El nombre exacto de las cosas

08-11-06.
Buenas noches, Manolo Verdera.
Prometí volver por aquí para charlar contigo sobre esa cata de vino tan magnífica en la que has participado. Al hilo de la misma, y aprovechando que hablas de matices y de la ingesta de vino ‑cuestiones ambas que a mí me interesan‑ te voy a contar un fenómeno por el que me he preocupado durante algún tiempo.

Cuando yo comencé a beber vino, enseguida me llamó la atención que los hombres que había en las tabernas, después de tomar una serie de vasos, se comportaban de dos maneras muy bien diferenciadas: mientras unos aparecían generosos, creativos, perdían la timidez y cantaban…, otros se volvían agresivos, insultaban, vociferaban…
Es evidente, que el vino produce reacciones distintas en personas diferentes. Y, siempre que me he acercado al vino, he querido averiguar el mecanismo bioquímico que produce este fenómeno, aunque nunca, desgraciadamente, he encontrado a nadie que me desentrañe el problema ‑¿una fosfatasa, una transaminasa…, o sencillamente buena educación?‑. ¡Vete tú a saber! Pero lo que sí he comprobado es que cuando vas al idioma ‑que lo hace el pueblo, y por ello es sabio, y, por esto, culto‑ sí encuentro dos registros para definir ese fenómeno: los primeros bebedores de los que te hablo se embriagan, mientras que los segundos se emborrachan. (La embriaguez tiene, en español, analogía con amor, belleza, mística…; la borrachera, con ira, voces, pedos…). Y es que, amigo Manolo, siempre sucede lo mismo: el pueblo, aunque trate de las cosas más banales, y sin necesidad de ir a Tubinga, ni de leer a Habermas, siempre «encuentra el nombre exacto de las cosas».
Bueno, otro día hablaremos de las calidades y de los precios de esos vinos tan maravillosos con los que tú, sin lugar a dudas, sólo sabes embriagarte.
Buenas noches.

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