Badajoz, 3 de noviembre de 2006.
Queridos compañeros:
Llevo mucho tiempo observando la evolución de la página electrónica de la asociación, y llevo mucho tiempo sufriendo: culturetas, vulgaridades, insultos, chabacanería… y, por último, ante la desafortunada e infantil carta de Antonio Pedrajas, la elegante, pero triste para todos, reacción de Dionisio ‑que se pare esto, que me bajo‑.
Es evidente que esta página no marcha. He leído las últimas intervenciones que suponen que la causa es coyuntural, e intentan resolver el problema invocando «los buenos tiempos pasados»; pero es probable que el problema sea más complejo de lo que ingenuamente pensamos.
Recuerdo una excelente conversación entre don Julián Marías y don José Luis Pinillos en la que uno ‑no recuerdo cuál‑ le decía al otro: «El civismo es algo muy lento de adquirir por el hombre; ello se comprueba al observar el tráfico y ver que personas con un comportamiento exquisito, como peatones, al subir a un coche sufren una metamorfosis y, para asombro de todos, se convierten en unos insufribles energúmenos». La revolución de las masas que nos anunció Ortega ha llegado, y el análisis actual de Sloterdijck es rotundo: no tenemos madurez para utilizar los inmensos y potentísimos recursos que la sociedad y la tecnología pone a nuestro alcance, y el resultado lo estamos sintiendo ‑hemos avanzado en el estado del bienestar, pero cada vez más, nos alejamos del estado del “bienser”‑.
Ciertamente, lo que pasa en nuestra asociación no es muy diferente de lo que pasa en nuestra comunidad de vecinos, en el trabajo, en el parlamento…, aunque ello no nos exime de buscar una solución a nuestro problema; y aunque ella debe de venir por las aportaciones de todos, yo propongo que determinemos, como primer paso, una metodología para la participación, un procedimiento copiado de otras instituciones y con demostrada eficacia.
Es evidente que los sentimientos tribales, las ideologías y las creencias impregnan nuestra vida y determinan nuestra forma de pensar ‑o de no pensar‑ y de actuar; pero eso no nos puede eximir de justificar razonablemente cualquier actitud: como soy cristiano, cualquiera de mis actos son buenos; o, como soy de izquierdas, amo a los pobres y busco la igualdad de los hombres; o los de derechas son todos unos egoístas. Cuando el comportamiento es razonable (de la corteza cerebral) y no puramente instintivo (paleocerebro), puede surgir la dialéctica ‑y es bueno que surja‑, porque de ello suele desprenderse una mayor aproximación a la verdad. Por esto, en las revistas rigurosas, los artículos se argumentan con citas de otros autores sobre el tema, con cifras, fechas… Se reflexiona sobre ellas, se enriquecen con alguna aportación propia, se corrigen por el editor, y se publican. Por igual razón, un artículo reflexivo y bien elaborado no puede contestarse desde el parapeto de la ideología o la creencia, con la vulgaridad de una gracieta, el criterio de un famosillo o la cultureta mediática. De cualquier manera, es muy bueno recordar la recomendación de Ortega: «Es una obra de caridad para con la sociedad, no publicar majaderías».
La página, tal y como estaba diseñada, parecía bastante inteligente: un tablón de anuncios para notas y sugerencias; un café virtual para “marujear” sobre cine, música, vino, viajes…; un “mirador” lleno de páginas electrónicas selectas para navegar sobre temas culturales, sin necesidad de salir de la nuestra; un álbum fotográfico para comprobar cómo evolucionamos físicamente –envejecemos‑; y una sección para artículos de los más diversos temas: literatura, gastronomía, música… Es evidente que ese artefacto de comunicación es potentísimo; pero para que funcione es necesario seguir escrupulosamente un libro de instrucciones, una metodología definida por el rigor, la creatividad, el respeto y ‑que nadie se escandalice‑ por un árbitro capaz de sacar tarjetas y decir: lo siento, pero eso no se publica, porque la página no es ni un panfletario, ni un retrete, ni una taberna avinagrada.
La tendencia del hombre actual es vulgarizarlo todo. Le repugna la excelencia, como se comprueba en la TV, la radio, la prensa escrita…, aunque es una actitud hipócrita, porque la obsesión por distinguirse con signos (BMW, ropas de marca, lugares exóticos de vacaciones…) es casi patológica; y luego, cuando consigue que algo sea ordinario, lo desprecia. Nuestra asociación es la página y un encuentro anual en Úbeda. ¿Tardaremos mucho tiempo en desaparecer si nuestra página se convierte en un elemento más de la chabacanería que nos inunda?
Creo que todos debemos hacer un esfuerzo por retomar nuestro proyecto inicial; pero para ello es imprescindible que vuelva Dionisio y los que, de hecho, ya hace mucho tiempo que se marcharon. En cualquier caso, no debemos olvidar que ningún proyecto que pretenda ser bueno es fácil de implantar.
Yo, que como creyente creo en los milagros, estoy convencido de que el empeño que muchos pusieron en esta asociación, al crearla, obrará el mismo milagro que Juan Ramón nos contaba que había presenciado, cuando un labrador sembraba al atardecer granos de trigo con amor dentro.
José del Moral de la Vega.