Recuerdos de la SAFA – 5. La primera clase

Recuerdos de un safista – 5. La primera clase

La primera clase, de Matemáticas, marchó bien, sobre todo para alguien como yo que no tenía especial predilección por los números, por no decir que no los tragaba en absoluto. Pero Don B. explicó los polinomios de una manera que yo los entendía según los escribía en la pizarra. Y eso no me había pasado nunca.

Con su vozarrón enunciaba los elementos, los escribía y nos miraba con sus ojos oscuros que penetraban en nuestras mentes, y decía “¿Lo habéis entendido?” Y la verdad es que sí, lo entendía todo. Pero cuando empezamos a multiplicar, dividir y reducir polinomios, ya empecé a ver chiribitas en la pizarra… Yo tomaba notas aceleradas en mi bloc, para no perderme nada.

En ésas estaba, cuando llamó a la pizarra a M., que tras escribir el enunciado del problema se quedó colgado un rato y al final escribió una solución que supongo se acababa de inventar, fruto de su desconocimiento. Y entonces, el vozarrón dijo: “¡Bendito sea Mojete pinchao en siete palos!”, mientras arrebataba la tiza al zagal y escribía el resultado correcto. Aquella expresión nos generó sorpresa y algo de comicidad, teniendo que contener la risita que nos subía sin remedio. La cosa no pasó a mayores, mientras Don B. dictaba otro problema… ¡Cuántas veces no le oiríamos dicha expresión, hasta el extremo de que ganarse como apelativo el del ilustre y desconocido “Mojete”!

Y no puedo por menos que compararlo con mis maestros de Primaria, tan dados a la práctica magistral: “para mañana la lección 16 de la Enciclopedia, copiar en el cuaderno el texto del Cid, haced el análisis morfológico de “el niño compra un cuaderno al tendero en la librería” y repasamos la tabla de dividir del 7”.

Y al día siguiente, empezaba la secuencia:

Primero, escribir la fecha y la consigna del día, que era una frase que permanecería en la pizarra toda la jornada.  El maestro tenía un librito, del cual sacaba estas frases y las copiaba en la parta más alta de la pizarra, a continuación de la fecha. Algunas las repetía distintos días, como “Familia, municipio y sindicato”, o “Una patria, un Estado, un Caudillo”. Los días que venía el cura a enseñarnos el catecismo escribía otras como “Familia que reza unida, permanece unida” o “El Sagrado Corazón de Jesús reina en esta clase”. Un día vino el señor del bigotito y la camisa azul, borró la consigna y escribió, con una letra rarísima, “Caídos por Dios y por España, ¡presentes!”, y nos dijo que ese día era especial porque hacía nosecuántos años había muerto un señor, y nos contó su vida y la de otros señores parecidos a él. No entendimos gran cosa, pero ese día no hizo preguntas a nadie, y así nos ahorramos algún que otro bofetón.

Nada de esto había sucedido en esta primera clase en la SAFA. Ni antes, en el estudio. Ni parecía que fuera a suceder en lo sucesivo. Empecé a darme cuenta de que muchas cosas habían cambiado y más que iban a cambiar…

Terminó la clase de Matemáticas y volvimos al estudio. Rápidamente, guardamos los cuadernos en el pupitre y formamos la fila para salir al recreo. En silencio, en dos filas, pegados al muro embaldosado, salimos a un espacio amplio, donde había dos campos de deportes separados por un murete. A nosotros nos asignaron el más pequeño de los dos, a la derecha. Era de tierra, con sendas porterías, donde rápidamente se organizó un partido.

