Nuestros viejos

 

Ya sólo compañeros de sombra declinante.
Ya insegura la voz. Ya desgranado el gesto.
Ya incierta la mirada contempla el vuelo presto
de la luz que se escapa hacia el ocaso entrante.

Cuando ya es pesadumbre el paso vacilante.
Cuando avanza la duda del «luego» y del «mañana».
Cuando sólo se espera la sombra en la ventana,
cumbre de angustiosa soledad es cada instante.

Pero mientras sople una brisa luminosa
y en tanto nos susurren «ahora» o «todavía»,
tiempo será, pues tiempo hay cada día
para el don de la caricia y de la rosa.

Amémoslos. Amémoslos. Amémoslos
antes que un sueño helado les duerma en la espesura
de un silencioso rumor sin norte ni dulzura.