La mujer de Lot

 

Por Jesús Ferrer Criado.

Eran tiempos muy distintos a los de ahora. Todavía no se había inventado la ideología de género que algunos quieren imponernos, ni la libertad de orientación sexual, ni la minifalda, ni “sálvame de luxe”, pero en algunas partes la cosa estaba que ardía y luego fue a peor.

A orillas del Mar Muerto, que está al sur de Israel ‑como se sabe‑, había dos ciudades de las que no sabemos quién era el alcalde, ni si tenían equipo en Primera División, ni cuál era su plato típico. Lo que ha llegado hasta nosotros, gracias a la Biblia, es en qué empleaban el tiempo libre. Me refiero, claro está, a Sodoma y a Gomorra. Los de Sodoma se llamaban sodomitas, palabra que aún se emplea; y los de Gomorra se llamaban… a grito pelado, como ocurría hasta no hace mucho en nuestros pueblos.

La historia no tiene desperdicio y, si fuera una de aquellas películas de nuestra juventud, sería 4R o más.

Lot y su familia ‑a saber, su mujer y dos hijas‑ vivían en Sodoma. Lot era sobrino de Abraham y éste intercede ante Yavé para que no destruya la ciudad; pero, como toda la ciudad está corrompida por el vicio ‑excepto Lot, que era extranjero‑, pues Yavé manda dos ángeles para que le avisen y salga cuanto antes con su familia; claro, porque su decisión es arrasarla totalmente.

Cuando los dos ángeles, en forma humana, llegan a las puertas de la ciudad, Lot, que les espera, los invita a su casa para pasar la noche; pero los lugareños los acosan e insisten en que Lot se los entregue para abusar de ellos. Lot, que tenía un alto concepto de la hospitalidad, los protege como puede, ¡llegando a ofrecerles a sus dos hijas, con tal de que dejen tranquilos a sus huéspedes! El terrible ofrecimiento de este padre fue así:

—Mirad; dos hijas tengo que no han conocido varón; os las sacaré para que hagáis con ellas como bien os parezca; pero, a esos hombres no les hagáis nada, pues para eso se han acogido a la sombra de mi techo.

Ni por esas. La presión era tan grande que Yavé cegó a los asaltantes para desorientarlos y que no pudieran derribar la puerta.

Lot se las arregló para avisar a los novios de sus hijas para que se escaparan con él; pero ellos no se tomaron el aviso en serio y se quedaron. Total, que al amanecer, salió el grupo: los ángeles, Lot, su mujer y las dos muchachas con lo más imprescindible y con el encargo de no entretenerse, ni mirar para atrás. Cuando Lot llegó a sitio seguro y alejado del valle, Yavé descargó sobre la zona una lluvia de azufre y fuego que aniquiló cualquier vestigio de vida, plantas incluidas.

En aquellos tiempos, milenios antes de las Fallas de Valencia, no debían ser muy corrientes estos espectáculos y no era cuestión de perdérselos. Así que, para tener algo que contarles a los nietos, la mujer de Lot volvió la vista hacia atrás y, en el acto, se quedó convertida en un bloque de sal. No está documentada la reacción de Lot y de sus hijas ante tal desgracia. Se me da que la pobre mujer no era muy querida en el seno familiar, porque no se habla ni de llantos, ni de lamentos, ni de cosa parecida.

Sea como sea, el trío familiar ha sobrevivido, pero lleva un día fatal. Lot se ha quedado viudo de golpe y, tal como iban las cosas, encima tiene que estar agradecido. Pero las niñas se han quedado sin novios y sin madre en veinticuatro horas; y yo creo que eso les afectó seriamente; pero, como no se había inventado la ayuda sicológica, pues el trauma se te queda ¡y a ver ahora!

Huyendo de la quema, Lot y sus dos hijas se refugiaron en una cueva, mientras encontraban algo mejor; y ahora viene lo bueno. La hija mayor, traumatizada como digo ‑porque no tiene otra explicación‑, le dice a la otra:

—Nuestro padre es ya viejo, y no hay aquí hombres que entren a nosotras, como en todas partes se acostumbra. Vamos a embriagar a nuestro padre y a acostarnos con él, a ver si tenemos de él descendencia.

Y así lo hizo, sin que, al parecer, Lot se diera cuenta de nada.

La noche siguiente fue el turno de la más pequeña. Y lo mismo.

Aunque no se puede decir que el cuerpo de la madre estuviera todavía caliente, porque la sal es sal, sí resulta sorprendente esa forma de llevar el luto las hijas, tanto a su madre como a los que iban a ser sus maridos.

Refiere el Libro que ambas concibieron y dieron a luz sendos hijos.

El relato bíblico no da detalles de este increíble episodio, pero nuestra imaginación puede suplir algunos, como imaginar a esas muchachas queriendo emborrachar al padre, que acaba de enviudar:

—Vamos, papá; levanta ese ánimo que son cuatro días. Mujeres hay muchas. Ya verás cómo encuentras una que te quiera. Venga; tómate otra copita. «Asturias, patria querida‑a…».

Para el lector moderno, todo el episodio de Lot (Génesis 18-20 y ss) es un escándalo completo, donde hay, “presuntamente”, delitos gravísimos. Imaginemos ahora qué calificativos se le darían en la Edad Media. Realmente, en la Biblia hay relatos espeluznantes de violencia y de otros tipos; y no resulta tan descabellada la prohibición de que el vulgo leyera la Biblia, el Antiguo Testamento, en lengua vernácula.

Llama la atención el fulminante castigo que recibe la mujer de Lot. No parece que haya proporcionalidad alguna entre el delito (?) y la sanción. Parece que Yavé no estaba de humor ese día y le sacó roja directa.

Uno tiene que compadecerse de esa pobre mujer que acaba de escapar por los pelos de una muerte horrible y, cuando ya se encuentra a salvo, cede a la curiosidad y muere. «Estaría de Dios», comentaría cualquier vecina de pueblo. Efectivamente.

Imagino que esa señora iba la última del grupo y, pensando que nadie la veía, giró temerariamente la cabeza y quedó como quedó, sin que nadie lo advirtiera de momento. Como no podían mirar, atrás la echarían en falta más tarde. Pero si detrás de ella iban sus hijas, ¿qué cara se les quedaría, viendo la inaudita transformación de su madre?

Si eso no las traumatiza es que son de acero inoxidable.

Esta historia nos ofrece varias moralejas, pero yo me quedaría sólo con una:

Qué importante es una madre,

aunque sea un tanto curiosa.

Que en una casa sin madre,

puede ocurrir cualquier cosa.

jmferc43@gmail.com

 

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