“Los pinares de la sierra”, 195

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

6. A la espera del notario.

Con un gesto muy femenino se apoyó en la pared, se puso los zapatos de tacón y se marchó hecha una fiera, mientras los demás no dejaban de reír; en especial Gálvez, que encantado de la reacción de la muchacha, le dijo a Fandiño que ella podía volver cuando quisiera, pero que al hippy no quería volver a verlo por allí.

―¡Que se vaya ahora mismo!

―Tranquilo, señor Gálvez ―respondió el gallego―, no volverá a verlo nunca más; pero este no se va de aquí hasta que deje el suelo como una patena, y me firme la lista de los desperfectos para que los pague su empresa. Si quiere, me quedo con él hasta que todo esté en condiciones. ¿Qué le parece?

―No, no. Te quiero a mi lado hasta que esto termine. Que limpie, que lo deje todo en orden y que no vuelva más. Y ahora vámonos. ¿A qué hora nos espera el notario?

Portela se puso junto a Gálvez y, con cierto nerviosismo, dijo que solo faltaban diez minutos.

―Posiblemente, ya habrán llegado el notario y los compradores. Deberíamos llamar por teléfono para decir que estamos saliendo. Piense que tenemos el dinero y no me gustaría que, por una tontería, dudaran de nosotros.

―De acuerdo, de acuerdo ―admitió Gálvez―. Llama y vámonos cuanto antes.

Regresaron al despacho, recogieron el dinero que había sobre la mesa y, mientras Portela telefoneaba a Martina para avisarle de que se retrasarían unos minutos, Fandiño volvió a meter los billetes en la bolsa, se la entregó a Ezcurra y salieron de la oficina.

―Estamos de suerte; ni el notario ni los compradores han llegado aún.

Al pasar junto a Martini, que ya había recogido los cristales y fregaba el suelo con cara de resignación, Fandiño le dijo que, cuando terminara, cerrara con llave, la dejara en el buzón de la entrada y que no quería volver a verlo.

A las doce y cuarto todo estaba a punto en las oficinas de Edén Park. Barroso y su señora llevaban unos quince minutos esperando en la sala de juntas y, por orden de Martina, una de las recepcionistas les había llevado un vaso de agua y una taza de café. Mientras tanto, ella aguardaba en la centralita, hojeando un ejemplar de Interviú para calmar los nervios. El primero en entrar fue Ezcurra, seguido del señor Gálvez, que ni por un momento apartaba los ojos de la bolsa. Detrás iba Fandiño, con sus ojillos de ratón asustado, y Portela, que no se acababa de creer lo bien que había salido todo, hasta aquel momento, y le preguntó a Martina.

―¿Ha llegado el notario?

―No puede tardar; hace unos diez minutos llamó su secretaria, diciendo que venía hacia aquí. Pasen a la sala mientras llega. ¿Un café?

Portela interrogó a Gálvez con la mirada y este respondió con un gesto ambiguo.

―Bueno, tomaremos café para calmar los nervios.

Ezcurra le entregó la bolsa a Fandiño y se quedó en el pasillo, mientras los demás pasaban a la sala, tomaban asiento y Paco hacía las presentaciones. A un lado de la mesa estaba el señor Barroso y su mujer; al otro, Fandiño junto a Gálvez con la bolsa del dinero entre los dos; Portela ocupó uno de los extremos y dejó libre la cabecera, para el notario y su oficial. Tres minutos más tarde anunció Martina su presencia y enseguida entraron Roderas y Mercader. Dieron los buenos días con exagerada seriedad, y ocuparon la presidencia de la mesa con la pompa del juez que se dispone a dictar sentencia, y la frialdad del timador que arriesga su vida en el envite.

roan82@gmail.com

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