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Año nuevo

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Los cohetes y petardos de las celebraciones ya empezaban a quedar atrás, en esa noche olvidable qua había que celebrar por obligación, pues si no, no existías, no estabas, no eras normal.

La mañana se presentaba gris, aunque no desapacible. Ahora todo era silencio como si al traspasar la madrugada se hubiese traspasado un agujero negro que subsumiese todo en su profundidad. Ni motores de vehículos se oían.

Ella estaba allí, frente al mar, desamparada y rota.

El cielo gris convertía, en una balsa de plomo, un mar por lo corriente alegremente azulado. Pero estaba quieto y en calma, como todo lo de alrededor. Al fondo, por donde el lejano ferri derrotaba, se mantenía una tenue línea roja. En las piedras de la orilla, leve espuma de olas sin ganas ni fuerza. Por no ser, ni se oía el mar.

Y ella estaba allí, en la orilla. Tras una terrible noche de mentiras y desencantos. Allí, mirando un mar que no lo era. Mirando a la línea lejana por donde escapaba el ferri, como ella hubiese querido escapar.

La sudadera y los pantalones de chándal, la gorrilla de visera que le evitaba el choque del sol tantos días de marcha, las zapatillas para andar o correr… Al final, había decidido ponérselos, tras una ducha y un café matinal; pero no se sentía con ganas de ir a la rutina, porque ya no tenía motivos para hacerlo. Porque nada podía tener ya sentido. Y ahí estaba, sí, sentada en la orilla, mirando…

Las nubes y el sol jugaban a su espalda a dibujar paisajes en las cercanas montañas, riéndose del mar; que no podía quitarse, de encima, su pesada capa gris. Por las laderas y crestas, por las agrestes barrancas, la luz y las sombras se entrelazaban, divirtiéndose en crear un paisaje distinto a cada momento. A su espalda, la naturaleza le daba lecciones de vida, le animaba a seguir, a creer que todo cambia, que nada es inmutable ni imperecedero; pero ella no se daba cuenta o no quería verlo, de espaldas. Allí no había nada; delante, solo una balsa de plomo lisa y una leve y difusa línea roja en el horizonte, y un ferri lejano que se perdía irremediablemente de su vista.

La noche, pasada por fin con sus convencionalismos manidos, atroces en su rutina inane, con su obligado cumplimiento en bombardeo constante y todos los años igual. Y ella no tenía que celebrar nada, porque ya nada le quedaba de ese año pasado, vacío tremendo de lo ocurrido; ni, por seguro, nada de lo futuro. No quedó nada, ni nada iba a quedar.

Allí, en la orilla, intentaba escuchar las palabras de un mar que esa mañana ni siquiera murmuraba. El mar, que tantas veces le habló, le acompañó, permanecía mudo. Apenas alguien por la senda pasaba caminando, paseando al perro, corriendo para eliminar prontamente los excesos de la noche. Nadie se fijaba en ella, tan gris como el entorno. Su única compañía…, el pino que todavía era capaz de sobrevivir junto a esa misma orilla. Doblado por los vientos, pero nunca hundido.

Se fijó en aquel árbol, rugoso y obligado a vencerse para soportar la fuerza de los vientos, casi lamiendo sus agujas la cercana y salina agua, que jugaba a acercársele y a retirarse de súbito, en un constante engaño. Ahí estaba el árbol, a pesar de todo. Y lo volvió a mirar.

Se levantó y echó a andar por la orilla, con lentitud, sin agobio. Solo andar… A lo lejos, se empezaron a oír las notas del concierto de Año Nuevo.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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