Hoy me ha tocado a mí, el más pequeño del escogido grupo viajero, contar -con pelos y señales- lo bien que nos lo hemos pasado este pasado puente de Todos los Santos, visto por mi mente infantil de cinco años; con alguna ayudita, claro…
Mi mamá, a la que yo quiero tanto (y bien que se lo demuestro, siempre que puedo), como es tan lista y precavida, nos programó, para estrenar el mes de noviembre, un viajecito a tierras gaditanas, para que nos lo pasásemos súper guay y viniéramos el domingo a la tarde, frescos y nuevos como una lechuga, dispuestos a comernos la primera semana de noviembre como si de unos churros calentitos o porras se tratase. Como ella misma dice, pues le gusta mucho viajar con nosotros: «cuando vas a otras ciudades o lugares distintos a los que vives parece que rompes o cortas el ciclo de la monotonía que desgraciadamente llevamos todos, y el tiempo se alarga y enriquece al renovarse el espacio en el que vives, volviendo todos como nuevos con una grata inyección de vitamina V (de viaje)…, más ligeros del estrés cotidiano que nos atenaza».