¿Dos futuros “capillitas”?

Esto era una vez una ciudad andaluza, acogedora y maravillosa, que se conocía en el mundo entero. Allí vivían dos niños -cual dos soles-, en la zona de la Encarnación, bajo el parasol de las Setas, que se iluminaba más que las estrellas del firmamento todas las noches para hacerles lumínica competencia. Respondían a los nombres de Abel y Saúl; y eran tan guapos y simpáticos.


En sus aledaños ambos correteaban, jugaban y disfrutaban de lo lindo pues su vitalidad y alegría eran inagotables. Siempre iban acompañados por sus padres o abuelos maternos, quienes tenían un objetivo primordial: que fuesen conociendo y amando su ciudad de nacimiento y sus múltiples tradiciones -laicas y religiosas- más rancias e interesantes. No solo del juego vivían estos infantes, sino que les gustaban mucho pasear por el casco antiguo de su milenaria ciudad, especialmente, con su abuelo materno e irle preguntando todo cuanto le salía al paso; y como siempre que se topaban con alguna de las muchas iglesias o templos que la pueblan, le decían a su “ío o abu” que querían entrar en cualquiera de ellas, con tal de encontrar la paz y el sosiego que se respira en su interior. Ya dentro, empezaban su recorrido alegremente, aunque quedando siempre embobados por todos los altares que las exornan, admirando las variopintas imágenes barrocas de las Vírgenes, los Cristos y de los múltiples santos que allí habitan, además de en el Cielo.


Siempre pedían a su abuelito que les pusiese velas para que sus altares estuviesen más iluminados y vistosos. Y no se cansaban de hacer el mismo recorrido dentro de cada templo pues, cuando iban a salir, ambos repetían machaconamente que querían circunvalarlo una y otra vez, hasta que el abuelito ponía número y coto a la turné, pues nunca se cansaban.


Así mismo, les encantaba coleccionar estampas de santos, Vírgenes y del Señor en sus distintas advocaciones y parroquias. Cualquier iglesia con la que se topaban en su recorrido diario (fuese matinal o vespertino) era sujeto obligado de visita, adobada de las explicaciones -lo más sencillas y gráficas posibles- por parte del complaciente guía, para que sus queridos nietos comprendiesen el mensaje evangélico -tan maravilloso- que todas ellas transmiten. Por eso, iban coleccionando pausadamente todas cuántas estampas litúrgicas caían en sus manos. Incluso las pedían a los cofrades que allí se encontraban o al mismo párroco, haciéndoles mucha gracia que a niños tan pequeños les interesase ese mundo con tanto fervor y entusiasmo.
Y si era la época de la Semana Santa o de sus preparativos, cómo gozaban viendo el bullicio de gente cuando se encontraban en San Juan de la Palma, San Idelfonso, Santa Marina, San Marcos, Omnium Sanctorum, la catedral de Sevilla, Santa Catalina, la Macarena… o en sus proximidades. Les encantaban las bandas de las distintas cofradías cuando hacían alarde de sus tambores y trompetas en sus extensos y dilatados recorridos procesionales. También les embobaban los desfiles y el bullicio que conlleva toda procesión. Seguramente que estos niños lo llevan impreso a fuego, en su genotipo y fenotipo; en definitiva, en la sangre, pues sienten una atracción y arrobamiento especiales a todo lo que huela a incienso, suene a música religiosa y/o celestial y que se procesione por las calles, con sus titulares de una manera lúdica, alegre y desenfadada.


Por eso, desde el Cielo, Dios (que todo lo ve, oye y sabe), siempre agradecerá a estos entrañables personajillos, tan sinceros y tiernos, sus candorosos sentimientos y acciones cristianas, quedando sumamente tranquilo y satisfecho, ya que la cantera de “capillitas”, en Sevilla, nunca se va a agotar.
¡Bendita inocencia, si se pudiera exportar fácilmente!
Sevilla, 22 de septiembre de 2021.
Fernando Sánchez Resa

2 opiniones en “¿Dos futuros “capillitas”?”

  1. Como siempre, un relato muy entrañable en el que se aprecia la baba caída del abuelo y la inocencia de los dos PEQUES.
    ENHORABUENA
    Y a disfrutar de estos momentos que pasan muy rápidos.

    Enviado desde

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