15. Guardia roja

A partir de entonces, los días se volvieron cada vez más tristes. ¡Cuántas amenazas, crueldades y vejaciones recibimos…! Nos pusieron un guardia con severísimas órdenes que no se recataban en dar aparte, sino de viva voz y delante de nosotros para que nos enterásemos y cogiésemos temor. Una mañana, un guardia municipal indicó al miliciano de guardia que todos nosotros estábamos detenidos (lo cual era falso), dándole la siguiente orden: «Que no se mueva ninguno y, si alguno lo hace, dale un tiro bien dado».

Así que estábamos en nuestras camas, heridos y llenos de dolor y los agentes de la autoridad incitando a cometer vejaciones y atropellos… ¿Qué creería? Pues que tenía miedo, como él mismo confesó, al día siguiente, al miliciano de guardia: «Ten mucho cuidado con estos frailes, porque, en el momento en que te descuides, te estrangularán». Por lo que aquel miliciano tomó tanto susto y tan terrible pánico que nunca soltaba la escopeta, pues hasta dormía con ella. De manera que siempre nos estaba apuntando en ademán de dispararnos. Lo cual tenía su ventaja, pues así no dejaba que se nos acercase nadie para insultarnos, aunque lo hacían desde la ventana. ¡Cuánto dominar los nervios! ¡Cuánto sufrir en silencio…!

Conforme fueron pasando los días, el miliciano se suavizó y hasta conversaba amigablemente con nosotros. Al fin y al cabo, era un infeliz y se le podía llevar fácilmente por cualquier camino; aunque tan obcecado estaba con lo que le decían que era capaz de cometer cualquier atropello o disparate por nada. Estuvo un mes de guardia…

Úbeda, 28 de diciembre de 2012.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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