“Los pinares de la sierra”, 194


Por Dionisio Rodríguez Mejías.

5. Una actuación magistral.

En aquel momento, se escuchó una voz procedente del interior de la discoteca: «¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Que te caes!». Y, a continuación, el estruendo de la escalera metálica estrellándose contra el suelo, ruido de cristales rotos y las voces de Martini que no paraba de gritar: «¡Socorro! ¡Socorro!».

Menudo susto se llevó Gálvez.

―¡Fandiño! No te separes del dinero, que yo voy a ver qué coño pasa ahora.

Salieron del despacho y encontraron a la chica en el suelo, como si estuviera desmayada, y a Martini arrodillado junto a ella, pidiendo ayuda sin saber qué hacer. Hasta Paco, que estaba en el secreto, llegó a dudar. La escalera y el cubo, tirados por los suelos; el agua derramada; la moqueta llena de espuma, botellas rotas…, y la chica inmóvil, como muerta.

―¿Qué coño pasa aquí? ―rugió Gálvez con su odioso vozarrón—.

Uena cada, no diene ―dijo Ezcurra, mientras cogía a Loli por la muñeca para tomarle el pulso―. Debedíamos llevadla a un hospidal.

―¿Llamo a una ambulancia? ―preguntó Martini, dirigiéndose a Gálvez—.

Temiendo que el asunto fuera de gravedad, Gálvez se encaró con él, maldiciendo como un poseso.

―Tú te callas y no llamas a nadie. ¡Será mariconazo el puto hippy de los cojones! ¿Qué estabais haciendo? ¿Eh? Seguro que has intentado meterle mano; a ella le habrá gustado y, entre las risas y el cachondeo, se ha caído de la escalera. A la policía es a quien voy a llamar ahora mismo.

―¿Qué dice, señor Gálvez? ―le susurró Portela al oído―. ¿Cómo vamos a llamar a la policía con lo que tenemos ahí?

Muy alterado y fumando como una chimenea, llamó a Fandiño.

―Oye, Roque; mójale la frente o dale un poco de agua a ver si vuelve en sí.

―¿Quiere usted que le haga la respiración artificial? ―dijo Martini—.

―¿A quién?

―¿A quién va a ser? Pues a mi compañera ―respondió Martini—.

Ya se disponía Gálvez a lanzarle una sarta de improperios, cuando Portela, haciéndole una señal con los ojos, le sugirió que por intentarlo nada se perdía. Al ver que nadie se oponía a su iniciativa, Martini pidió a los presentes que se apartaran un poco, le quitó a Loli el pañuelo de la cabeza, le desabrochó la parte superior de la blusa e inició el protocolo de reanimación. Al tercer intento, la chica se despertó y miró a su alrededor.

―Un sorbo de coñac le ayudaría a recuperarse ―dijo Fandiño, con sus ojillos nerviosos, cogiendo una botella de la estantería—.

―No ―objetó Martini, mientras seguía con su tarea―. Es muy joven para tomar alcohol.

En ese momento, Loli abrió los ojos y, al ver a cuatro señores a su alrededor y a su compañero echado sobre ella, ágil como una liebre se puso en pie, miró a Martini, le dio dos bofetadas y se puso a chillar como una loca.

―Ya soy mayor de edad y puedo beber lo que me dé la gana. ¿Te enteras? Y no vuelvas a tocarme el culo o llamo a la policía, fregón de mierda. Ahí te quedas. Búscate a otra para meterle mano, gilipollas.

roan82@gmail.com

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