción de quienes somos.
Como escribió Philip Roth, “No hay que olvidar nada”.
Un abrazo.