Tanta memez ya harta

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Es que no me lo puedo creer.

No me puedo creer que parte importante de la izquierda española siga cometiendo un día sí y el otro también los mismos errores del pasado. Los sigue cometiendo a pesar de lo demostrado que está que son errores de bulto y que repetir las tácticas y las estrategias experimentadas y, por lo tanto, contrastadas en su eficacia (veremos cuál), solo llevan a los mismos callejones sin salidas.

Me niego a pensar que es que son necios o ineptos por pura naturaleza y constitución; pero es que algo debe de haber de ello, porque -si no- es para que se lo hagan ver. Creo que impera en el fondo y en su mismo ser un mal; el mal de los liderazgos con ínsulas de lo absoluto, de lo radical en sus propuestas y en sus concepciones, porque eso es la esencia, el alma de su existencia, la razón por la que hay que luchar, no desfallecer y, desde luego, seguir las directrices doctrinarias marcadas a fuego en el ideario de unos cuantos que se consideran los puros no contaminados y, por lo tanto, mantenedores de esa esencia decantada y alambicada hasta llegar al espíritu madre.

Ya indiqué que la mítica reemplaza a la lógica y a la razón y, sobre todo, a la conciencia de la oportunidad y viabilidad de la acción política. Se les ha pegado de tal forma el ideario mitificado, inventado, parido por iluminados que -en ciertas etapas llevaron sus conceptos hasta sus consecuencias más extremas (y funestas en general)- cambiar esa piel les ha de resultar bastante doloroso. Y lo malo no es que les duela a ellos (cosa que se podrían evitar, si fuesen realistas), sino que lo peor es que nos va a doler a los demás.

Reitero que lo sucedido entre el 2015/16 fue un descalabro buscado adrede por la mendaz inquina, por el deseo de propiciar el ascenso futuro al poder de una fracción de la izquierda, precisamente favoreciendo la permanencia en el poder de la derecha; es verdad que preferían un cuanto peor, mejor a la progresiva acción de sembrar iniciativas, cambios y mejoras desde la perspectiva de una socialdemocracia alimentada por sus criterios de reformas más eficaces.

Ahora tropezamos otra vez en la misma piedra. Dura piedra. Y tal tropiezo es que arrastramos en la caída a los demás, que no podremos levantarnos, pues quedaremos bajo la losa de otra legislatura de derechas. Gobierno de derechas aún más envalentonado y derechizado, aún más radicalizado con la inyección letal del franquismo redivivo. Se darán pasos de cangrejo, queramos o no. Y ello será posible, porque se está alimentando, con esta política equivocada, el resurgir con fuerza de la derecha de toda la vida (o sea, de la que no se fue y estuvo esperando su momento).

Incidir desde los grupos izquierdistas y anarquizantes (anticapitalistas de medio pelo) en posturas radicales, incomprensibles para la mayoría de la población, como pueden ser las que afectan a los movimientos secesionistas; tomar partido por los mismos contra viento y marea, utilizando principios democráticos tergiversados o mal aplicados y que, en realidad, favorecen por un lado al egoísmo de las burguesías independentistas y por otro -como escribo-, alimentando el victimismo y la afrenta patriótico-españolista, es postura y táctica tan nefasta y equivocada que no tiene más remedio que desembocar en el dominio de la derecha, sí o sí. Cuestionar si es mero electoralismo el haber sacado a Franco de Cuelgamuros por parte de esta izquierda maximalista (y rencorosa) es ir del brazo de lo más recalcitrante de la derecha.

¿No quieren ver esto quienes podrían? Pues ellos y ellas verán.

Históricamente, en nuestra España -a la que limito el comentario-, se tiene mucho que enseñar como ejemplarizante. Seamos claros; ejemplarizante, si no se sigue haciendo el esfuerzo de tergiversar la cruda realidad, las crudas realidades acaecidas. No nos podemos perder en ensoñaciones y en decoraciones de escenarios que fueron no más que eso, meras ilusiones de intención propagandística. Por sus obras los conoceréis -se dijo- y, en efecto, los resultados son los que cuentan y a los que se debía prestar atención máxima: a los resultados; a sus circunstancias para haberlos obtenido y, desde luego, a sus consecuencias (que acá fueron cuarenta años de dictadura tras una feroz guerra incivil; cuarenta años de una democracia impuesta y tutelada por los poderes fácticos, entre ellos el franquismo residente y el resurgir del independentismo muy radical).

¿Se logró algún cambio radical en nuestra estructura social, económica o política tras las abiertas exigencias de la izquierda doctrinaria…? Desde luego que, radical, no. Por lo tanto, más que echar la culpa a otros, que -sin dudarlo- la tienen y ha sido frenos continuados de cualquier avance progresista de calado, habría que analizar sinceramente la táctica llevada a cabo. Por desgracia, cuando la Segunda República los intentó, se encontró con la feroz oposición de la derecha más reaccionaria; como la mesura y el posibilismo desaparecieron, se formó la certeza de que el milagro del cambio radical estaba a la vuelta de la esquina, al caer nada más que se desease. No me detendré en los resultados, de todos manifiestos.

Pues bien, tras cuarenta años de democracia consentida, los cambios necesarios han sido más bien sectoriales y muy concretos (que eran hasta imprescindibles según se mirase), pero que deberían procurar una sociedad vertebrada, participativa, equilibrada y tolerante, más sana y diferente de lo que nos quedó tras la herencia republicano-franquista.

España se merecía algo más que estructuras caducas y apenas eficientes (véanse esos aparcamientos de franquistas sin remedio, conservadores y defensores de su casta o sus beneficios, comederos de la sopa boba de la clase política de oficio, sus cargos, tribunales y consejos que huelen a rancio nada más nombrarlos, etc., etc.) que, una vez renovadas, sirviesen realmente a los intereses de una joven democracia social y de derecho, como dice la Constitución. Ahí es donde la labor ejecutiva y legislativa de las izquierdas se debería haber visto, en eficaces esfuerzos que poco a poco hubiesen cambiado el panorama nacional; no perderse en criterios idealistas, que separan más que unen a la ciudadanía.

Por estas equivocaciones de bulto se propiciará la permanencia de las estructuras anquilosadas, de las leyes obsoletas y solo beneficiosas para la permanente carcundia y el poder del dinero (cada vez hay más ricos en España, lo que se traduce en que cada vez hay más pobres). Y solo veremos los clásicos lamentos, las clásicas arengas, las manidas consignas sin nada detrás, meras sembradías de plantas hueras.

Pero esos líderes impolutos, vista su necesidad ante las supuestas evidencias, seguirán con sus marchas y canciones de siempre. Y lanzando a las calles a jóvenes sin conciencia política apenas (y sin ningún conocimiento de la misma y menos de la historia) que servirán de carne de cañón para hacer los trabajos sucios.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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