Si éramos pocos… parió la abuela.
Tenemos una serie de problemas encima que nos van a llevar a la debacle (y espérense ustedes, que está ahí la tan ansiada guerra contra Irán) y, sin embargo, desatamos polémicas, o las desenterramos, que son a la postre verdaderas idioteces, pero que nos sirven para ir llevando el circo de acá para allá y, así, distraemos la atención del personal. Y todos colaboran entusiásticamente. Muy listos.
Viene un académico a desmontar los tingladillos del lenguaje no sexista, desde sus aspectos lingüísticos, y se elevan al cielo las execraciones más fanáticas e interesadas posibles. Este señor, como ya hiciera otro académico en sus artículos, don Javier Marías, reiteradamente y otros más, no ha hecho ni más ni menos que poner en evidencia el despropósito en el que estos pretendidos manuales doctrinarios del feminismo incurren, sean o no bienintencionadas sus intenciones. Y es que eso de poner a la moda líneas doctrinarias que entran en la imposición fanática, porque así se abren puertas y caminos para que ciertos grupos tengan una razón de existir y de vivir del erario público, ha sido muy común en nuestros años pasados y pretenden que continúen siéndolo en los futuros.
Leído el informe de marras, a la cuestión del uso del idioma español no se le puede poner ni un pero. Y ese es el núcleo de su exposición científica. Y lo escriben y ratifican especialistas en el sector, académicos de la Lengua, que por algo deberán estar ahí. Y, con propiedad, el que presenta el informe se pregunta quiénes habrán acometido la misión de redactar esos manuales de concienciación/imposición de la corrección política aplicada al lenguaje, porque creo que se teme ‑y yo casi afirmo‑ que, a quienes se encomendó tal tarea, les casa más su pensamiento doctrinario radical (y por lo tanto, político) que sus capacidades y conocimientos en el área de la filología española. Vamos, no creo yo que Micaela Navarro, por poner un ejemplo, tenga un nivel académico como para defender, o exponer con conocimiento el tema a nivel de lingüistas. Será todo lo política que se quiera permitir, pero no la más adecuada para entrar en estos temas y bajo esos parámetros. Por lo tanto, imponer unos criterios que claramente chocan y se contradicen con el uso normal, común y establecido de nuestra lengua española es algo que no sólo sobrepasa sus capacidades, sino que sobrepasan también las libertades individuales y colectivas de nuestra sociedad.
No niega, el autor del informe, la problemática que afecta al colectivo de mujeres en nuestra sociedad. En muchos niveles, casos y términos. Es real. Y es por donde se debía haber empezado y hecho el mayor esfuerzo y no en la hojarasca, las bambalinas y el atrezo superficial de unas formas ridículas e impuestas a niveles administrativos, a veces hasta risibles e inviables para el normal desarrollo burocrático. Es en los problemas reales, como el de los contratos y salarios discriminatorios (que persisten y no se atajan); en los despidos improcedentes, cuando la mujer queda embarazada; en las actitudes machistas de empleadores y jefes (e incluso vejaciones y acosos) tan frecuentes y permitidas; en las dificultades para la verdadera promoción laboral y social que la mujer todavía aguanta (que no se arregla ni con esas paridades tan injustas, ni con imposiciones ad hoc), etc., etc., por donde se debería haber empezado e insistido de manera radical y sin desmayo: en la mejora real de la mujer a todos los niveles.
Se informa que en nuestros días, ya en el segundo decenio del siglo XXI, los adolescentes y jóvenes todavía siguen e incluso aumentan los roles machistas y de sumisión de la mujer que tuvieron sus abuelos. Consideran que esa situación es normal, que el varoncito prepotente debe ser objeto de admiración y su chica cree que debe ser así, que él manda “porque la quiere mucho” y, supuestamente, ellas desean ser protegidas (ven la fortaleza de su macho) e incluso “dominadas”. Se cosifican. Y se repiten, entonces, los moldes ya arrastrados. Entonces, ¿dónde está el trabajo, la labor, la eficacia de esos organismos oficiales (que mantienen a un sin fin de empleados) directamente implicados en esta problemática? ¿Es que con editar unos cuadernillos ya se justifican en su ineficiencia? ¿Pueden, con honestidad, incidir en el uso de un lenguaje absurdo (en aras a una supuesta no discriminación y visibilidad de lo femenino) como panacea universal, frente a la cruel realidad a la que se enfrentan y nos enfrentamos los que también tenemos conciencia?
Por favor, no seamos absurdos hasta la memez. Ya es hora de dejar de usar los estereotipos como coartadas que justifican nuestra pervivencia laboral (que a la postre, y si ahondamos en ello, será de lo que se trata). E ir al grano.