11-11-06.
Fernando, Manolo, Pepe Gil:
Es una lástima que tengamos que prescindir de vuestra humanidad y presencia; de la tertulia mañanera donde nunca aprenderemos a abrazarnos y a darnos besos a troche y moche los unos a las otras, para empezarla con el gesto amable y el alma regalada por el afecto que nos profesamos, aunque no lo manifestemos de esa manera tan cariñosa.
Cómo glosar a Fernando si no es hablando de su simpatía. Fernando es ruido, viento fuerte que a su paso, deja todo en otro lugar diferente. Cómo echamos de menos el ruido de Fernando a quien la inutilidad del oído derecho lo obliga a doblar la cabeza para que el izquierdo haga la labor completa; pero yo te digo: mira Beethoven, que con menos ventaja compuso sus nueve sinfonías. ¡Cuántas más sinfonías pedagógicas has compuesto tú “a la chita callando” y sin que se te haya notado ufano por una labor tan continuada y eficaz! Bueno, lo de “callando” es un decir, porque las profundidades marinas no se bastan para callarte, especialmente cuando algo te duele; y sabes poner testiculina en la mesa del claustro si la dirección central no satisface las necesidades de la sacrificada primaria. Destaco, si es que tengo tino en el retrato, tu fuerza. Un apretón dado con cariño aparte de demostrar cariño o de atraer a la atención al chiquillo distraído, muy bien podría ser antídoto contra el frío invernal. Mano grande para abrazar o para acariciar con genio las orejillas más próximas y desatentas. Sin ti, este claustro ha quedado en un semisilencio, cuyo tono nadie sabe subir, a no ser que Pepe Herrador conecte el pikú a unos decibelios más de lo deseado. Yo creo que lo hacía en atención a ti, por tu predilección a la música clásica y porque tu oído necesita un punto más en la rueda del volumen. Suya es la frase que he retenido en mi pobre memoria, y que se refiere a la obligación que nos hemos impuesto algunos, llegada la edad del colesterol y de la presión alta, de andar por la ruta del mismo nombre. Coincidimos un día por esos andurriales y sin pararse apenas me dice: «No vamos a morir por el colesterol, pero sí hinchados de andar». O aquella otra que habréis oído de su boca: «El médico nos quita el alcohol y el tabaco, y por su parte la parienta nos retira el sexo». Y añadía: «Todo sea por la salud».
Cualquiera ha podido ser testigo de tu celo profesional, comprobado en tu exhaustiva puntualidad y en tu paso ligero y decidido, camino del sacrificio y la abnegación cotidiana que han exigido los alumnos en los cuarenta años de magisterio a los que has llegado por la gracia de Dios. ¡Ay, Fernando! ¡Cuánta entrega regalada y cuánta alma puesta en el difícil servicio de la enseñanza, en la que has regado abundantemente para que el campo dé fruto!
Prescindimos de la información de Pepe Gil, que en las cuestiones administrativas no tiene competencia; y es que él trabajó primero en la delegación y no ha perdido el interés por los papeles. Es más ordenado que lo fuera Antonio Expósito y que yo mismo incluso. Si alguien está preparado para recibir a los de la calidad, ese es Pepe Gil, bien entrenado desde el principio en el asunto ese de la fabricación de los diarios y de las programaciones. Por eso nunca ha sentido miedo a la llegada de los que inspeccionan la calidad. «¡Que se los echen a Pepe Gil, a ver si no se van con la cabeza gacha y el rabo entre las patas!». Ya no tenemos la defensa de que tú te eches p’alante en tal embarazo; pero siempre nos cabe el recurso de irnos casualmente al sitio de El Paso. Llegará el día en que tendrán que revisar la calidad en El Paso.
