Los «ciezos»

10-11-06.
Buenas tardes tardes, o noches noches, queridos contertulios. Café para todos, que invito yo, que se casa mi hija. Perdón, que pida cada uno lo que le dé la gana, no sea que se mosquee el personal, que un día es un día y hay que celebrarlo con los amigos.

 

Me alegro de que las aguas vuelvan a su cauce y de que no haya habido desgracias personales en este Café. Esto del cambio climático, creo yo, nos trae de cabeza; pero terminaremos adaptándonos como seres inteligentes que somos; o si no ‑me refiero a lo de inteligentes‑ desapareceremos todos. Del Café quiero decir.

Pregunta nuestro buen amigo Pepe del Moral (lo del nuestro no va en plan mayestático) ¿que si estoy por aquí? Pues claro que sí, y estaba esperando los comentarios que prometió; y me sorprende y me llena de alegría el que haya reparado y esté interesado en un fenómeno que a mí también me ha producido cierta curiosidad: mi mujer, cuando me “embriago”, como él bien dice, cosa que ocurre en contadas ocasiones ‑alguna celebración navideña o alguna reunión con amigos‑ (un par de cubatas son suficientes), dice que «qué gracioso me pongo; que debería de estar así más a menudo». Sin embargo, conocemos a y coincidimos con quien por el contrario se comporta, después de tomarse cinco o seis cubatas, de un modo tan soez y grosero que termina aguando la fiesta. La explicación… pues yo creo que es bastante simple (siempre he intentado buscar soluciones simples a problemas difíciles; no es por nada; es que a mí lo difícil me cuesta mucho trabajo): algo tiene el vino que nos inhibe de nuestros complejos y da rienda suelta a nuestros sentimientos; es un suero de la verdad («Los niños y los borrachos dicen la verdad», es un dicho popular). Muchos de los ciezos, como decimos en Cádiz, detestan demostrar su “mala leche” porque son inteligentes, se comprenden a sí mismos, no se gustan y se comportan normalmente bien, porque son ciezos de nacimiento ‑como digo yo‑ y no les agrada su forma de ser. Pero en el momento en que pasan de la embriaguez al emborrachamiento, la preocupación por ocultar sus sentimientos profundos desaparece y aparece el verdadero “yo”: el ciezo malaje que lleva dentro. Otros ‑graciosos, elocuentes, ingeniosos; también los groseros y maleducados‑ no lo demuestran por timidez; y una vez que ésta desaparece con el vino, pues a disfrutar y a mostrarse tal como son.

Quillo, me parece que me he enrollao como una persiana. De esto que hable el Vargas, que seguro sabrá más; yo tengo mi teoría para andar por casa, que seguro me vale a mí. Pepe, sigue hablándonos de vinos en este Café.
Diego (Vargas también, pero además Rodríguez y por siempre, no sólo en vacaciones), yo no me he ido; estoy de “telonero” como dicen los radioaficionados. Lo que pasa es que no tengo tiempo para nada, y eso que estoy jubilado. Eso de prejubilado, que se lleva ahora, suena muy cursi. Jurídicamente no existe y es una forma para que la gente no piense que tenemos 65 años, que era la edad normal de jubilación. De la condición de jubilado todo el mundo saca partido. Y como tú bien sabes, cuando se va a casar un hijo, y sobre todo una hija ‑como es mi caso‑ y está trabajando, pues a colocarte en IBM y con horas extras de “Corredor de Bolsa”. Y «veme por esto» y «veme por lo otro», y vengan bolsas y paquetes de aquí para allá y corriendo, «que el montador de la cocina llega a primera hora», y «vigílalo bien que no haga ninguna chapuza», y «el fontanero mañana por la tarde» y… Pero estas tareas son muy gratificante, porque te contagias de la ilusión y la alegría de aquellos para los que trabajas.
Hasta otra compañeros, que el pintor me está esperando para que le abra la puerta.

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