12. En el hospital

Ya en el hospital, me subieron a una sala vacía destinada a militares. Me trajeron ropa interior, pues solo venía envuelto en una manta y con un pequeño escapulario de la Virgen del Carmen, que ‑para mí‑ era un seguro de salud y salvación en los peligros. Él sería mi fiel compañero en los tres años que duraría mi peregrinación y destierro en campo rojo; a él debería mi salvación de tantos peligros y acudiría en momentos de ansia y necesidad, encontrando el consuelo deseado, cuando lo estrechaba contra mi pecho ante los peligros de la guerra; sería, en definitiva: mi guía, luz y consuelo en el trienio que me esperaba hasta encontrarme de nuevo en mi convento carmelitano de Úbeda. Por eso, cuando pasado ese tiempo, tuve que sustituirlo, causó gran pena y tristeza a mi corazón.

Una vez vestido, me acosté en una blanda cama, aunque de costado, lo que hizo pesada esta posición por su larga duración: los diez días que tardaron en cerrarse las heridas.

Despidiéronse el Jefe de la Cruz Roja y los camilleros con mi vivísimo agradecimiento. Una religiosa se quedó junto a mi lecho, ángel de la tierra dispuesto a aliviar ‑a todas horas‑ los dolores del cuerpo, dulcificando también las amarguras del corazón… Acercó a mis labios un vaso de mostelle, infundiendo consuelo y aliento a mi corazón, con sus dulces y santas palabras, para después retirarse a sus muchos quehaceres.

Luego pasé descansando, un buen rato, de las fatigas pasadas, encontrándome débil por la sangre perdida, pero no molesto, pues la cómoda cama contrarrestaba mi debilidad. Por eso, también atendí a lo espiritual rezando el santo rosario y otras devociones ‑con fervor‑, disponiéndome a pasar tranquilamente la noche bajo la protección de la Santísima Virgen, cuya imagen presidía la sala. Antes de dormirme, la hermanita me dio un vaso de leche como término del duro y terrible día. Había recibido dos vasos de leche (uno por la mañana y otro a la noche) para el cuerpo, y un cáliz amarguísimo, al mediodía, para el espíritu. ¡Sea, por siempre, Dios bendito!

Úbeda, 28 de noviembre de 2012.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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