Mi primer año de vida


Hoy -precisamente- hace un año que vine al mundo, gracias a mi querida mamaíta, especialmente, en un parto natural del que yo nunca tendré memoria consciente (pero sí ella -sobre todo-; y su entorno); ya que ambos no olvidaremos jamás aquellos momentos cruciales de nuestras vidas, aunque yo los sabré realmente por las veces que me lo contará ella, en un futuro; y, también, por las dulces y dolorosas sensaciones físicas y emocionales que le provoqué; bueno, que nos provocamos mutuamente.
Mas es tan tierno y lindo estar nueve meses dentro de una madre y salir al exterior para conocerla en vivo y en directo que no tengo más remedio que referirlo aquí. ¡Es lo más bonito que me ocurrió en aquel momento y que seguramente me ocurrirá jamás! Luego, han llegado sensaciones y aconteceres que me están proporcionando una felicidad continuada inconmensurable…


Fue tan dulce y tierna tener la sensación de estar entre sus brazos, la primera noche de mi vida, amamantándome y consolándome, con grandes ansias por mi parte, que nunca lo podré olvidar. Y creo que me va a dejar una huella súper positiva en mi personalidad, alegre y espontánea, ya que el regalo continuado que me está proporcionando al darme su leche materna, en este crucial y largo período de mi incipiente vida, va a ser un cheque-regalo difícil o imposible de pagar o devolver por mi parte (como le suele pasar a todo hijo de vecino); aunque espero agradecerlo, con palabras y hechos, todo lo que pueda, a lo largo de toda mi vida…
¡Te quiero tanto mamá…! No todas las madres están dispuestas a sacrificar su vida y figura por amamantar a sus pequeñuelos, sin importante la fatiga continua y la falta de descanso en esas noches eternas en las que yo mamo varias veces y permanezco adherido a tu tierno cuerpo del que todavía formo carne de tu carne, aunque ya estemos separados físicamente, pues a pesar de que me cortaran el cordón umbilical fisiológico al nacer, en el plano psíquico-emocional siempre estaré unido contigo, mientras viva…
También conocí a mi padre, hermano Abel y a mis abuelitos y tíos maternos y paternos, que quedaron encantados conmigo, de ver lo guapo y agradable que era, y la expresión de alegría permanente que iba (y voy) exhibiendo, en mi morenita cara, haciendo las delicias de todo aquel que se cruzase conmigo. Sensación que se ha ido acrecentando a lo largo de estos doce meses de ensueño en los que he ido descubriendo este contrastable y difícil mundo nuestro, a mi manera, siempre agradeciéndole -a todo aquel que está conmigo o se encuentra en mi camino- con una sonrisa abierta continuada, de oreja a oreja, sin que por ello deje de ser asertivo y llore o proteste cuando algo no me viene bien, tengo hambre o quiero que me cambien porque estoy sucio…; y como -últimamente- ya balbuceo y repito -cual mono sabio- ciertas expresiones verbales en español o francés, los tengo más que encantados. Y ya, si les digo adiós o au revoir, en francés, con mi graciosa manecita abriéndola o cerrándola, durante largo tiempo (lo que hago todos los días últimamente por la calle), dejo enganchado de empatía y regocijo a todo aquel que se cruza en mi camino, me lo meto en el bote… “El no va más” es cuando me arranco a decir hola o adiós por sevillanas y muevo -a su vez- mis dos manecitas, imitando el moviendo del afamado baile de mi tierra andaluza. Todos se sorprenden y se despiporran, lanzándome improvisados y sentidos piropos verbales o lúdicos. No me comen, porque mis padres o abuelos no los dejan, que si no; aunque yo con mis cuatro dientes puedo ya morder y hacer mis pinitos comiendo y despedazando el pan o lo que se tercie…
Llevo casi dos meses que quiero andar, pues el gateo ya lo domino y, de hecho, ya, con un año, ejecuto varios pasos, tan alegremente, solo; pero siempre me gusta que me cojan una de mis dos manecitas, a veces las dos, para caminar -tan feliz y contento- por el centro de Sevilla; o agarrarme solo una para poder ayudar a llevar mi propio carrito o a subir y bajar indefinidamente por las escaleras mecánicas de las Setas o de cualquier otro lugar que se me tercie en el camino, pues tengo tal arte en echar el pie para entrar o salir en la escalera mecánica que estoy para comerme…
No sabíamos nadie, todavía, que mi vida iba a ir paralela o dependiente de la dichosa pandemia de la COVID-19 que todavía nos asusta y atenaza, sin realmente saber por cuántos meses o años lo hará; pero eso es harina de otro costal…
Ya voy comiendo de todo, reinando en mi trona, con mis hábiles manos que van adquiriendo, cada día que pasa, esa motricidad gruesa y fina con la que voy valiéndome para coger todo cuanto mi aguda vista ve (como las colillas del suelo, si es que me dejan; que no…); también tengo oído y vista finísimos y agudos por lo que los sonidos e imágenes de los dibujos animados que tanto le gustan a mi hermano Abel me paralizan mientras los escucho y veo; o si los sonidos son altisonantes o de enfados, si los hubiera o captara, me provocan llanto sin remedio. No pueden dar una voz destemplada al lado mía pues me creo que va para mí y que me están regañando o enfadándose, por lo que rompo a llorar desconsoladamente; por supuesto, como cualquier hijo de vecino que tenga mi edad…
Ahora, lo que me va gustando mucho, es, además de ir en los brazos de mi acompañante o en mi carrito espatarrado tan ricamente, llamando la atención de todo el personal que me encuentro por el lugar de paseo, es que me suelten al ruedo de la calle y de la vida, bien agarradito e ir tan contento saludando al personal que me voy encontrando por todos lados, como si los conociese de toda la vida, sorprendiéndose, saludándome y/o sonriéndome ellos a su vez también; o en las tiendas de mi barrio, a donde mi abuelo materno me lleva a comprar, cuyas empleadas están loquitas conmigo, llamándome Saúl cariñosamente, cual si fuese uno más de su familia. Yo se lo agradezco siempre, dedicándoles sonrisas y -a veces- carcajadas a mogollón y mostrando mil gracias para que ellas me quieran siempre. Aunque a veces me muestro timidillo y vuelvo la cara para el otro lado de donde están, hasta que ellas se vuelven y ya no tengo más remedio que caer dentro de sus redes simpáticas, que no son sino fiel reflejo de las mías, al fin y al cabo. Me hablan con candor y dulzura, lo que yo agradezco de veras… ¡Qué bonita es la vida a esta corta edad en la que eres “el dueño” de tu destino y tienes más alicientes y mando en plaza (real) que un alcalde o presidente de gobierno!
En fin, espero vivir muchos años con buena salud y compañía, aprender mucho, ser siempre agradecido, como vengo haciéndolo en estos intensos doce meses que llevo disfrutando con mi familia, que tanto me quiere y mima, y que da todo lo mejor de sí para que yo goce de una infancia feliz; como lo hicieron (y siguen haciendo) con mi hermano Abel, para que no sienta celos infundados, pues a él se le quiere muchísimo, como a mí, que bien que lo noto yo a mi corta edad…
Sevilla, 19 de septiembre de 2020.
Fernando Sánchez Resa

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