Miguel Damas Hidalgo. Un alumno diferente, y 5

11-07-2010.
Las advertencias de los graves perjuicios que podían acarrearnos aquellos alivios, a saber: ceguera, parálisis, infecciones, llagas, pústulas, tumores y mataduras, moderaban su práctica hasta donde era posible moderarla. La vida llamaba con fuerza a nuestra puerta y no era cosa fácil hacer caso omiso asu llamada.

Por nuestra parte, acostumbrados a razonar y justificar cada una de nuestras acciones y viendo que los autores de la época no ayudaban demasiado, llegamos hasta los clásicos: Herodoto, Plutarco y Tucídides en busca de consuelo. Según ellos, los ejércitos de los más grandes generales de la antigüedad, Aníbal, Alejandro, Marco Antonio, Poliorcetes, etc., eran seguidos por una corte de fulanas, busconas, furcias, pupilas, marginadas y, seguramente, algunos travestis camuflados, destinadas y destinados a apagar la sed de los guerreros antes del combate.
De esta forma, entre caídas y arrepentimientos, fuimos superando aquella etapa de nuestra vida, pensando que pecar y confesar era empatar; y que, para enfrentarnos a la trigonometría, a los silogismos en bárbara, celarem, darii y ferio, a las octavas reales, a las ristras de tercetos encadenados o a los versos de pie quebrado, necesitábamos una gran paz de cuerpo y alma.
Acabo de leer que un tal profesor Cooper, del Instituto de Ciencia y Tecnología de la Universidad de Manchester, dijo con ocasión de la Olimpíada de Sidney: «Nadie puede afirmar que el sexo sea perjudicial antes de la práctica deportiva; y menos, que influya de forma general en el rendimiento».
¡A buenas horas!
Mi testimonio en materia deportiva carece de valor. Era malo en fútbol, peor en baloncesto, como atleta de risa y me ganabais todos al ajedrez y al “troncho”. No obstante, los razonamientos del doctor Cooper explicarían aquellos reflejos de Miguelín en el ping-pong, su seguridad en el billar, su impulso y su confianza en el “ligue callejero”, no exento de cierta vena poética. Creo también que, si eso dicen los científicos, sus razones tendrán. Si el sexo fuera nocivo para cualquier actividad, Dios Todopoderoso no nos habría encadenado a este o inclinado hacia aquella. Esta es la verdad.
Escribiendo el retrato de Miguelín he tenido una revelación. En serio, he visto claramente que Dios marca un camino por donde habrá de discurrir la existencia de cada uno de nosotros; de este camino, que llamaríamos básico o principal, surgen veredas, senderos, cruces, trochas y travesías que, al final, van a dar otra vez al camino primordial. Nosotros podemos apartarnos, girar, cruzar y creer que somos libres como los pájaros, porque así es. Pero el camino está trazado. Don Sebastián pasó una tarde entera tratando de convencerme de que el hombre era absolutamente libre y de que, consecuentemente, no existía la predestinación. Acabé dándole la razón porque, si no, aún continuaríamos con la discusión. Ha pasado mucho tiempo y cada día estoy más seguro de que la razón estaba de su parte. No obstante, llaman poderosamente mi atención ciertos avisos del cielo, ciertos presagios, señales, dedos invisibles que marcan la frente de los humanos. ¿Vosotros no os preguntáis por qué Miguel se llama como se llama, tiene los apellidos que tiene y destaca en lo que destaca?
Miguel Damas Hidalgo, un alumno diferente.
A Miguel Damas
Eras siempre el mejor; algo especial
en ping-pong, en billar y en logaritmos.
Vinos, estudio y juego. ¡Era lo mismo!
Números, amor, faldas. ¡Qué más da!
Prodigio de intelecto y libertad.
Maestro de risas, burlas y cinismo.
Flojillo en canto, limitado en ritmo.
En frescura y descaro, siempre el as.
Tu destino, sin duda emocionante,
jocoso, jaranero y divertido,
se decidió dichoso, en aquel día
que te dieran el nombre de Cervantes,
adornaran con Damas tu apellido
y al mundo proclamaran tu hidalguía.

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