Muhammad es un caso insólito es este Marruecos sorpresivo que nunca llegas a entender. Quiere licenciarse en Filología y Literatura española en un medio hostil francófono donde más del 60% de la juventud está en paro y una ínfima minoría accede a la Universidad, contándose con los dedos de la mano las raras avis hispánicas.
Inasequible al desaliento, Muhammad asiste ilusionado a las clases de la Universidad de Muhammad V Soussi de Rabat, la capital del reino, en una Facultad raída por el tiempo, desgastada y sin presupuesto que la adecente y adecue a los nuevos momentos. Habla con soltura español, aprendido en soledad junto a la radio y animado por las trasmisiones deportivas de las que es un gran entusiasta; exaltación que trata de trasmitir a su joven equipo del que es entrenador las mañanas del domingo. Tiene ya bien avanzados sus estudios, que no poseen secreto para él, a excepción de la Fonología como asignatura, con sus trascripciones ininteligibles y sin concordancia entre los especialistas, que no sus sonidos, puros y hermosos de ese castellano grave y solemne en que desea especializarse.
Lo conocí “chateando” y hemos intimado rápidamente, conectados por el común denominador de dos lenguas hermanadas por la Historia. Domina el español mejor que yo el árabe y el francés, la otra lengua cooficial de Marruecos por real decreto de S. M. Muhammad VI, que está destruyendo el español del Norte. Con paciencia benedictina me introduce en la algarabía del “fuqsa”, me desvela la belleza de la vieja poesía y la rica didáctica de sus innumerables cuentos, nacidos en las largas y frías veladas del desierto, mientras que yo intento introducirlo en los entresijos del castellano coloquial del que disfruta como un niño en sus primeros pasos.
Muhammad, como el profeta, es sencillo y acogedor, desviviéndose por agradar a su huésped. Vive en Nahda (‘El Renacimiento’), un barrio nuevo de las afueras de Rabat junto a su abuela, a la que acompaña en su soledad, porque su abuelo, prácticamente ciego, tiene que alternar residencia con su segunda esposa en la aldea de donde es natural. Me ha invitado a pasar unos días con su familia y he disfrutado intensamente de su hospitalidad, viviendo de cerca las costumbres y la idiosincrasia marroquí, sin guías artificiales, ni fríos hoteles alejados de la realidad popular. Ha sido mi guía, mi profesor y sobre todo mi amigo. En él he conocido la otra cara oculta de Marruecos, intelectual, culta y preparada, que lucha en silencio contra los prejuicios religiosos y las ataduras atávicas de una tradición anquilosada y, sobre todo, que lucha por su libertad y por engancharse al carro de la modernidad frente a la oligarquía asfixiante que domina el aparato del Estado.
¡Ojalá (In cha Allah) hubiera muchos Muhammas en Marruecos!
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Publicado en: 2006-05-19 (38 Lecturas).