Totalitario

26-04-2010.
España es un país totalitario.
Sí, lo es, y lo afirmo por las consecuencias que el día a día nos va trayendo, nos va desvelando, nos va confirmando con toda clase de datos, pelos y señales.
Y con toda la intencionalidad digo totalitario y no fascista en exclusiva. Porque los fascismos totalitarios andan por todos los extremos. Pero fascistas, lo que se dice fascistas, también continúan.

Y lo es porque España nunca ha evolucionado en su mentalidad político‑social. Nunca.
Si ya se hizo sordina al Siglo de las Luces y a sus consecuencias durante los siglos dieciocho, diecinueve y veinte de nuestra era. Las derivaciones que propiciaron el desarrollo social de la cultura occidental fueron sistemáticamente entorpecidas acá en España.
No habré de insistir sobre quiénes fueron los más conspicuos enemigos de todo lo que oliese a cambio, a alteración de una sociedad cerrada y cerril, conservadora al máximo, tradicional hasta la ridiculez y anclada en preceptos sacrosantos bien controlados y controlables (al menos en la apariencia más externa, lo llamado al fin y al cabo Dios, Patria y Rey; no se preocupen, porque ahora y en ciertos lugares lo podemos cambiar por Socialismo o muerte: venceremos y otras así de lindas).
Este estado de cosas propiciaba y mantenía un hálito totalitario, al que se acudió con frecuencia para la Administración de Estado y en todas y cada una de sus variantes, por mínimas que fuesen. Cada español, así, era y es un caciquillo en potencia y, a veces, en verdadero acto; por ello, también deberíamos entender la situación de nuestra América Hispana: ¿qué mejor ejemplo de lo que acá desarrolló…?
La irrupción de fases supuestamente democráticas no supuso, ni supone, alteración básica en el fondo de esta estructura arcaica. Tal vez, la Segunda República debía haber realizado esta titánica labor; mas ni por titánica, ni por su propio significado, era intención de muchos el hacerlo (se diga lo que se diga de los unos y de los otros, según versiones). Se iba al totalitarismo y punto. Azul o rojo. Lo que pasa es que el peso material e histórico estaba, por aquel entonces, más del lado del azul. Engaña el que puede y se engaña el que se deja. Y de lo uno hay muchos y de lo otro, los listos de siempre.
En nuestros tiempos más recientes, hicimos aceptación de una cascarilla de apariencia democrática que, al menor incidente, se rasga, mostrando el interior verdadero, el del nido de la dictadura deseada. Aceptamos la democracia burguesa porque, al fin y al cabo, puede que sea el sistema menos malo para administrarnos, sobre todo si así pone freno a las ambiciones totalitarias de los otros, que lo dejaríamos gustosos si el totalitarismo viniese de los nuestros. Y se nota la fragilidad de convicciones democráticas a la menor ocasión. Pues las otras convicciones, incluso creencias (lo que implica aceptación y fe sin demostración o reflexión alguna) sí que las tenemos.
Así es la verdad. Ni sabemos, ni queremos aprender. Vivimos esperando… ¿Qué?
La debacle salvapatrias. Primero la debacle, claro, y luego la salvación nacional, la intervención salvadora de manos de quienes en verdad son hombres de valía, de quienes tienen principios, de quienes, a todas luces, mantienen la del fanal sagrado. Pero, insisto, primero, la debacle. Caiga el sistema por su propia debilidad y por los tremendos empujones que le estamos dando; que nos llevamos por delante no ya los convencionales tres poderes constitutivos sino hasta toda traza de organización político‑social. Despreciemos y manchemos, desde dentro incluso, la labor política, pues hay que debilitarla al máximo (y de paso aprovecharnos personal y económicamente de sus oportunidades para robar del erario público); alteremos las funciones de los tribunales, que supuestamente deben ser imparciales y justos, llevando siempre el agua hacia nuestro molino por la connivencia de sus miembros (que proceden muchos de la querencia totalitaria) y contribuyamos a su ineficacia, cuando a nosotros nos tocan; prediquemos la suma libertad de mercado y de capitales y del trabajo, para impedir cualquier intervención honesta e indagadora de los beneficios obtenidos, de sus destinos o de las patrañas y estafas que a su amparo se han realizado y realizan (y clamemos cuando nos fallan los pies solicitando amparo a papá Estado, que es pólvora de Rey al fin y al cabo). De pactos de ninguna clase, de consenso, de dar y retirar y ceder en algo, de eso ni hablemos. No se lleva ni nos lleva a nada de provecho inmediato. Y alzar la vista a un más allá útil para todos… «¡Cuán largo me lo fiáis!» (que dicen que dijo El Tenorio).
Calumniemos, mintamos, desprestigiemos, hundamos todo lo habido y por haber si es considerado un estorbo para llegar, otra vez, a consagrarnos en el ansiado y seguro tutelaje de la Autoridad competente; pero desde luego que dicha autoridad sea totalitaria. Amén.

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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