Por Mariano Valcárcel González.
Los cohetes y petardos de las celebraciones ya empezaban a quedar atrás, en esa noche olvidable qua había que celebrar por obligación, pues si no, no existías, no estabas, no eras normal.
La mañana se presentaba gris, aunque no desapacible. Ahora todo era silencio como si al traspasar la madrugada se hubiese traspasado un agujero negro que subsumiese todo en su profundidad. Ni motores de vehículos se oían.