‑Anormal, anormal… no se puede decir que lo sea, pero este niño tiene un claro desequilibrio psicológico ‑era el diagnóstico que la psicóloga de la guardería hacía de mi hijo Diego después de que éste, en un descuido de su maestra, se hubiera colado en la secretaría y hubiese “ordenado” fichas, documentos, decorado…
Por un momento, y como en un golpe de flash, todo a mi alrededor se volvió blanco y estático.
‑¡Dios mío! ¿De qué parte de la familia de mi mujer habrá heredado este niño ese desequilibrio? ‑me preguntaba yo mientras conducía a todo gas mi velocísimo 850, ya de vuelta a casa con Diego‑. Tengo que consultar cuanto antes mis libros de Psicología.