Caras

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

«La cara es el espejo del alma».

Siempre se ha dicho. Como forma de justificar la intuitiva clasificación y calificación de las personas, a veces tan injustificada y apresurada, tan inconsistente. La cara, el rostro, su expresión, sus facciones, su estructura, la catadura (o caradura) en suma, como sistema objetivo de evaluación personal (por las personas y de las personas). Una vez determinado y decidido nuestro juicio, a ver quién nos apea del mismo.

Medir, calibrar, clasificar las cabezas y rostros ha sido cosa de científicos, de antropólogos, biólogos, genetistas, psiquiatras… Toda una pléyade dedicada a ello, especialmente sobrevenida cuando se ha tratado de clasificar a los humanos, fuesen primitivos o actuales. Y si interfieren teorías supremacistas, racistas, para qué contar, que ahí siempre hubo personal enfrascado en estos estudios con la absoluta determinación de definir cuál es la raza, de entre las existentes, superior (y por supuesto dejar bien señaladas las que son inferiores).

El determinismo científico se ha nutrido de estos estudios, derivando del naturalismo del siglo diecinueve y de la aceptación acrítica del darwinismo.

Entre los literatos de ese siglo, se llevó mucho la descripción física del rostro de sus personajes. Esa descripción llevaba implícita la bondad o maldad de los mismos. El escritor procuraba presentarnos a los sujetos más abyectos focalizando nuestra vista (es un decir imaginario) en su rostro, que nos lo decía todo.

Cuanto más, y para no quedar en una mera discriminación y degradación de ciertas capas sociales, se aducía que aquellas lacras evidentes con mirar esos rostros lo eran no por culpa de esas personas, sino por la influencia perniciosa de la sociedad en la que vivían.

Dejando atrás las que evidencian la existencia de enfermedades muy determinadas, de las que la alteración o modificación del rostro, de su color, de su expresión son diagnóstico cierto, hay caras que van anunciando a los cuatro vientos y que nos retransmiten sin hablar todo su mensaje.

Las expresiones emocionales, del estado de ánimo, son las más comunes. Dicen que esta capacidad es la que nos confiere el carácter humano por oposición a los demás animales. Reír o llorar mueven los mismos músculos faciales (eso lo saben bien los actores) y, sin embargo, es un solo detalle, un matiz del alma, del sentimiento, el que los hace diferentes. Luego vienen las expresiones de odio (con sus matices), la sorpresa, el miedo, el amor, la atención… Toda una sinfonía expresiva.

Hay rostros anónimos, genéricos, comunes, tales que pasan desapercibidos en general, que no nos dicen nada de lo anodinos que son; hasta son difíciles de clasificar. Suelen ser mayoría.

Hay otros que parecen hechos en el mismo molde, salidos de una misma fábrica, por las semejanzas que presentan, aunque se trate de personas totalmente desconocidas entre sí, de orígenes diversos y radicadas en lugares poco próximos. Los hay, y se nos hacen evidentemente sorpresivos cuando lo constatamos; ¿a quién no le han dicho alguna vez que se han confundido con otro u otra que era mismico que tú?

Y hay quienes llevan su rostro como cartel, como libro abierto que no hay siquiera que leer para saber lo que le pasa a esa persona, por dónde va su vida, lo que está sufriendo, las desgracias acumuladas en su existencia, la desesperanza, la humillación, la soledad o los tumbos de su mala vida.

Las ves pasando a tu lado cual cuerpos con una cabeza como prestada, que no debería ser la suya. A veces, te avergüenzas de fijar tu mirada sobre ellos, por cierto sentido de culpabilidad. Cada día son más. Piensas que esas caras debieron ser otras en otras épocas, cuando niños, de jóvenes, siendo adultos…, que en otros tiempos pertenecieron al grupo de rostros alegres, felices, que irradiaban optimismo y satisfacción, plenitud… Por ello, lo de rostros prestados.

Y ahora los miran y no los quieren ver. Algunos, en especial los que se andan en milongas del cuento y del engaño, desearían que no existiesen; y ello con tal fuerza que niegan sus existencia; pero por ahí van y se nos cruzan y, aunque no queramos verlos, los vemos. Negar lo evidente es para unos tan natural como hacerse con un dinerillo extra. Felices ellos.

Y están los rostros de Esperanza Aguirre y del “pequeño Nicolás”… Sin comentarios.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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