Úbeda y el dolorido sentir, 1

26-07-2009.
Sobreponiéndose a la situación, Burguillos intentaba comprimir y objetivar lo que, tras su extrañamiento y la emancipación de Cristo Rey, fueron esos años 1981‑2001. Años de lucha, encantos y desencantos.

Fue justo en ese momento. Verano del 2002. Un antiguo safista de Úbeda, Dionisio, cuarenta años por medio, le cautiva y enrola en su sueño: crear una Asociación de ex alumnos de Magisterio…
Burguillos moría gota a gota… Y nadie recogía su alma ni aliviaba su pena. Que nadie sabía nada. Sólo él, a golpes del mal, advertía despierto cómo se le iba la vida a borbollones. Y nadie… ni Dios le hacía un torniquete.
Y como lluvia en el desierto…, como un milagro…, ¡Úbeda!
Le invitaron. Y allá, saltando sobre su estado crítico, con el apoyo de su fiel Stephan llegó a rastras… Consciente de su deterioro, del riesgo y de su vulnerabilidad emocional. Nada le importaba. Ni que le vieran maltrecho, roto.
Le alentaba, le urgía copiar, actualizados, los rostros, la voz, el continente de aquellos que, distanciados durante cuatro décadas, aún vivían en su vida. Tuvo rostros y abrazos y besos… Y él, que fue ya sin tierra, se sentía albergado en el alma de sus muchachos…
¡Cómo le emocionaban! Pero no se sentía humillado. Le dolía ofrecerles el penoso espectáculo de un anciano débil, acabado, sin apenas voz… No quiso reanimarse, ni siquiera con un vasito de vino dulce. Eran sus hijos, no tenía otros y no podía falsificarles su realidad.
A solas, ¡cuánto lloró! Lágrimas de consuelo por haberles encontrado. Y de pena, porque pronto tendría que partir…
Dos veces les habló. Solamente la cabeza le funcionó. El corazón, desmandado de sólo pensar que quizá era el último adiós. Fue con la muerte a cuestas y retornó con vida. Vida prestada…; que el esfuerzo, tanta reviviscencia y tantas emociones le habían minado. Aunque, íntimamente, se sentía gozoso. Porque, al fin, ya podía esperar tranquilo a Yahvé, pues había visto y abrazado a los que él tanto amaba…
Hasta un poema, como un medallón, le había cincelado Antonio Lara, venido desde Suiza:
Tú.

me enseñaste los primeros versos
como se enseña a un niño la palabra
que ha de nombrar la luz, el pan y el agua,
horizontes de vida y universos.

Tú,
marinero de sueños inseguros,
centinela de frágiles edades,
forjador de firmes voluntades
y hortelano de fértiles futuros.

Tú,
solitario señor en el ocaso,
el rumbo señalaste de mi paso
y diste claridad a mi camino.
Tú, maestro y amigo peregrino,
castellano cumplido e hijodalgo.
Tú: Jesús María Burgos Giraldo.
Y, ya de vuelta en casa, no lograba recuperarse… No, no era un trastorno psicológico. Increíble le pareció que un fármaco, llamado a añadir unas cuartas a la guita de su vida, se la alterase y desvencijase hasta hacérsela odiosa, insoportable. Le echaba encima tal ansiedad que suspiraba por una muerte inminente. Miraba, clamaba al cielo como último recurso. Y de nada le servía llorar, gemir desde el abismo de su desamparo. El cielo se le hacía gris, impenetrable como una bóveda de piedra… Ratos hubo en que le parecía que se iba a desintegrar en angustias y desesperanza. No era el miedo a la muerte. ¡Bendita ella! Era el horror a un largo camino hasta ella…
El urólogo, seco y competente, acabó de apuñalarle: la medicina siniestra era ineludible para entretener el curso de su mal… Y Burguillos pensaba si merecía la pena alargar agonías así.
Acudir al psiquiatra era entrar en el dédalo sin retorno de los sedantes y la despersonalización progresiva. Y, por su cuenta, eligió uno de los más suaves. Y en dosis homeopáticas, recuperó una porción elemental de instinto para seguir superviviendo. Pero sin tirones concretos en la vida de cada día.
Contestaba, remiso, las cartas que recibía; la mayor parte, de sus ubetenses. Y espiaba el tiempo, porque nada le serenaba tanto como salir al aire, a la campiña. Por más que se rindiera enseguida, o se constipase.

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