Campo de deportes 2º de Oficialía

Mientras, veíamos un río de niños que salían del edificio, y se desperdigaban por los otros campos. Los que no formábamos parte de ninguno de los dos equipos, nos sentamos en el terraplén, pero la curiosidad nos impulsó a explorar los alrededores. Tras una calle asfaltada había otro campo de deportes, aún más grande, y a la derecha, un enorme espacio. Nos acercamos y vimos un campo de fútbol de grandes dimensiones, reglamentario, con un graderío de cemento, coronado por una tribuna con barandilla de hierro y unos arcos de hormigón encalados. Todo nos pareció gigantesco, desmesurado. Y más allá se adivinaban más campos y unas construcciones achaparradas, desde donde provenía un olorcillo que entonces no supe identificar. No habíamos terminado de recorrer este llano cuando oímos un timbre y unos silbidos. Corriendo, volvimos al campo asignado, y nos dispusimos a formar las filas. Poco había durado mi primer tiempo libre en la Escuela.

Vueltos al aula grande, nuestro tutor nos dice que esta hora, que en el horario se dedicaba al estudio, lo ocuparíamos hoy con otros temas organizativos. Por ejemplo, el nombramiento del delegado de curso. Y señaló a un chico sentado en la segunda fila de la derecha, que resultó llamarse H.G.

Explicó otros asuntos organizativos y ya nos anunció que los libros los repartirían cuando fuesen llegando, y que ese mismo día nos darían el de Matemáticas, el de Dibujo a los Delineantes y el de Tecnología a los mecánicos, de la especialidad tornero.

Nos explicó que en el armario de la derecha habría diverso material de escritura, y que podríamos comprarlo pagando el precio fijado en la lista pegada en la puerta. Para esta gestión habría un encargado de este armario, junto con el delegado recién nombrado. ¡Y anunció mi nombre! Yo me quedé de piedra, más asustado que sorprendido, y sólo supe alzar tímidamente la mano cuando me dijo que me presentase a mis compañeros. Nunca supe por qué me eligió a mí.

Llevado por esta nueva responsabilidad, compré una goma de borrar (de lápiz y tinta, me recomendó) y un sacapuntas metálico.

Como sólo tenía un cuaderno, pregunté por el precio de uno de los más sencillitos, pero lo tuve que dejar para otro día, pues no tenía bastante en ese momento. Una peseta no da para tanto…

Don J. miró el reloj, interrumpió lo que estábamos haciendo, señaló a B. y le dijo “Tú, que eres alto y llegas a la parte de arriba de la pizarra, sal y copia esto… Y vosotros, copiarlo en vuestro cuaderno

Y en la pizarra, B. con una letra algo temblorosa, empezó a escribir:

Paso a la juventud

que se abre a nuestra vista

en ansias de conquista

del pueblo andaluz…”

 

(Continuará…)

NB: Los títulos de las fotos aparecen al pasar el cursor sobre ellas.

Autor: José Luis Rodríguez Sánchez

Presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos de Magisterio de la SAFA de Úbeda (AAMSU)

7 opiniones en “Recuerdos de la SAFA – 5. La primera clase”

  1. Hola José Luis, no puedo evitar sonreír tal como lo voy leyendo y de paso recordándolo (casi viéndolo) como si fuese ayer.
    Creo recordar que el primer año (2° de pre) unos tenian a D. Joaquín y otros a D. Gerónimo, puede ser ?
    Un abrazo.

    1. Hola, Juan Antonio.
      No recuerdo lo de los dos tutores. Tenía entendido que eran Don Jerónimo y el Hermano Peco.
      A lo mejor alguno de los compis nos lo pueden aclarar.
      Un abrazo.

  2. Enhorabuena, quizás por conocidas, me encanta refrescar la memoria con tus acertados y documentados artículos. Me acuerdo del hermano P. y del profesor B., del que tengo la suerte de seguir disfrutando de su eterna juventud. También me acuerdo que tú eras de los «mayores», yo estaba en 1º de Preaprendizaje cuando tú ya estabas en una lejana 1º de Oficialía. Buenos días y abrazos virtuales, por lo del Covid-19.

  3. Estupendos artículos para revivir la adolescencia y recordar dónde están las raíces de los valores que han dado sentido a nuestras vidas. ¡Enhorabuena!
    Qué alegría leer al final «(Continuará)»

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