La grúa


Soy una máquina especial que tiene un corazoncito muy sensible, ya que estoy tan baqueteada por la vida y los humanos que me siento triste y pesarosa muchas veces, aunque ustedes no me crean; por eso, cuando encuentro amor y cariño a mi vera, tengo alegres sensaciones que hasta me hacen llorar de gozo.
Viene esto a cuento por lo que les quiero relatar y que me está ocurriendo actualmente (no les miento ni un pelín), en la última obra que estoy llevando a cabo en la calle Dormitorio y en la Plaza del Cristo de Burgos de Sevilla, pues todos los días, sin falta, me visita un infante muy guapo y súper alegre, bien acompañado por su abuelo que lo quiere a rabiar. Raro es el día que no lo trae varias veces. Disfruta tanto el nene, que está a punto de cumplir año y medio, que para mí le doy tanta vida como la comida de su mami.


Y todo es porque este niño (que se llama Saúl; según he oído a “los gorrillas” de la plaza, que tanto lo conocen y quieren) me admira profundamente y hasta pronuncia mi nombre tan clara y amorosamente («grúa, grúa…») que todos quedan admirados por ello; además de poder apreciar el semblante tan gracioso y alegre que muestra cuando me ve trabajar afanosamente, bien transportando tierra de un lugar a otro, bien horadando el suelo para hacer las zanjas necesarias con que remodelar los desagües o lo que sea; de todas maneras, observo que Saúl queda admirado con mi trabajo y mantiene una atención neta y continuada que ya quisiera cualquier docente o conferenciante palparla en sus alumnos o asistentes como yo tengo la suerte de apreciarla. Se queda absorto cual si fuese una estatua y no es la primera vez que hasta llora cuando me dice adiós con sus preciosas manos, porque el abuelo le recuerda que tiene que ir a ver a su mamá, a la plaza de las Mercedarias, o a seguir haciendo recados imprescindibles para la abuelita.


Esa admiración que siente Saúl por mí y todas las grúas que visita por Sevilla (me he enterado que la que está limpiando las Setas también es santo de su devoción), es la misma que mostraba su hermano Abel cuando tenía su misma edad.


¡Qué sería de mí, pobre máquina de la gleba, si no fuese por estas criaturitas, como Saúl, que me devuelven cada día las ganas de vivir y trabajar duro! ¡Qué pena -intuyo- que pronto crecerá y se olvidará de mí, viéndome solamente como un objeto válido para la labor que fui creada!
Es tal la pasión de Saúl por las grúas que cuando juega con las de su hermano, que tiene en su casa, o cuando le enseña -su abuelo- fotos mías y/o de otras grúas portuarias de Valencia, se pone entusiasmado y eufórico, exclamando insistentemente «más, más, más…»; como cuando tocan las campanas de San Pedro (nuestra parroquia sevillana) cuya musicalidad le encanta y que suele acompañarlas con el movimiento de ambos brazos como si estuviese tocándolas él.
Y no te digo , amable lector, cuando su hermano Abel se pone una camisa de grúas que le compró su abuelita materna, pues se agarra a él para darle besos y admirarlo, porque tiene en su pecho mi viva imagen mitificada y repetida.


¡Ah!; y siempre que visita a María (la simpática frutera que es mi vecina habitual ahora), cuando ella le pregunta dónde estoy, Saúl le responde con sonoro alborozo «allí, allí», señalándome con sus nacarinas manitas y su dedo índice estirado.
En fin, ya me gustaría encontrarme a muchos de estos niños en mi dura vida profesional y que la obra que ahora estoy realizando se alargase lo máximo posible, ya que las gratas visitas que me hace Saúl son savia nueva y vivificante que inunda de buen ánimo todo mi ser.
Sevilla, 14 de marzo de 2021.
Fernando Sánchez Resa

4 opiniones en “La grúa”

  1. Un precioso y emotivo escrito. Se ve que das muchos paseos con tus nietos y lo pasáis fenómeno tanto ellos cómo tú.
    Sigue con esa ilusión, que es la base de nuestra existencia.

  2. No puedo dejar de pensar en la alegría que será para Abel y Saúl, leer sus cuentos cuyos protagonistas, al fin y al cabo, siempre son ellos dos.
    Ser partícipe de la relación que mantiene con sus nietos es un privilegio.
    ¡Gracias!
    Un abrazo de Valeria, la hija de lo/as vecino/as.

  3. Muchas gracias, Valeria.
    Tu sensibilidad y bondad quedan ampliamente demostradas por el cariño y los comentarios que les dedicas a mis cuentos.
    Un fuerte abrazo.

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