Inmersión lingüística en Cataluña y otros imitadores territoriales

Por Salvador González González.

Comienzo, dejando bien claro, que me parece muy positiva la recuperación de las lenguas vernáculas maternas que hay en nuestra piel de toro (empleo a propósito este atributo referido a España, porque al igual que tantas otras cosas, han aparecido enemigos de la tauromaquia, unos con argumentos animalistas, tan respetables, como los contrarios; otros simplemente por atacar a todo lo que suene como español; esto ya es más lamentable, porque los toros puede que, sin hacer nada en contra, pierdan pujanza o no; basta con que las personas dejen o no dejen de ir en base a su libre albedrio ya se verá, no es de recibo, ir a acabar con él, porque sí, manteniendo de contrario espectáculos con menos arte, más crueles e inhumanos).

No me voy a entretener, ahora, en dar argumentos para su mantenimiento por sus ventajas artísticas, medioambientales y conservacionistas de ecosistemas, como las dehesas; o de persistencia de una raza, la del toro de lidia, que sin la tauromaquia, con toda seguridad desaparecería; voy a hablar de lo que digo en el título. Me parece, pues, muy positivo conservar y potenciar las lenguas maternas territoriales e incluso sus maneras peculiares de éstas, que las hay dentro del propio territorio, donde se conocen y emplean. Es una riqueza que conforma esta España tan plural y diversa, que nos enriquece a todos y éstas deben ser vivas y evolucionadoras, según sus hablantes determinen en su uso.

Por ello, de acuerdo con un dicho muy nuestro: «Donde fueres haz lo que vieres», me parece imprescindible que el españolito que decida cambiar de residencia, por las razones que fueren, debe adaptarse al territorio donde va a fijar su residencia habitual; pienso que, por ello, debe aprender y defenderse allá donde se encuentre con la forma de hablar de su nuevo hogar, con sus vecinos, amigos y personas de ese entorno geográfico. Por tanto, en un corto periodo de tiempo, debe hacer el esfuerzo para entenderse en ese lenguaje coloquial de la zona y, si se trata de un funcionario de la función pública, debe ser un elemento que valorar con algún plus, su conocimiento en su currículum.

Dicho esto, para que no quede duda, lo que no me parece de recibo es que vaya en detrimento de la otra lengua el español, que como cooficial debe estar al mismo nivel de conocimiento y exigencias que la propia vernácula materna. La lengua no puede ni debe ser utilizada como un elemento de discriminación y lanza de adoctrinamiento, con creación de barreras entre los pobladores de un territorio, ni mucho menos como elemento de diferenciación y creación de desigualdades de oportunidades; no puede ni debe consentirse que alguien de cualquier territorio que quiera opositar a una plaza en la administración de ese territorio, que el hecho de dominar ese idioma local sea excluyente para aquel que no lo domine, al menos inicialmente en la fase en que se oposita, en la que todos los opositores deben tener las mismas oportunidades y demostrar en las pruebas “ad hoc” que son los más cualificados y preparados para la plaza que pretende, sea esta de judicatura, enseñanza, sanitaria o la que se tercie en dicha convocatoria; lo contrario va contra el principio de igualdad de oportunidades y discrimina dicha convocatoria a favor de los que dominan la lengua local donde se celebra; es como si a una convocatoria para un puesto en Andalucía se les exigiera al concursante dominar las peculiaridades del habla andaluza, sus expresiones y giros; otra cosa es que, con un cierto tiempo de permanencia, le sea requerido para atender a los que lo empleen por pura decisión personal y en beneficio de una mejor atención personalizada a los usuarios ciudadanos de ese territorio.

Al aplicar este criterio, con pruebas elaboradas en esas oposiciones, en la lengua propia de ese territorio, se está discriminando obviamente a otros que lo quieran hacer de zonas ajenas a ella. Un hijo de un castellano-hablante de cualquier territorio, que quiera opositar en la zona en cuestión, obviamente juega en peores condiciones que el que sí lo es. Pero es que, además, con toda seguridad pierden todos los de ese territorio, porque en lugar de primar la cualificación profesional para el puesto: un buen médico, un cualificado jurista o un profesor con dotes pedagógicas excelentes, por ejemplo; la criba de la lengua puede retraer a muchos de ellos por no dominar la misma, ni por el momento disponer, ni querer dedicar tiempo extra a su conocimiento y dominio, con lo que ese territorio se ve privado, por ello, de posibles profesionales preparados para esos menesteres.

De otro lado, el derecho de los padres, que deben tener, de que sus hijos reciban enseñanza en el centro donde quieran, siempre que haya plazas y en la lengua vehicular que deseen, debe ser respetado; no se puede limitar dicho derecho por una supuesta inmersión lingüística, ya que lo que se hace con esa imposición es crear una fuente de discriminación e intolerancia.

Hace algunos años, un compañero de los primeros años en escuela pública, en mi pueblo ya fallecido por cierto, muy propenso a aprender idiomas, terminó en Suecia como estudiante becado por el propio gobierno sueco; cuando falleció, relativamente joven (tendría unos treinta años; precisamente, en una de esas vacaciones en nuestro pueblo, una pancreatitis se lo llevó), dominaba por entonces cinco idiomas y seguía en ello, ya con familia; se casó con una sueca. En uno de sus viajes de retorno al pueblo, para ver a familiares y amigos, me contaba de Suecia, que era entonces el paradigma de sociedad avanzada (aún creo que sigue siéndolo en muchos aspectos). Muchas cosas de esa sociedad, para mí dos, fueron las que más me impresionaron; la primera era que el sistema impositivo sueco favorecía que la gente dedicara bastante de su tiempo a actividades al aire libre, pesca del salmón, vacaciones etc., porque llegaba un momento en que no les interesaba incrementar más el dinero que ganar, ya que, prácticamente en ciertos tramos, casi todo iba para el fisco; por ello, la gente se esmeraba más en buscar el ocio personal que en buscar nuevas formas de ganar dinero; y la otra tiene que ver con lo que estoy opinando. Decía, no sé ahora si se sigue en ello –de esto hace ya bastantes años–, que, cuando en un aula o colegio había alumnos de procedencia idiomática distinta –a la de allí en un número superior a tres alumnos, creo recordar–, el sistema educativo le adjudicaba un profesor en su idioma para que le reforzará en las materias que eran dadas en un idioma que aún no conocía.

Cuán diferente lo que está y sigue sucediendo en algunos territorios, donde los padres, incluso con sentencias favorables, se ven privados de que sus hijos reciban lo que ellos demandan: clases en su lengua vehicular que en este caso solicitan (es el castellano o español, como prefieran ustedes llamarle). En Cataluña, creo que lo de la inmersión lingüística lo que oculta es un inmersión nacionalista, porque de una época en que casi se prohibía hablar en catalán y en las clases solo se utilizaba el castellano (nacionalismo español excluyente), se ha dado un giro de 180 grados (vamos, “Una vuelta a la tortilla”) y la parte que antes era maltratada, quemada, ahora está arriba (nacionalismo excluyente catalán) y maltrata a la que ha dejado que se queme abajo.

Otro logro de la burguesía en Cataluña, que así disponen servilmente de todos aquellos que obligatoriamente tienen que entenderse en la lengua que ellos quieren. Creo que este estado de cosas en una sociedad avanzada y con ciudadanos libres, no se debiera admitir. Con ser esto malo, lo peor es que hay territorios que están aplicando o pretenden aplicar el mismo sistema con sus respectivas lenguas y, en algún caso, se están creando problemas donde antes no los había y pongo como ejemplo el bable asturiano.

bellajarifa@hotmail.com

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