Dos tomos para un tema

Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.

Y eso que no le gustaba la pesca a Ramón Quesada; si le llega a gustar… Es lo bueno que tiene el toparse uno con una buena obra escrita: te cautiva el estilo, el nivel informativo, las ilustraciones…, hasta que terminas descubriendo que estás ante una materia que no conocías y que deseas aprehenderla para rellenar una laguna en tu conocimiento. Si adoptas una actitud relajadamente positiva, le encontrarás mil y un motivos para la satisfacción y el deleite.

No sé para qué compré yo una enciclopedia de la pesca, cuando ni soy pescador ni me preocupa esta afición a la que llaman deporte. La enciclopedia, que consta de dos volúmenes, constituye una joya en cuanto al estudio y aprendizaje del arte de pescar y sus rigurosas leyes propias. Las láminas, que con frecuencia ocupan la totalidad de la página a todo color, son de una diversidad y técnica que encantan; la impresión supera los límites de la perfección y el papel offset flash es de extraordinaria calidad, del que no deja que la reflexión de la luz dañe la vista; pero, ¿para qué quiero yo esta enciclopedia de la pesca?, me sigo preguntando.

Para un aficionado a este deporte, el libro es de gran utilidad. Su texto científico, expertísimo, es la experiencia a lo largo de los siglos acerca de una actividad tan antigua como el hombre.

Las variadas especies piscícolas de exótica belleza, de colores tan llamativos como los del iris, han quedado aprisionadas a la experta manipulación de la cámara fotográfica y, pese a ser seres inanimados, naturaleza muerta sobre el papel, no por ello restan el más mínimo interés a profanos y doctos. A pesar de ello, a tan excepcional exposición de atractivos que encantan, ¿para qué necesito estos libros de la pesca?, insisto.

Salmónidos como la trucha común; esócidos como el lucio; pércidos como la perca; ciprínidos como la carpa y el barbo; cobítidos, acipenséridos, toda una gama de maravillas fluviales y marítimas que, en las litografías de la obra, hacen de pececillos “de indias” para el mejor entendimiento de las “ciencias” de colocar los cebos; y otros pecezuelos que, atravesadas sus fauces por el anzuelo mortal, sirven de “modelo científico” a la explicación de cómo extraer estos señuelos del animal que aún con vida, se contorsiona desesperadamente. Miro y remiro la enciclopedia, mas, ¿para qué tanta belleza “de papel” si ni entiendo ni me llama la atención la pesca?

Estoy en que el paciente pescador, salvo excepciones que sí que las hay, no cae en la cuenta de la importancia del pez desde la génesis de los tiempos. Cuando saca el pez del agua, no se le ocurre pensar que su simbolismo como criatura viviente, bella, ocupe el interés de las ciencias y las artes.

Desde que el humano anda por esos mundos, este no ha dejado de interesarse por la interpretación del arte y las causas que lo motivan. Así pues y siempre con el pez como base de este artículo, ya en los palacios de Dur Sharrakin ‑2003 a. de J. C.‑, en los tiempos de Abu Simbel ‑siglo XIII a. de J. C.‑ y, entre otros lugares, en los ídolos votivos de bronce de Benin del siglo XIV a. de J. C., aparece el pez como insoslayable motivación en los adornos de pinturas y tallas. Está presente en una pátera de serpentina con incrustaciones de oro del siglo IX del Museo del Louvre, de París; en un vaso antropomorfo de la Universidad de Cuzco; en un lienzo ‑”Pescadores en Mitilene”‑ del arte naíf de Théophilos y, para cesar de contar, en las tallas de las copas de vidrio del taller de Colonia, hacia 300 años d. de J. C. En el arte sacro, el pez está representado en “Los apóstoles”, fresco del siglo XII de Berzé‑la‑Ville; en “Escena de la vida de san Benito” ‑1497‑1498‑, cuadro de Signorelli y, entre infinidad de escenificaciones plásticas, en un detalle de la sillería del coro de la catedral de Toledo, de Berruguete, 1503. El milagro del pan y los peces, y el suceso de Jonás engullido por una ballena, también nos dicen bastante del pez como materia de interpretación artística.

El pez, en la literatura, lo tenemos, para empezar, en nuestra misma provincia. “En el mar, hay un pescado” y “El niño pescador”, son dos canciones infantiles que aparecen en el “Cancionero Popular de Jaén”, recogidas por María de los Dolores Torres. «Pescar con anzuelo de plata, es la pesca más barata» y «Quien pesca un pez, pescador es», son refranes del libro de Martínez Kleiser que, como todos, están copiados del decir de la gente.

Antonio Arnao ‑1828‑1889‑, en Barcarola, dice: «Peces dorados, hendiendo la espuma,/ siguen la barca, tus ojos por ver…». Otro poeta, muy anterior a Arnao ‑1578‑1650‑, Pedro de Espinosa, en un canto al Genil, La fábula del Gen¡l, en unos decasílabos, termina: «…y por enternecer, aquel diamante sobre un pescado azul, llegó cantando…».

Continuar con el pez en la literatura y en el arte y no citar a los autores implicados, pienso que es ya un pecado que me he arriesgado a correr.

De ser posible y para no dejar incompleto este trabajo, hubiese preferido extenderme hasta los límites de lo casi inimaginable o ya borrado del pensamiento, por la distancia de los años dejados atrás; pero, al punto final, a mí “hasta el lunes que viene, si Dios quiere” me obligan las reglas de Jaén, a las que debo obedecer.

Sin darme cuenta, ensimismado y ganado por la atracción de las láminas de mi libro de peces, he terminado mi artículo avanzando por los surcos de las palabras, como le ocurriera a Lope de Vega con «Un soneto me manda hacer Violante…». Y lo mejor de todo, es que ya no me desprendo de mi enciclopedia de pesca por nada. Y, si no, puje usted.

(28‑01‑1991)

almagromanuel@gmail.com

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