Comentario al evangelio del domingo de Pentecostés

16-07-2009.
«QUE TODOS SEAN UNO COMO NOSOTROS SOMOS UNO». Estas palabras resumen la oración sacerdotal de Cristo que nos transmite San Juan. Afirmación de la Trinidad y exhortación para la unidad de los cristianos.

Realmente, toda operación de dispersión es ajena a la Obra creadora. Y el retorno a una unidad es el destino del Mundo y de los hombres, tras el desorden y la confusión de la Historia.
Pero además, Pentecostés, prefigurado ya en el Evangelio del apóstol Juan, está protagonizado por la Tercera Persona, hasta cierto punto desconocida hasta entonces. Dios, Uno y Trino, Dios que es un “YO” y un “NOSOTROS”, se hace presente a los hombres, primero en la persona del Hijo y luego en la del Espíritu. («¿Por qué?», podemos preguntarnos ingenuamente, ya que toda pregunta inquisitiva acerca de los designios divinos supone una ingenuidad, cosa esta que con frecuencia se olvida).
El hecho es que Dios quiere que sea el Espíritu Santo quien asista, informe e insufle de verdad a la Iglesia. Porque Cristo funda la Iglesia y el Espíritu la institucionaliza. La Religión sería nada, o muy poco, si después de la Ascensión todo quedase al arbitrio de los cristianos o a la libre interpretación de los cristianos, cosa también que con prontitud se olvida…
Pero el Espíritu Santo, para la mayoría, sigue siendo en cierto modo la persona divina desconocida. Al Padre se le atribuye la Creación; ya hay pues indicios palpables para conocer al Padre. El Hijo se hizo visible e histórico: la información evangélica nos lo acerca sobremanera. ¿Y el Espíritu Santo? La gente estima su cometido como una presencia difusa…
Pero es real, absolutamente real, y su invisibilidad no empece en nada su eficacia. Ajeno a los sentidos, no puede serlo para el espíritu, que como el mismo Espíritu es invisible. Pero la relación Espíritu Santo ‑ espíritu, demanda un ahondamiento religioso, una profundización, una excavación en los fondos, cosa que los cristianos corticales, superficiales, no están dispuestos a hacer.
Y así, de esta manera, la Tercera Persona resulta para ellos ignota: Algo, más bien que Alguien ‑en el sentir de tales cristianos‑, a que se invoca en el plano teórico; algo que forma parte de la constelación de dogmas en que hay que creer, pero lejano, esquemático, desleído…
Y no hay error mayor. La Iglesia es construcción del Espíritu Santo. Él la ha edificado piedra a piedra, dogma a dogma. Y su dirección en lo eclesial no es virtual, sino plenamente real. Muchos cristianos de hoy nos confunden cuando, apelando a la Escritura y resobando sus textos, pasan por alto la interpretación de la Iglesia que está inspirada por el Espíritu Santo.
¿Qué orden y qué justicia puede haber en la Iglesia si esta se tambalea a cada momento por efecto de los empujones dialécticos de la última hornada generacional? El Espíritu da a la Iglesia autoridad y la conduce a la unidad. Ansía un nosotros unánime de los hombres ‑unánime en el Amor‑ para el NOSOTROSinefable de la Trinidad.
La devoción al Espíritu Santo, pues, no implica una mera consideración piadosa. Es una necesidad, puesto que es el Espíritu Santo quien directamente está al frente de la Iglesia. Cristo Redentor ascendió a los Cielos para que nos viniese el Paráclito. ¿El Espíritu Santo es el continuador de Cristo? No, sino el plasmador, el modelador de su Enseñanza.
La Verdad es una. Pero la Historia suele manchar, obturar o enturbiar su perfil. La misma Iglesia visible ‑como encarnación que es‑ adolece de defectos chicos y grandes. Entonces el Espíritu Santo define la Verdad, la actualiza en cada instante frente a todas las deformaciones. Que su presencia no se haga perceptible, constatable a los sentidos, entra en la definición. Puesto que el Espíritu es espíritu… la Tercera Persona no es tangible.
No obstante, nuestro tiempo, amancebado de materialistas, no quiere ver en la creencia: sólo quiere ver con los sentidos. Pero la videncia de los sentidos es falible, efímera, inestable. Lo invisible gobierna lo visible. Y es más eficaz lo oculto que lo palpable; es más verdad lo que es que lo que está, le viene su estar de su es, de su ser.
Son creencias y verdades que no pueden olvidarse jamás. Y Pentecostés nos invita a su consideración profunda.

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