Por Mariano Valcárcel González.
De veras que estos americanos, entiéndase que me refiero a los estadounidenses, me confunden. Me tienen desconcertado.
Puede ser (casi con seguridad) que yo no conecto, no sintonizo con su pensar. Que es un decir eso del pensar, que a veces lo dudo, o mejor que me creo que unos pocos piensan por casi todos ellos.
Viene ello a cuento del estupor que me producen dos situaciones que allá se dan, que son para mí (y creo que para muchos europeos) absurdas, si no auténticas barbaridades e injusticias. Me refiero al tema del uso indiscriminado de las armas y al rechazo de una sanidad general y pública.
Uno es una aplicación tergiversada claramente de la segunda enmienda a su Constitución (ya se sabe, ellos no cambian la Constitución porque está prohibido por la misma, sino que le van añadiendo con cuentagotas modificaciones a las que denominan “enmiendas”) que en apariencia les da carta blanca para adquirirlas, portarlas y usarlas sean de la clase que sean, que se puede tratar de un rifle histórico de la Independencia o un último modelo de fusil de asalto, apto exclusivamente para acciones militares. Y, en medio, toda clase de artefactos, calibres, aplicaciones de los mismos y sueñe usted con un arsenal completito y verá todo lo que allí se puede comprar.
Sí, pues se pueden comprar a poco que uno se las apañe; si es ciudadano de pleno derecho y no tiene referencias negativas en su comunidad, estará seguro de que puede ir a la tienda de referencia (no tiene que ser una armería al estilo español) y llevarse puesto un pistolón de esos Magnum de Clint Eastwood y usarlo, claro. Si tiene algún antecedente penal o algún problemilla mental, usted se cambia al estado de al lado y merca su artículo, que no le van a poner muchas pegas. Existe cierto protocolo para garantizar la seguridad de la venta, según a qué individuos, pero debe aplicarse realmente con una laxitud casi total. No hablamos de las armas que se venden de contrabando y que, por la frontera de México, pasan como la droga, a toneladas.
Así que el país está inundado de armas y municiones (creo que el número de las mismas sobrepasa el de habitantes, con lo que se puede deducir que existen, por domicilio, más de una por vecino); y también de locos por utilizarlas. Locos que se lanzan a masacrar al prójimo, en cuanto se les cruzan los cables por cualesquiera de los motivos imaginables o no; y locos y aterrorizados los policías que un día sí y otro no, sabiendo lo que hay, en cuanto que se asustan sacan las pistolas y balean al desgraciado, delincuente o no, que se les cruce en el camino (mejor si es negro).
Y no cejan los grupos de presión derechistas (fascistas, diría yo), patrioteros anclados en la conquista del Oeste, fabricantes y traficantes del género, senadores y congresistas (que son los que podrían evitar esta demencia) en gritar en cuanto un presidente honesto y aterrado por las consecuencias pide la limitación, ¡ojo, limitación, no la prohibición!, de la compra y el derecho a portar armas. Y a lo que se deduce que es un santísimo derecho. Sin embargo, el derecho a vivir no se contempla con tanto ahínco.
Es curioso que muchos de los defensores de las armas y sus posibles efectos sean acérrimos y radicales enemigos del aborto. Las vidas, se ve, tienen sus categorías y sus prioridades.
Porque las vidas de los ciudadanos, que pueden fallecer por enfermedades no tratadas, no tiene importancia. Si usted no tiene una empresa que le financia un seguro médico privado (por lo tanto ha de estar trabajando, primera condición, y tener una empresa que acepte esta ventaja, arrancada por los sindicatos en ocasiones).
Así que, dos: el ciudadano americano no tiene derecho a una sanidad general y universal que le garantice la salud y, al menos, el tratamiento de sus enfermedades. Cuando las enfermedades son largas y costosas, piénsese en un cáncer agresivo, el paciente se puede ver en la calle si no tiene con qué pagar esos tratamientos u operaciones, o porque el seguro ya no alcanza a cubrirlas o, sencillamente, porque es un pobre desgraciado sin lugar donde caerse muerto (literalmente). Y en Estados Unidos hay muchos sin hogar o itinerantes.
Para la sociedad americana, para sus élites y sus capitalistas y políticos, el asunto de la sanidad es una cuestión meramente privada (y llevan razón, que morirse es lo más privado del mundo) y se debe gestionar por la iniciativa privada. La iniciativa privada, en general, busca únicamente el negocio y la ganancia y este tema se reduce pues a un caso de libre mercado y libre competencia. Ya, para suplir esas carencias, estarán o las entidades caritativas o los parches que la Administración pueda ir poniendo. Pero que no pongan muchos con los impuestos de tan caritativos y solidarios ciudadanos, además de que dejar que el Estado intervenga y regule la sanidad es, con toda seguridad, entrometerse en la privacidad e independencia de cada sujeto. ¡Y hasta ahí se podría llegar!, ¡que cada uno es libre de morirse, o no, como quiera!
Curioso: quienes más defienden el uso de las armas son quienes más atacan la implantación de un sistema sanitario para todo el país. Ultras y conservadores egoístas. Abanderados del patrioterismo falso. Parece como si a la vez quisieran crear los afectados y necesitados de asistencia sanitaria, baleándolos, y luego les negasen las curas. Aberrante.