09. Refrigerio oportuno

Mientras llegaba la camilla de la Cruz Roja, mis dos conductores me indican, amablemente, si quiero sentarme para descansar. Yo acepto y lo hago en la escalinata de la primera puerta de la calle de San Fernando (hoy, conocida vulgarmente por La Corredera). Tenía los vestidos empapados de sangre ‑aunque ya había cesado de salirme- y sed, pues tenía la boca seca; pero no quería pedir un vaso de agua, porque seguía oyendo pedir mi muerte a mi alrededor… Gracias, ¡oh Providencia del Señor!, que no quisiste que me faltase este pequeño refrigerio. ¡Dios mío!, nunca me podré quejar de tus bondades, ni seré capaz de darte las gracias por todos los beneficios que me proporcionaste. ¡Jamás olvidaré las mercedes que me concediste en este tiempo de necesidad!

Estando sentado, uno de los que me acompañan me pregunta si tengo sed. Como le digo que sí, llama a la puerta para pedir un vaso de agua. Sus moradores, al enterarse, se apresuran en buscarlo y, en un minuto, el dueño de la casa y su hija me lo entregan. Conforme iba bebiendo, notaba que se me devolvía un pedazo de vida que se me había ido. Al ofrecerme un segundo vaso, lo rechacé dándoles las gracias por el primero. Espero que el Señor haya remunerado a aquella bendita familia por la caridad que me ejercieron, pues yo sólo les dejé el portal lleno de sangre…

Mientras tanto, llegó la camilla de la Casa de Socorro. Me instalaron convenientemente, a la vez que oía voces de los que me rodeaban, pues, como en los antiguos circos romanos, todavía les parecía poca mi sangre derramada. La decisión y la energía de los camilleros hicieron levantarme sobre sus hombros y se dispusieran a partir. Mas, en ese momento, un energúmeno se abalanza sobre la camilla y arranca un pequeño rosario que estaba sujeto en ella, con el consiguiente rugido de la multitud… Nosotros, gracias al ánimo y empeño de los jóvenes camilleros, avanzamos rápidamente. ¡Qué tristes iban!, pues algunos eran amigos míos.

La gente fue disminuyendo, quedando solamente curiosos, hasta que llegamos a la Casa de Socorro. Entonces, pensé que hallaría allí un puerto de seguridad y el término del viaje, pero estaba equivocado… Es verdad que, tras la horrorosa tempestad, había llegado a un puerto, pero ni era el definitivo ni las tempestades habían amainado…

Úbeda, 4 de noviembre de 2012.  

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