Recuerdo mi calle vieja
en un viejo barrio
cobijado por el estandarte
de mi ciudad: Santa María.
Y mi casa limpia y vieja
con el pozo de agua fresca
en medio del patio
y una parra llena de uvas verdes,
pequeñas y ácidas.
Era un patio encalado
de blanco azulado
con olor a jazmín
y claridad exuberante
bajo un cielo azul brillante.
Y una pequeña terraza
en lo alto del patio,
con vistas a la iglesia
y al entorno de la calle.
Y varios colchones
echados en el tibio suelo
de un día acalorado.
Uno de ellos se reservaba
a mi tío Juan (un hombre bueno),
que huía del calor de su casa.
Yo era su sobrino mayor
y tenía el privilegio
de ser su anfitrión.
Allí descansaba y dormía
hasta el amanecer,
bajo la noche estrellada y cálida
del tórrido verano en Andalucía.
Luego, tras un sueño reparador,
montaba en su vieja bicicleta
y hasta mañana,
siempre la misma noche
y la misma mañana.
Recuerdos imborrables
de un día cualquiera
de mi juventud,
que yo presumía eterna.
Cartagena, feb. 2024 (Juan A. Fdez Arévalo)