¡Qué país!

12-07-2010.
Hay que ver, y hemos visto, cómo se llenaban ventanas y balcones de banderas nacionales (españolas de la monarquía actual) por culpa de la actuación de la selección española de fútbol en el mundial terminado. Hay que ver cómo las gentes saltaban alborozadas y, terminado el partido victorioso, se lanzaban a las calles a vociferar, ondear la enseña dicha, cantar eso de… “Yo soy español, español, español…”, bajo melodía rusa y otras manifestaciones de entusiasmo patrio. Todo ello se ha visto.

Ahora viene la terrible reflexión.
Sólo y únicamente ante eventos de estas características somos capaces de reaccionar como un todo y con la unanimidad que da el entusiasmo compartido. Compartido por miles de personas ocupantes de territorio ibérico. Del norte y del sur, del este y hasta el oeste. Sin distinciones. Se ha llegado a mostrar esa foto del supuesto terrorista/separatista, enfundado en una camiseta de la selección futbolera española (por cierto, el uso de esa foto trataba de ser denigrante para el etarra, y ¿no, al contrario, debería haber sido toque de orgullo de los demás que así vemos afirmadas nuestras ideas?) y confirma lo que escribo.
También es cierto que muchas veces, cuando viajamos al extranjero, oír, ver, sentir a otros españoles, sean de donde sean, nos produce mutuo júbilo. Y los programas que las televisiones muestran de esos españoles y españolas por el mundo no hacen más que ratificarlo. Fuera se sienten españoles, más si cabe, y su recuerdo es recurrente; y recurrente es el utilizar la paella, el jamón y los cantes conocidos, se sea de donde se sea. Comparten así un sentido de pertenencia única e irrenunciable.
¡Pero en qué país estamos!
Todo eso se tuerce, se tergiversa, se desprecia en cuanto nos metemos en nuestras estrechas fronteras, llámense las mismas provincias, nacionalidades, comunidades históricas o leches en vinagre. Todo se destruye. Y se habrá de decir, bien alto, que por culpa de las ambiciones y no de las necesidades o de las realidades insoslayables. Las ambiciones de poder político, sean de partido, sean personales; los egoísmos ramplones alimentados, expandidos y rebozados de cascarillas identitarias, de supuestos derechos irrenunciables, con los que se manipulan a las gentes para que se crean tanta mentira; las falsificaciones, al fin, de la Historia, para hacerla coincidir con lo que queremos y no con lo que fue en realidad; todo ello conforma un caldo venenoso que se nos hace tragar día a día, para convertirnos en meros instrumentos, como escribo, de acceso al poder.
Innecesariamente se vino alimentando desde la izquierda un sentido del ridículo e incluso del desprecio hacia estas manifestaciones patrias (que no digo patrioteras), por supuesta oposición al patrioterismo vacuo y de tingladillo de la derecha. Mal lo han hecho, pues mal lo interpretaron; y llegó su doctrinaria intransigencia a olvidarse de que sus referentes ideológicos y hasta revolucionarios sí que alimentaron esos usos de símbolos, gestos y consignas ideológico‑patrióticas. Y a mogollón, por cierto.
Dar pábulo a estas equivocaciones más o menos voluntarias dio consecuencias indeseadas. Como en tantas cosas, dejar que fuesen consideradas como “de los otros”, vergonzantes, ha sido ceder ante el analfabetismo total sobre temas de sentido común a todos los españoles, de temas identitarios comunes, de pertenencias integradas y generosas, de conocimientos y mutuos beneficios. Tanto se ha destrozado, cedido, que ahora reconstruir será difícil. ¿Por qué se va a sentir un joven perteneciente a la nación llamada España, si no es por las victorias de su selección de fútbol y nunca por un ejercicio intelectivo de su voluntad…?
Un mal ejemplo lo encontramos en ese híbrido de político “no sé qué”, surgido de la miseria andaluza y trasplantado a la opulencia catalana, que se erige como President de todos los catalanes (y en su derecho está, pues votos obtuvo), más catalán que uno de Vic, pero al que por mucho esfuerzo que haga y por mucho que traicione a sus votantes andaluces, arraigados en Cataluña (que se sienten Obreros Españoles), nunca conseguirá que la “clase” catalana le dé el título de “Honorable”. Y con esto está dicho todo.
Esperemos que el sentido común vaya penetrando hasta hacer modificar las actitudes y con ello las realidades.

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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