Pepe Gil es la metralla puesta en la boca, el atropello de la palabra, la vergüenza de San Juan Crisóstomo en la comunicación verbal, pero maestro de los pies a la cabeza, como lo fuera el santo. Sabe de papeles tanto como yo, aunque tiene la virtud de encontrarlos en el momento preciso. ¡Qué diera uno por tanta competencia y organización! Se cala las gafas para lo administrativo; pero si tiene que explicarte algo, sube la vista por encima de las gafas con el gracejo y “patalallana”, que presumo que sólo puede tener alguien que sea de Albacete. Maneja la navaja, con la “chichanga”, y sabe del buen chorizo y butifarra como los que vivimos en tierras frías. No es ajeno al trago y su rojez lo delata, por más que las gafas de sol escondan sus vivarachos ojos. Nunca pude utilizar el recurso del bingo para que los niños aprendieran la tabla de multiplicar, porque siempre supe que no podría aventajar a Pepe Gil con tan apropiada argucia pedagógica. En fin, Pepe, que te apreciamos y nadie como tus alumnos podrá agradecerte tanto desvelo; y nadie como ellos conoce los entresijos de tu alma, la precisión de tus métodos, la organización de la clase, la rapidez de reflejos mentales y también físicos ‑que hasta en esto se nota tu constancia‑. Sigue visitando el claustro para que constatemos en el día a día que tu felicidad aumenta al ritmo de los años. Que se haga añeja como el buen jamón de Albacete y sepa la navaja que no habrá cuartel para ella en el futuro esperanzador de tu jubilación.
Manolo Quesada. He visto en el día a día la bondad de tu vida, la intención siempre atenta al servicio, pero he de regañarte que La Mamola haya de ser aprovechada con menosprecio del claustro. La vacación va de San Pedro al uno de septiembre y ya sabes que lo primero, al reincorporarnos, es el claustro. Y siempre igual. Ahí nos tienes derramando la vista sobre la mesa oval, y nada: «¡Que Manolo se ha quedado en La Mamola!». Pero hombre, qué tiene La Mamola que no puedas encontrar en este incomparable claustro. Aquí te hemos dado churros con chocolate por la mañana, jamoncillo y patatillas al mediodía, café y dulces en la sobremesa… en fin, que hemos colaborado en la medida de nuestras fuerzas al crecimiento de esa barriguilla que te adorna. Hombre, te lo vamos a perdonar teniendo en cuenta que tampoco ahorras en esfuerzo y sacrificio para la buena marcha de esta empresa el resto del año, y porque ni las gripes ni las fiebres te han apartado del duro banco. Así es Manolo. Quién puede apartarnos de la verdad de tu ejemplo en tus años de magisterio. Junto a Juan Miguel Valcárcel y Fernando, formasteis por muchos años un trío incomparable de ases, expertos como nadie en el Ciclo Medio. Y es que aprendisteis en seguida que en el término medio estaba la virtud, y que nada hay como la virtud para dirigirse por la vida. Luego, otros, inventaron que la virtud estaba también en otros ciclos y hubo que probarlos todos. Sin embargo demostraste pericia y adaptación y nadie como tú elaboraba esas meticulosas sábanas donde apuntabas todas las incidencias de tus alumnos para que nada escapara a la observación, y el retrato del chiquillo saliera perfecto. Manolo, que te queremos. Que lo de La Mamola te lo perdonamos, siempre y cuando ‑de ahora en adelante‑ te acuerdes, cuando te estés mojando el culo el 1 de septiembre, que los demás estamos celebrando… un claustro.
Fernando, Manolo, Pepe, cuánta razón tiene nuestro querido Antonio Orcera, cuando se le corta la palabra en el adiós. Habéis visto los ojos de vuestros compañeros visitados por la lágrima furtiva, mientras Antonio trataba de hilvanar inútilmente alguna frase apropiada en vuestra despedida del claustro. Y lo comprendo, porque no hay forma humana de poder agradecer el esfuerzo de toda una vida con la pobreza de la palabra; y no hay expresión mejor para mostrar ese agradecimiento si no es con el gesto. Sin embargo, en representación de vuestros amigos y compañeros, me veo obligado al uso de la palabra que servirá, no obstante, para desearos muchos años dichosos en la nueva etapa de vuestra jubilación; y en nombre de todos, y con el alma puesta en el empeño, encargar a Dios que os siga propiciando bienes y dicha en grandes cantidades. Haced que Magdalena, Emilia y Mari tengan jubilaciones paralelas. Abrazadlas, besadlas, y después lo que haya menester; y bendecid su presencia, porque sois lo que sois, no sólo por vosotros mismos sino también por ellas, que os han acompañado y os han querido como personas únicas e irrepetibles. A vosotros y a vuestras mujeres os rendimos este homenaje y este aplauso.